6.7.14

Antonio Deltoro

Al mexicano Antonio Deltoro (Ciudad de México, 1947), hijo de padres valencianos exiliados, se lo ha venido encontrando uno por aquí y por allá, en Letras Libres, La Estafeta del Viento o Periódico de Poesía, por ejemplo, pero nunca había tenido en las manos un libro suyo. En España, que a uno le conste, se han publicado dos: Los árboles que poblarán el ártico (Palabra de Honor. Visor, 2012) y, antes, El quieto (Biblioteca Sibila-Fundación BBVA de Poesía en Español, 2008), que es, por cierto, el primero de los suyos que leo. La decisión de hacerlo por fin se debe a una doble casualidad. La primera, al texto de Juan Carlos Abril titulado "La poesía habitable de Antonio Deltoro", que publica Cuadernos Hispanoamericanos en su número de junio (768). La segunda, a los poemas suyos que ha publicado en su último número Sibila (de la que es colaborador habitual), así como al amable ofrecimiento de Patricia Ehrle que propició el posterior envío de la citada obra. Estoy convencido de que es una manera perfecta de adentrarse en una de las poéticas más reconocidas e interesantes de la poesía en español, si bien intentaré hacerme con Los árboles..., por cara que esa colección resulte.
De aquél, poblado de árboles, destacaré el poema que le da nombre, toda una poética, y el extenso texto en prosa, una especie de autobiografía intelectual, que lo cierra: "Zurdo", donde en "fantasmal" tercera persona, y no sin ironía, reflexiona lúcidamente sobre su vida, su escritura y algunos asuntos más.
A debida distancia, uno ha recordado a Cernuda, su "Historial de un libro"
El poeta alcalareño, residente en Carmona, Francisco José Cruz, tan atento a nuestra poesía ultramarina y buen conocedor de la misma, le hizo una extensa entrevista en 1998, publicada en su blog hace un par de años, si bien su primera versión apareció en la revista Palimpsesto (que estos días saca a la calle su número 29, con poemas, entre otros, de Ak'Abal, Valdelomar, Cabanillas y Bogza, amén de una antología del colombiano Restrepo, otro poeta de Sibila) en 1998. También en la revista mexicana Fractal. Para cerrar esta primera noticia (aquí) acerca del autor hispanoamericano, copio un largo fragmento (merece la pena) de esa intensa conversación:
"Creo que en los años que vienen hace falta una poesía de tempo más lento. Una poesía de la lentitud no privilegiaría ningún instante sobre los ojos, no resaltaría el instante juvenil sobre el maduro; exploraría la longevidad, el tiempo chino, canettiano, de la sobrevivencia, en un tiempo en que la sobrevivencia de la especie está en entredicho; situaría el paraíso no al principio o al final de los tiempos, sino aquí, en este tiempo; no sólo en la creación, sino también en lo recreado, en lo saboreado, en lo vivido.
Para ayudarnos a habitar este momento la poesía debe ser ella misma habitable. La época es fragmentaria, rápida, promiscua, ruidosa. La poesía puede aportar a la época continuidad, lentitud, intimidad, silencio. El poema puede ser un lugar: el poema que repetimos en la memoria, que llevamos en nuestro interior, nos ayuda a salvaguardarnos de la vorágine, del tumulto, de la promiscuidad. Esta intimidad lejos de cortar amarras con el mundo y el prójimo nos ayuda a establecer lazos más fraternales y profundos, silenciosos y musicales, menos ruidosos. Así el poema puede ser, recordando un fragmento de Guillén: «Tiempo en profundidad».
El poema crea su soledad, su silencio. Esta zona de silencio, que está representada en la página por el blanco que rodea al poema, es el origen del rostro y de la voz del poeta, es su responsabilidad. Este no debe rendirse a la superstición del resultado, de la prisa, de la cantidad, de lo lleno, que es la superstición de nuestros días: «Inocencia y no ciencia: / para hablar, aprender a callar», decía Octavio Paz. El poeta debe ser fiel a su silencio y a su verbo, tener, como el pescador, la religión de la espera. El poeta, porque es el responsable de su voz, es el guardián del silencio."