16.12.14

La gratitud

Así se titula el nuevo libro del soriano Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, 1963) que publica Visor. No podía haber elegido mejor. Dos palabras -más bien una- cargada(s) de sentido. La poética de un libro empieza por ahí.
Alberto Manguel decía hace unos días en El País: "Dante condena al infierno a aquellos que fueron tristes 'en el dulce aire que del sol se alegra', es decir, aquellos que no saben reconocer en el propio mundo la felicidad de lo creado bajo el sol del día presente." Herrero lo reconoce, a pesar del dolor, la frustración, la adversidad, el pesaroso paso del tiempo (tan machadiano), la enfermedad, la muerte ("varias muertes más tarde") y, en fin, todo aquello que la vida se encarga de poner en medio del camino para que acabemos confesando, como Borges: "He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede cometer. No he sido / feliz."
Setenta y tantos poemas breves (casi todos de diez versos) y sin título componen las cinco partes de esta obra sobria, ante todo, y sencilla, en el mejor y más pleno sentido de la palabra; muy medida, sí, y llena de piedad, ternura, soledad y compasión. La atraviesa un tono sereno y reflexivo de quien habla consigo mientras anda por el campo ("lo libre"). Un campo -una naturaleza- despojada, como sus versos, que está llena de pájaros, árboles y plantas que el poeta conoce por sus nombres exactos; símbolos de una realidad llena de verdad, de limpieza y de luz, aunque sea la mortecina de los otoños e inviernos castellanos. Uno dice páramo soriano y, al decirlo, ve (o lee) un verso de Herrero recortándose en el paisaje de un viejo mundo rural que, a punto de morir, él resucita. Cuando dice "Consiente / a quien te avía", "he cavuchado", "una miaja" o "adormijado", "abrigaño" y "resfrior". Este vocabulario, que algunos denominarán arcaico, puede dar a entender lo que no es. El lenguaje o, mejor, la sintaxis de esta poesía prueba que estamos ante un poeta contemporáneo. Con todo, recordemos, a este propósito, las palabras de Agamben: "Aquellos que coinciden demasiado plenamente con la época, que encajan en cada punto perfectamente con ella, no son contemporáneos porque, justamente, por ello, no logran verla, no pueden tener fija la mirada sobre ella". Alguien de este tiempo, sí, que conoce bien la literatura (que enseña en un instituto) y que ha leído "todos los libros" (por más que las referencias librescas o artísticas estén contadas). Uno de esos pocos que, en español, siguen demostrando que el urbano no es el único territorio de la poesía, tal vez porque la poesía no es cosa de territorios. Ella es el territorio. 
Especial maestría, por ejemplo, comprueba uno en la utilización del encabalgamiento. Prosa parecen, en cierto sentido, estos poemas, escritos en función del sonido y del sentido (con gran dominio de la métrica) y no de su disposición formal o tipográfica en la página. 
La atención al detalle es también llamativa. Una mirada concienzuda recrea lo que Herrero mira y eso que describe nunca deja de ser esencial y humilde. 
Concisión, elipsis, sequedad (acorde a una forma de ser y a una tierra natal) son modos de estos versos que se adaptan a ese "saber / quedarse sólo con lo justo". "Del otoño", escribe, "no la elegía", sino "su austeridad". "Que lo que puedes / rechazar, eres."
En camino, sin olvidar lo vivido, entre paredes de piedras (qué perfecta poética, en la página 67), bajo la lluvia, junto a una fuente, Herrero nos recuerda que "Los atajos están / para perderse, sin estruendo, hacia la soledad / de las ermitas, con un sol recio, teresiano." También que "Mi salvación, / un enrocarse jubiloso en lo frágil." Más adelante concluye: "La raíz es el peso."
Está claro que el poeta castellano da con este libro otro paso más hacia el afianzamiento de una obra sólida como pocas, personal y rigurosa, no siempre atendida por la crítica como merece. Una de las que uno, ya se nota, más admira. 
Dejo para el final, porque no es lo que importa, que La gratitud ganó la vigésimo cuarta edición del Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma que patrocina la Diputación de Segovia. Un jurado numeroso y dispar se puso de acuerdo a la hora de reconocer la calidad de este libro y eso, lo confieso, le anima a uno, mero espectador, después de ver cómo han ido las cosas en no pocos certámenes recientes; un asunto, el de los dichosos premios poéticos, que un día de estos, ante el silencio general (¿o debo decir omertà?) me gustaría comentar aquí.