Zoco Chico |
Lo recuerdo acodado al antepecho blanco, mirando junto a mi hacia el horizonte entre la calima. En los días claros, le dije, se adivina Tánger. Yolanda, contestó. Sí, más allá, Tánger y Yolanda. Nos miramos un momento y bajamos después de mi azotea a tomar café y charlar de los años pasados en que nos vimos en Plasencia, cuando José Antonio Gabriel y Galán, muerto en “un país que no era el suyo”, recibía el homenaje de los poetas que acudimos a su ciudad amurallada. Y charlar de nuestros libros, recuerdos, penas y alegrías.
Hoy he recibido un hermoso libro de amor escrito por él. Acaso el libro que narra la manera más hermosa de apretar contra el pecho el aura del ser amado para investirla. En “Más allá, Tánger”, Álvaro Valverde acompaña a Yolanda a la ciudad donde nació, en la que penaron sus padres el destierro tras la guerra, y de la que marchó un día llevando consigo “todo el Aleph” de sus olores, de sus “casas edificadas cubo a cubo”: Cimientos que se hunden en el mar. Azoteas que se alzan hacia el cielo donde el blanco se serena en el azul, y donde como en Nápoles, Cádiz o Lisboa (yo añadiría la Alejandría de Ungaretti) “aquí respiras tiempo”, como describe Álvaro a la ciudad de Paul Bowles, Juanita Narboni y tantos y tantos trasterrados entre judíos, trujimanes, rojos y heterodoxos de toda estirpe.
Repito que esta es una de las historias de amor más hermosas y humildes que he podido leer. Aquí el amante acompaña a la amada en su camino de regreso a los recuerdos de la infancia, mirándola ascender como a una Eurídice que le precede y ya no corre peligro alguno. Él la respalda, poeta que nota a nota describe sus emociones en poemas que son crónicas breves, bellísimas en su sencilla intensidad, de algo que él no vivió sino en esas frases entrecortadas de los sueños acechados en un silencio de alcoba. Su ardor a cada encuentro con un recodo, una calle, una vieja tienda, con los lugares donde el padre ganaba el pan haciendo fotos, hace que su corazón se afinque en esa ciudad mítica y “puzzle” que tendrán que ordenar ambos para saber ella de sí, para conocer él tantas respuestas largo tiempo esperadas.
“Porque la vuelta atrás nunca es posible” dice él, sabiendo que ella tras vencer de modo definitivo la sensación de la derrota que presidió sus días infantiles y adolescentes, narrada al aire casual de confidencias que ahora se juntan apretadas, sabe bien que le aguarda otra ciudad, aquella que por amor escogió como destino, tan distinta a ésta. Interior, / cerrada al mundo/ por las viejas murallas/ que la cercan.
(…) Como ésta, es antigua
y también laberíntica.
Aunque en tonos terrosos,
muy luminosa y blanca.
Con calles en pendiente
que nunca dan al mar,
pero sí a un río
de aguas que no observan
otra urgencia
que la de transcurrir.
Te espera otra ciudad
pero es en vano:
estás seguro
de que salir de Tánger
no es posible.
Aquí, ahora, la única patria de la infancia aborda otro paisaje cruzada ya la marea del Estrecho, la calima que envuelve la ciudad perdida y la brisa marina que acompañó al viaje de ida y vuelta en compañía de la musa Mnémosina. Se disolvió la ausencia y ahora llega la vida cotidiana. El poeta volverá a su escuela, con su cartera de orgulloso maestro de su mester discípulo de Krause. Ella regresó; pero no en vano, ya sabe a ciencia cierta que aquí está él y que la sigue y la acompaña a donde haga falta; incluso más allá de este sugestivo autorretrato poético de ambos.
Miguel Veyrat
("Aquí, Valverde" ha sido publicado por el poeta y periodista en su muro de Facebook, ilustrado con un dibujo de Daniel Yacubovich, de la serie “Autorretratos".)
Hoy he recibido un hermoso libro de amor escrito por él. Acaso el libro que narra la manera más hermosa de apretar contra el pecho el aura del ser amado para investirla. En “Más allá, Tánger”, Álvaro Valverde acompaña a Yolanda a la ciudad donde nació, en la que penaron sus padres el destierro tras la guerra, y de la que marchó un día llevando consigo “todo el Aleph” de sus olores, de sus “casas edificadas cubo a cubo”: Cimientos que se hunden en el mar. Azoteas que se alzan hacia el cielo donde el blanco se serena en el azul, y donde como en Nápoles, Cádiz o Lisboa (yo añadiría la Alejandría de Ungaretti) “aquí respiras tiempo”, como describe Álvaro a la ciudad de Paul Bowles, Juanita Narboni y tantos y tantos trasterrados entre judíos, trujimanes, rojos y heterodoxos de toda estirpe.
Repito que esta es una de las historias de amor más hermosas y humildes que he podido leer. Aquí el amante acompaña a la amada en su camino de regreso a los recuerdos de la infancia, mirándola ascender como a una Eurídice que le precede y ya no corre peligro alguno. Él la respalda, poeta que nota a nota describe sus emociones en poemas que son crónicas breves, bellísimas en su sencilla intensidad, de algo que él no vivió sino en esas frases entrecortadas de los sueños acechados en un silencio de alcoba. Su ardor a cada encuentro con un recodo, una calle, una vieja tienda, con los lugares donde el padre ganaba el pan haciendo fotos, hace que su corazón se afinque en esa ciudad mítica y “puzzle” que tendrán que ordenar ambos para saber ella de sí, para conocer él tantas respuestas largo tiempo esperadas.
“Porque la vuelta atrás nunca es posible” dice él, sabiendo que ella tras vencer de modo definitivo la sensación de la derrota que presidió sus días infantiles y adolescentes, narrada al aire casual de confidencias que ahora se juntan apretadas, sabe bien que le aguarda otra ciudad, aquella que por amor escogió como destino, tan distinta a ésta. Interior, / cerrada al mundo/ por las viejas murallas/ que la cercan.
(…) Como ésta, es antigua
y también laberíntica.
Aunque en tonos terrosos,
muy luminosa y blanca.
Con calles en pendiente
que nunca dan al mar,
pero sí a un río
de aguas que no observan
otra urgencia
que la de transcurrir.
Te espera otra ciudad
pero es en vano:
estás seguro
de que salir de Tánger
no es posible.
Aquí, ahora, la única patria de la infancia aborda otro paisaje cruzada ya la marea del Estrecho, la calima que envuelve la ciudad perdida y la brisa marina que acompañó al viaje de ida y vuelta en compañía de la musa Mnémosina. Se disolvió la ausencia y ahora llega la vida cotidiana. El poeta volverá a su escuela, con su cartera de orgulloso maestro de su mester discípulo de Krause. Ella regresó; pero no en vano, ya sabe a ciencia cierta que aquí está él y que la sigue y la acompaña a donde haga falta; incluso más allá de este sugestivo autorretrato poético de ambos.
Miguel Veyrat
("Aquí, Valverde" ha sido publicado por el poeta y periodista en su muro de Facebook, ilustrado con un dibujo de Daniel Yacubovich, de la serie “Autorretratos".)