Conocimos a Ferran Fernández en Plasencia, en su condición de editor, de Luces de Gálibo, en la mesa redonda sobre la edición de poesía en España que me tocó en suerte moderar. Ya allí, se dio uno cuenta de que este profesor de Periodismo y poeta de largo recorrido, un señor barcelonés que reside en Málaga, tiene un carácter con retranca. Muy suyo, una mezcla de bondadoso sentido del humor y de ácida ironía. Hizo gala de pesimista (o de optimista debidamente informado) y arrancó más de una sonrisa. No, no es de los que provocan risotadas. Él es un tipo inteligente. Esa primera impresión, que lo mismo no da la medida de FF, a uno, sin embargo, se la confirma la lectura de su libro Manual del taxidermista. Él lo escribe con minúscula, como pequeño es el formato de la colección donde se ha publicado: luces de gálibo: poesía > mínima. Recoge, cómo no, poemas breves o brevísimos, pero, tal vez por eso, de una intensidad sugerente. Y provocadora, otro rasgo, o eso intuyo, de su forma de ser. Ya lo dijo Simic en el libro que, con creciente entusiasmo, tengo entre manos: "Es el afán de irreverencia, más que ninguna otra cosa, lo que me condujo inicialmente a la poesía". Cuando lo leí, me acordé de él. Algo de eso hay, o mucho, en estos versos doblados de aforismos, incisivos, que dan que pensar. Sí, porque no son meros ejercicios pirotécnicos; tienen su carga de profundidad, como ha de ser. En Espacio Luke he encontrado una muestra que puede orientar al lector, por si quisiera acercarse al librino. Está lleno de iluminaciones. Las de alguien, por cierto, que ha vivido mucho. Y de melancolía. De la buena, añado. Más para los que tenemos cierta edad: los de la cincuentena a que alude en uno de los poemas. Es lo que tiene la lucidez.