30.3.15

Lo de Trujillo

Aunque a Ferlosio (entrevistado espléndidamente por Ignacio Echevarría el pasado viernes en El Cultural) no le gusten las frases hechas, el de uno a Trujillo fue, en rigor, un viaje relámpago. Salí de casa, tras las preceptivas cañas sabatinas (esta vez sin alcohol), a las cuatro menos diez de la tarde y a las siete y media ya me había cambiado de ropa y estaba sentado en el sofá delante de la tele. En el intermedio, atravesé Monfragüe, estuve un rato en una de las plazas más bonitas del mundo (sobre todo con libros), saludé a algunos amigos (Álex Chico, Manuel Neila, Miguel Veyrat), escuché poemas a otros (Jesús María Gómez, Javier Sánchez Menéndez), leí durante veinte minutos los propios (todos de Tánger), conocí a personas de las que sólo tenía noticia (Isabel Blanco, Nicolás Corraliza, Chema Gómez Hontoria), pude abrazar por primera vez al entusiasta Pepe Cercas, organizador del evento, y hasta me tomé un té. Había otros poetas del estrellato por allí, demasiado ocupados, supongo, como para acercarse a la carpa y escuchar y saludarle a uno. Tampoco pude esperar a que llegaran. La prisa -o la huida-, ya saben, esa antigua manía.
La hora de la lectura-presentación no era la mejor (ya lo dijo el magistrado que me precedió en el uso de la palabra, calificándola de "taurina"), ni el orden de intervención (tan arbitrario), pero los compromisos son los compromisos. Y cumplí. No, esa mezcla de maratón y de poesía no es lo mío. Y mira que lee uno deprisa sus poemas.
El campo, por lo demás, estaba precioso, hacía un calor propio de mayo y los turistas pululaban como hormigas por el Salto del Gitano. Con todo, a uno lo que le dio pena es no haberse podido quedar en Trujillo. Qué ciudad.