Cuando vi el pasado domingo por la mañana el nombre de Manuel Moya en la pantalla de la televisión de mi madre, donde se informaba mediante un simple mensaje de texto de la concesión del Premio Andalucía de la Crítica, pensé de inmediato en este libro, Salida de emergencia, publicado en La Isla de Siltolá en 2014. Por esos azares que la lectura tiene, no di cuenta de él hasta hace unos días. Sabía que un poema de 800 versos no se lee así como así. Por otro lado, respeto mucho a Moya como para despachar algo suyo de cualquier manera. De ahí que...
Como explica en la "Nota final", este "poema-río", "poema nube" y "poema tierra" le ha acompañado durante trece largos años, desde que fuera escrita la primera versión en la primavera de 2002. Muchas cosas han ido pasando en ese tiempo que, a la fuerza, habrán ido condicionando su definitiva versión, esta que tengo en las manos. Y así habrá sido porque se trata de un extenso monólogo en versículos donde Moya pone su vida bocabajo. O bocarriba, según se mire. No sin advertir, por cierto, que "La vida es sólo un tema de sablistas, jacinto corrompido en boca de copleros". Ya lo dijo en una vieja poética: "Tonterías las mínimas. Gilipolleces, las mínimas". Para concluir: "A veces en mil sesudas líneas no logramos decir nada y en cambio en un poema de cinco versos cabe el mundo. Quién se lo explica". Esta vez han hecho falta casi ese millar para dar fe de lo que es, ha sido y puede que sea. No cansa esta retahila envolvente, dotada de un ritmo donde prima la música, que se abre con una cita de un heterónimo del autor, Victoria C. Rangel: "un poema es una sepultura, / y, cielo, tú debes caber dentro." La memoria y la visión guían al poeta y le sirven para orientarse en este cántico, con algo de melopea, a ratos feliz ("Porque es triste ir por la vida como quien va de vuelta") y a ratos demoledor, porque el "vivir de espaldas", el "tropezar" y el "dudar", el sentir miedo y hasta espanto, no son materias excluidas. Porque, a la postre, "no hay salidas de emergencia / y uno es lo que es, y quisiera ser muy otro". "Ni una maldita salida de emergencia", leemos en el último verso del poema.
"Elegí el oficio de ser", proclama alguien que dice de sí: "yo soy, tú lo sabes, un jodido poeta sin ideas, / un poeta provincial". Y añade: "tampoco soy un poeta metafísico, aunque, como alguien dijo, la única metafísica consiste en existir". Sin embargo, a la vista de lo escrito, bendita sea esa presunta condición. Porque desde ese irónico y apartado lugar (que tanto tiene que ver con su Fuenteheridos natal, con la calle Sola, su familia -vivos y muertos-, amigos y vecinos), ha sido capaz de componer un poema como éste, dotado de la gracia de los grandes poemas que, suele ocurrir, no son concebidos desde la grandilocuencia y la ambición, sino desde la sencillez y la humildad.