No puede uno evitar acordarse de un título parecido (el de otro campo, pero de amapolas blancas), a la hora de leer el que Rafael Sánchez Ferlosio ha elegido para reunir sus preciados pecios. En la faja que pondera su condición de "el más grande escritor vivo en lengua castellana" (¡lo que le habrá molestado el exabrupto!), se recogen, precisamente, unas palabras improvisadas, según me cuenta, de Hidalgo Bayal: "Los pecios de Ferlosio son... ferlosianos. Están escritos como si partiera de cero, del vacío... No sé si alguna vez fueron restos del naufragio, pero ya tienen categoría de género en sí mismo".
Ya he dicho alguna vez que leer a Ferlosio es un acto de higiene mental como pocos, pues que escasos son los que tienen la capacidad reflexiva de la que goza este hombre para hacernos caer en la cuenta. Al leer a Ferlosio, palabras como ética y dignidad cobran su genuino sentido.
Más allá de las frases hechas, la afición desmedida por el deporte, los discursos políticos y mil asuntos más hay otra vida, la que saca a flote Ferlosio gracias, por ejemplo, a sus pecios, esa especie de aforismos que no lo son. En la línea, dice él, del austriaco Karl Kraus. No cabe duda de que hay lectores y lectores del autor de Alfanhuí. Los más avezados, capaces de internarse por sus ensayos, digamos, mayores (Esas Yndias equivocadas y malditas, El alma y la vergüenza, Non Olet o God & Gun. Apuntes de polemología); los que prefieren sus novelas (de El Jarama a El testimonio de Yarfoz); y quienes, en fin, como es mi caso, optamos por los pecios que, con no ser ni simples ni siempre llevaderos (en el sentido lingüístico e intelectual), alimentan el espíritu, ya decía, desde la lucidez y la brevedad, sin que ello signifique que el escritor prescinda en ellos de la hipotaxis, su recurso formal preferido.
En Campo de retamas se reúnen, en la primera parte, los pecios inéditos y los dispersos en prensa; en la segunda, los de La hija de la guerra y la madre de la patria; en la tercera, por fin, los de Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. En una cuarta parte se dan de nuevo a la luz algunas "cartas al director" y el discurso de aceptación del Premio Mariano de Cavia de Periodismo ("Melibea").
Todos están revisados y de la labor de edición -de éste y del resto de obras de Ferlosio que se empiezan a publicar en Random House tras sus primeras ediciones en Destino- se ha ocupado el crítico Ignacio Echevarría, ferlosiano de pro.
Aludía antes a los asuntos de los que se ocupa el autor que, entre otros y además de los señalados, son: la ética; el victimato, que es uno de los neologismos que Ferlosio se ha inventado, como ortegajo y cospedalia; España, la españolez, la identidad y el patrotismo; la filosofía; el lenguaje, un tema fundamental en alguien que, amén de escritor, se dedicó a los estudios lingüísticos durante años; la justicia y la tortura (ojalá hubiera comentado lo de la "prisión permanente revisable"); la realidad; la educación y los papás y la escuela (de una vigencia extraordinaria); la religión y la Iglesia; la simpatía, que tanto detesta, como la tolerancia; Cervantes y El Quijote; "el efecto turifel", uno de los pecios más divertidos y ocurrentes; las mencionadas frases hechas, que él relaciona con el meollo de las ideologías; la libertad, la autonomía y el determinismo, etc.
Aunque ha confesado a Javier Rodríguez Marcos en una reciente entrevista publicada en Babelia que la poesía "no me entra", se recogen un puñado de poemas (de entre los muchos que tiene escritos) entre los que destacaría "1811 o Los Canchos de Ramiro", "Solsticio de verano", "Campanas vespertinas" y "Villancico", que repite el verso: "nadie, nunca, nada, no", que bien podría pasar por lema ferlosiano. El mejor, con todo, es el que abre el volumen, de su hija (y de Carmen Martín Gaite), Marta Sánchez Martín, titulado "In memoriam": "No le cerréis las puertas de la ciudad perdida".
El pecio que utiliza en "Como a manera de epílogo" está perfectamente traído. Después de mencionar de forma expresa a su mujer, Demetria Chamorro, y de citar dos relatos de Edgar Allan Poe y el párrafo de uno de ellos que concluye: "En realidad, creo que en lo que se refiere al conocimiento más importante, la verdad es siempre superficial", Ferlosio se autorretrata como el ser retraído y humilde que en esencia es, o eso parece. El agudo, singularísimo escritor al que, según él, nadie se toma "demasiado en serio". Así nos va.
Más allá de las frases hechas, la afición desmedida por el deporte, los discursos políticos y mil asuntos más hay otra vida, la que saca a flote Ferlosio gracias, por ejemplo, a sus pecios, esa especie de aforismos que no lo son. En la línea, dice él, del austriaco Karl Kraus. No cabe duda de que hay lectores y lectores del autor de Alfanhuí. Los más avezados, capaces de internarse por sus ensayos, digamos, mayores (Esas Yndias equivocadas y malditas, El alma y la vergüenza, Non Olet o God & Gun. Apuntes de polemología); los que prefieren sus novelas (de El Jarama a El testimonio de Yarfoz); y quienes, en fin, como es mi caso, optamos por los pecios que, con no ser ni simples ni siempre llevaderos (en el sentido lingüístico e intelectual), alimentan el espíritu, ya decía, desde la lucidez y la brevedad, sin que ello signifique que el escritor prescinda en ellos de la hipotaxis, su recurso formal preferido.
En Campo de retamas se reúnen, en la primera parte, los pecios inéditos y los dispersos en prensa; en la segunda, los de La hija de la guerra y la madre de la patria; en la tercera, por fin, los de Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. En una cuarta parte se dan de nuevo a la luz algunas "cartas al director" y el discurso de aceptación del Premio Mariano de Cavia de Periodismo ("Melibea").
Todos están revisados y de la labor de edición -de éste y del resto de obras de Ferlosio que se empiezan a publicar en Random House tras sus primeras ediciones en Destino- se ha ocupado el crítico Ignacio Echevarría, ferlosiano de pro.
Aludía antes a los asuntos de los que se ocupa el autor que, entre otros y además de los señalados, son: la ética; el victimato, que es uno de los neologismos que Ferlosio se ha inventado, como ortegajo y cospedalia; España, la españolez, la identidad y el patrotismo; la filosofía; el lenguaje, un tema fundamental en alguien que, amén de escritor, se dedicó a los estudios lingüísticos durante años; la justicia y la tortura (ojalá hubiera comentado lo de la "prisión permanente revisable"); la realidad; la educación y los papás y la escuela (de una vigencia extraordinaria); la religión y la Iglesia; la simpatía, que tanto detesta, como la tolerancia; Cervantes y El Quijote; "el efecto turifel", uno de los pecios más divertidos y ocurrentes; las mencionadas frases hechas, que él relaciona con el meollo de las ideologías; la libertad, la autonomía y el determinismo, etc.
Aunque ha confesado a Javier Rodríguez Marcos en una reciente entrevista publicada en Babelia que la poesía "no me entra", se recogen un puñado de poemas (de entre los muchos que tiene escritos) entre los que destacaría "1811 o Los Canchos de Ramiro", "Solsticio de verano", "Campanas vespertinas" y "Villancico", que repite el verso: "nadie, nunca, nada, no", que bien podría pasar por lema ferlosiano. El mejor, con todo, es el que abre el volumen, de su hija (y de Carmen Martín Gaite), Marta Sánchez Martín, titulado "In memoriam": "No le cerréis las puertas de la ciudad perdida".
El pecio que utiliza en "Como a manera de epílogo" está perfectamente traído. Después de mencionar de forma expresa a su mujer, Demetria Chamorro, y de citar dos relatos de Edgar Allan Poe y el párrafo de uno de ellos que concluye: "En realidad, creo que en lo que se refiere al conocimiento más importante, la verdad es siempre superficial", Ferlosio se autorretrata como el ser retraído y humilde que en esencia es, o eso parece. El agudo, singularísimo escritor al que, según él, nadie se toma "demasiado en serio". Así nos va.