Siempre es una fiesta que llegue un nuevo número de Clarín. En este, el 116, que viene lleno de felices hallazgos y una bonita fotografía de un reloj de sol en la portada (obra de uno de los heterónimos del director de la publicación, Juan Ochoa), seguimos a vueltas con Teresa de Jesús (santa Teresa), esta vez de la mano de Rosa Navarro Durán, una asidua de la revista; Manuel Alberca nos descubre el oscuro pasado que Azorín se empeñó en borrar de sus autobiografías; Ignacio Peyró, ese joven sabio inglés (qué buena pinta tiene su voluminoso Pompa y circunstancia.
Diccionario sentimental de la cultura inglesa, publicado por Fórcola y reseñado en este mismo número por otro anglófilo, Rivero Taravillo), nos presenta a James Lees-Milne (que ayudó a salvar, desde el National Trust, numerosas casas de campo a lo Brideshead y lo Downton Abbey), autor de unos deliciosos diarios de los que Peyró nos aporta una significativa muestra que, ay, sabe a poco; José Cereijo razona en su interesante "Poesía después de Auschwitz" sobre el porqué de la famosa expresión de Adorno (citada siempre mal y a medias), que debió considerar a la poesía incapaz, por insulsa y blandengue, de dar fe de la época que siguió al holocausto y, sin embargo, "No, como Ajmátova sabía bien, la poesía no solo no es inútil o injustificable después de Auschwitz (o de Stalin, o de la guerra de trincheras), sino más necesaria todavía. Porque renunciar a ella no supone hacerlo a ninguna ociosa trivialidad, sino a uno de los modos más insustituibles de explorar la verdad humana..."; Benítez Reyes arremete contra La gran belleza, el aclamado film de Sorrentino; Carlos Alcorta traduce poemas de Henry Cole; Paul Brito se acerca en un reportaje (más literario que periodístico) al oficio de relojero y conversa sobre "el oficio de reparar el tiempo" con el colombiano de Ocaña Edwin Sandoval; Jorge Ordaz rescata la memoria de Prudencio de Pereda, natural de Brooklyn, autor de relatos y novelas, así como guionista de cine y admirador de Hemingway; Aquilino Duque, genio y figura, nos recuerda desde el testimonio personal, con la sorna y la agudeza que le caracterizan, al "gran poeta" Celaya; y Pedro García Martín y Manuel Neila (preciosas, por cierto, las fotografías de Tatiana Neila que ilustran esas páginas) ofrecen sus diarios de viaje a Grecia e India, respectivamente. Por fin, en las últimas páginas del número, Ernesto Baltar publica y comenta tres cartas inéditas de Castelao a Ramón Tojo.
Antes, en "Paliques", un montón de reseñas; una de ellas firmada por José Luis Piquero, acierta de pleno al comentar la ópera prima de Víctor Peña Dacosta. Otra es mía, a propósito de la poesía reunida del venezolano Ígor Barreto. Y todavía hay más.