28.5.15

Lecturas para el verano

Peligros de la lectura
Ya que se acerca, voy apartando libros para las vacaciones de verano, aunque no sea ésa, en lo que a uno respecta, y por culpa del dichoso calor, la mejor época para leer. También en esto va uno a contracorriente. Son muchos los que sólo leen, o eso dicen, en esa estación. En todo caso, ya he decidido retrasar la lectura de Hojas de hierba (Galaxia Gutenberg), de Walt Whitman, en versión de Eduardo Moga; los ensayos de Joseph Brodsky reunidos en Del dolor y la razón (Siruela); Trastos, recuerdos, la biografía de W. Szymborska (Pre-Textos) firmada por Anna Bikont y Joanna Szczęsnaque; El cuento de los días, los diarios mexicanos del extremeño Luis María Marina (que, imparable, traduce ahora al mozambiqueño Rui Knopfli); los artículos y reseñas agrupados en El escritor y sus máscaras, de Manuel Neila, otro paisano, autor de otra novedad: Clima de riesgo (Renacimiento); novelas como La hierba de las noches (Anagrama), de Patrick Modiano, Los huesos olvidados, de Antonio Rivero Taravillo (que acaba de traducir el monumental Poemas y poetas. El canon de la poesía, de Harold Bloom, para Páginas de Espuma y que ya está en casa), y Contra la juventud, de Pablo d'Ors; La patria del hombre (Trabe), relatos del poeta paraguayo Cristian David López; y libros de poesía que se me fueron quedando atrás: Mi séquito silencioso, de Charles Simic (Vaso Roto), Tiempo y materiales, de Robert Hass, y Poesía completa, de Thomas MacGreevy, ambos de Bartleby Editores.
También dos libros de diarios (entre la memoria y en ensayo): La ventana discreta. Cuaderno de la rueda del tiempo (Libros de Vanguardia), del catalán Antoni Puigverd, y La ruta natural (Vaso Roto), del cubano Ernesto Nernández Busto.
Me esperan desde hace meses Por obra del instante, las entrevistas de Juan Ramón Jiménez que publicó la Fundación José Manuel Lara en edición de Soledad González Ródenas, así como de los Diarios de Samuel Pepys, con prólogo de Paul Morand, que tiene en su catálogo otra sevillana, Renacimiento. 
Luego están los numerosos libros de poesía que amablemente me mandan jóvenes y no tanto, autores que empiezan o ya con un recorrido, corto o largo, pero que uno desconocía. Todos esperan, qué remedio, su turno. Sí, le abruman a uno los ejemplares que se acumulan encima de la mesa grande de este cuarto. Leeremos.