11.5.15

LFC

LFC por Pepo Paz
Hace muchos años que sigue uno la pista de Luis Felipe Comendador, bejarano del 57; de su obra, sobre todo, y de algún que otro milagro que tiene que ver con su vida de editor y, digamos, de agitador cultural, cosa harto difícil en una ciudad fría donde las haya. Me gustaría destacar también su labor como bloguero en su Diario de un savonarola, todo un clásico. 
De nuestro encuentro en Centrifugados, donde por fin nos saludamos cara a cara, me traje a casa tres de sus libros. La poesía reunida, en edición de José Luis Morante, que tituló Vuelta a la nada (If Ediciones) y donde agrupó poemas escritos entre 1995 y 2002, aunque después haya seguido publicando; un librito (por el tamaño) de incisivos aforismos, No pasa nada si a mí no me pasa nada (colección Krámpak de Editoral Delirio), "625 soberbios apotegmas, que tratan de penetrar la clave de la época que nos envuelve", en palabras de su prologuista, el polígrafo salmantino Fernando R. de la Flor; y Corre la voz, su último libro de poemas, de este mismo año, publicado por El brut de los corazones solidarios
Desde Versos giróvagos hasta éste, me da la impresión de que la poética de LFC ha cambiado poco. Los resultados, esto es, sus versos, escritos en cualquier género, tampoco. La propia vida (en ese sentido, su poesía es autobiográfica, como todas) y las reflexiones que le suscita trasladar al papel lo que le pasa estarían en la base de su forma de proceder. Además, podríamos afirmar que su obra, me da que como él, es vitalista, fresca, espontánea e inmediata (de ahí que esté tan bien traído lo de denominarla "poesía de urgencia", término que toma Morante de Carlos Aganzo) e imaginativa (no en vano pertenece a la estirpe del pirotécnico malagueño Rafael Pérez Estrada, sí, pero también, pongo por caso, a la de César Vallejo y Nicanor Parra).
Nada de lo dicho anteriormente debe hacer pensar al lector que no conozca su obra que estamos ante un tipo adánico, descuidado y nervioso que pone en el folio o la pantalla del ordenador lo primero que se le ocurre. A pesar de que juegue a la improvisación, con ser ocurrente, en el mejor sentido, y muy creativo, LFC es un hombre culto que conoce bien a los clásicos (de antes y de ahora) y que sabe cómo utilizar sus armas retóricas para que lo que escribe parezca o sea lo que él quiere que sea o parezca. "Mi placer ya es solo de palabras" leemos en uno de los aforismos del libro antes señalado. Hay mucho de diversión en sus libros y no precisamente de la vulgar y corriente. Basta leer, de su última entrega, poemas paradigmáticos como "El día es un diamante sin pulso", "La inminencia" (acaso mi preferido) o "A mi hijo", donde abundan las metáforas, las asociaciones de imágenes sorprendentes, los juegos de palabras y todo ello sin perder su aire clásico, a lo Quevedo, por decir un nombre, que no le hace ascos a la rima. Se aprecia que hay mucha literatura, mucha cultura, detrás de esos versos que tienden al versículo, pero que nos impresionan cuando se acercan a la precisión, brevedad y despojamiento, como el que cierra el volumen: "Fototropismos". 
Reconozco que esta poesía está en las antípodas de la que uno practica y, tal vez, de la que más me gusta; por afinidad, supongo. Con todo, se rinde uno ante la capacidad de LFC para encandilar al lector en un acto que tiene mucho de bondadoso, lenitivo y mágico.