En latín, mercado. Las nundinae se sucedían en el calendario romano periódicamente cada nueve días y, en consecuencia, marcaban la separación
de las semanas que, a diferencia de las nuestras de hoy, eran de ocho días y no de
siete. Era un día de descanso que se aprovechaba para ir a las termas, visitar a los amigos,
etc. También sabemos que desde el punto de vista comercial, las nundinae en
la Roma primitiva tenían una importancia considerable, ya que fueron los
primeros mercados de la ciudad, y durante mucho tiempo, los únicos.
Juan Ricardo Montaña
(Don Benito, 1949), más conocido por su faceta de poeta visual (buena
muestra de ese quehacer, su obra Voces y Ecos), incluido en
numerosas antologías del género, entre ellas Poesía Experimental
Española (Calambur, 2012), es autor del libro de relatos Viaje
a Éfeso. Diez años después regresa de nuevo a la antigua ciudad griega y lo
hace de la mano de Marco Ulpio Vero que relata, en unas pocas páginas, un viaje
a ese puerto comercial situado a orillas del Egeo para visitar a su amigo Lucio
Cayo, uno de los Notables, y a su esposa Casiedra. Les lleva un regalo: dos
caballos. Coincide su encuentro con la presencia en el lugar del emperador
Adriano, al que acompaña el bello Antínoo, que viene a consagrar un templo, por
lo que esa nundinae será muy especial. Todo esto y más, que
por prudencia callo, se relata en la primera parte de la obra,
"Consecratio". La segunda, que se titula como el libro, se dedica a
la descripción del día de mercado; de lo que allí se ve, se huele, se oye, se
siente... Por fin, en la tercera y última parte, La Majona, Marco evoca su tierra natal, la villa de la Majona, cerca de Metellinum,
en Hispania, donde él y su familia se dedican a la cría de caballos. En el domus,
los recuerdos: la infancia, su amigo Mario Cornelio, los baños veraniegos en el
río... Lo personal, entre líneas, aflora.
Quien conozca a Juan
Ricardo Montaña coincidirá conmigo al afirmar que se trata, ante todo, de un
hombre elegante, y no sólo en lo que a su atildado aspecto exterior se refiere.
La suya es una elegancia del espíritu que demuestra por medio de una educación
y unos modos exquisitos. Los mismos que apreciamos en sus poemas visuales y,
ahora, en la precisa prosa de Nundinae, que participa, sólo en
parte, de lo que hemos dado en llamar narrativa histórica que, sin duda, da
gusto leer. Por lo bien contado que está el relato (y, por tanto, escrito) y
por la riqueza de detalles que contiene. Es la obra, en rigor, de un diletante. De quien hace las cosas por deleite, por el placer de hacerlas, que diría Blas Matamoro.
Se abre, por cierto, con cuatro bien elegidas citas de otros tantos amigos suyos, los poetas Santiago Castelo, Teresa Guzmán, Carlos Medrano y Antonio Reseco. No hace falta añadir que la edición, del Fondo Editorial del Ayuntamiento de su ciudad natal, es también esmerada. Una pequeña joya que realzan la calidad del papel y la tipografía, así como el motivo numismático de la cubierta y las ilustraciones, que son del autor.
Se abre, por cierto, con cuatro bien elegidas citas de otros tantos amigos suyos, los poetas Santiago Castelo, Teresa Guzmán, Carlos Medrano y Antonio Reseco. No hace falta añadir que la edición, del Fondo Editorial del Ayuntamiento de su ciudad natal, es también esmerada. Una pequeña joya que realzan la calidad del papel y la tipografía, así como el motivo numismático de la cubierta y las ilustraciones, que son del autor.