27.6.15

Carmen Laforet en Tánger

Edificio Acordeón
A Rocío Rojas-Marcos (Sevilla, 1979) la conocíamos por su extraordinario Tánger: La Ciudad internacional, que publicó almED en el año 2009. Ahora ve la luz, en Les Editions Khbar Bladna, un librito delicioso: Carmen Laforet en Tánger que viene a completar, se nos explica, las pinceladas que se dan en las biografías de la novelista barcelonesa acerca de la estancia en la mítica ciudad literaria de la autora de Nada (por ejemplo, en Una mujer en fuga, de Anna Caballé, el capítulo "La experiencia tangerina"). Allí llegó a finales de los años cincuenta del pasado siglo, después de que fuera nombrado director del diario España su marido, Manuel Cerezales. Se instalaron en uno de los mejores edificios de la ciudad, el Acordeón, en pleno Boulevard Pasteur, a cuyos pies, en la galería comercial del inmueble, se ubica otro lugar legendario: la Librairie des Colonnes. A relatar esa peripecia tangerina dedica Rojas-Marcos las primeras páginas de su libro, las tituladas "Cuando los zapatos vagabundos de Carmen Laforet recalaron en Tánger". Al poco de instalarse, el 6 de septiembre de 1959, se celebró en el flamante Nuevo Club Sidi Gandori, el punto de reunión de la colonia catalana, un homenaje a la escritora. Su promotor fue el inefable Emilio Sanz de Soto, crítico literario y cinematográfico, diletante, amigo de Laforet y buen conocedor de su obra, que ofició de orador. Casi doscientas personas asistieron al acto. Lo más llamativo de aquél fue que, en mitad de su discurso, Sanz de Soto fue interrumpido por un energúmeno que le injurió gravemente e incitó a todos los presentes a que, como él, abandonaran el salón, lo que hizo no sin el consiguiente estropicio al atravesar el bar adjunto. No era un perturbado, aunque lo pareciera. Ni alguien que pasaba por allí. Se trataba del periodista José Ramón Alonso (el que fuera primer director de Televisión Española), enviado por Emilio Romero como corresponsal del diario Pueblo de Madrid. Su provocación fue, al parecer, fruto de una animadversión personal por Soto y por lo que éste representaba políticamente en tanto que español en un territorio, digamos, libre que había sido y era refugio de demócratas y republicanos. Por eso y por lo que estaba diciendo. Tras el incidente, Sanz de Soto mira al cónsul general de España en Tánger, José María Bermejo, y éste le anima a terminar "bajo mi absoluta responsabilidad". Un gesto que nunca olvidó el tangerino. Al día siguiente, Manuel Aznar, abuelo de nuestro "Aznarito" (como le llama el agraviado), embajador de España en Rabat, viaja a Tánger para conocer de primera mano el suceso. Deduce el agraviado que con la intención de retirarle, de paso, el pasaporte. Enterada de esa visita, Laforet se presenta en el hotel Minzah. donde aquél se aloja, y le dice a Aznar que, si hay represalias, la que "emigra" de España es ella. Como ven, una novela.
Rocío Rojas-Marcos, y esta es acaso la mayor virtud del libro, recoge el breve discurso (que publicó el periódico de Cerezales, España, al día siguiente bajo el título "El ofrecimiento") donde no faltan alusiones a su generación, la de Laforet, la que Bardem calificó de la "Generación de Nada". Tampoco a Eugenio de Nora, Cela ("En Cela se presentía el chaquet y la Real Academia") Lorca (un maldito), Blas de Otero, Ferlosio y Goytisolo. Fueron palabras hermosas y valientes a favor de la literatura, que es lo que de verdad triunfó esa noche. Y de justo reconocimiento a Laforet, una precursora.
Tampoco falta la crónica de Pueblo (del día 10) que no se atrevió a firmar el citado Alonso, sino el todopoderoso crítico Dámaso Santos, que rezuma maledicencia por los cuatro costados. "Carmen Laforet después de Nada", la tituló y califica aquello de "antihomenaje".
También Vida Española en Marruecos (el día 19) se hace eco de la noticia y entre líneas se leen términos como "mamarrachos" o "ente asnal". Otro tanto ocurre en Le Petit Marocain-Progrès. Por fin, el propio Sanz de Soto, en tercera persona, cuenta con todo lujo de detalles lo acaecido, casi lo mismo que se lo relató a otro paisano, director también del diario España, Eduardo Haro Tecglen, en una carta personal que Rojas-Marcos publica. 
Gracias a Sanz de Soto (es una pena que no nos dejara unas memorias), la Laforet conoció a los escritores norteamericanos en aquella ciudad cosmopolita: Bowles (que apoyó el homenaje), Capote, Williams... Nos cuenta que la invitó a una fiesta (en casa de Yves Vidal) y que iba vestida con una chilaba-sulján y sandalias de playa pintadas de plata. Apenas la vio David Herbert, árbitro de la elegancia, conminó a Cecil Beaton a que la fotografiara, un retrato que se expuso en Londres, con motivo de una exposición retrospectiva (en la que no faltaban fotografías de la familia real británica) que tuvo lugar tras la muerte del modisto. 
Jane y Paul Bowles, Capote, Carleton y Sanz de Soto, debajo
Para colmo de bienes, se incluyen dos artículos de Laforet. Uno, realmente precioso, sobre Tánger (que vio la luz primero en una revista de Tánger y luego -el 18 de octubre de 1959- en el ABC de Sevilla, páginas 19 y 23) y otro sobre Jane Bowles, a la que llegó a conocer. 
Un anexo con una carta de Juan Ramón Jiménez a la narradora elogiando su primera novela (que mencionó Sanz de Soto en su disertación) y un artículo, aparecido tras su muerte, que firma otro tangerino, Ignacio Ramonet (vecino suyo en Acordeón, adolescente que la observaba desde las azoteas tomar el sol desnuda en su terraza) ponen perfecto colofón a una pequeña joya (de edición modesta, con un par de bonitas fotografías -de la protagonista hacia 1943 y de grupo a las puertas del Gandori- y alguna que otra disculpable errata).
«Al parecer Truman Capote dijo una vez -y Jane Bowles lo repitió mil veces- que ante la Acrópolis de Atenas, algunos se sienten en "en estado de sabiduría"; ante San Pedro de Roma, algunos deberían sentirse en "estado de gracia", pero que ante el Zoco Chico de Tánger, todos se sentían "en estado de libertad".» La frase es de Sanz de Soto y podría explicar lo que sintió Carmen Laforet durante su estancia allí.
Un pequeño tesoro, sí, absolutamente fascinante, más para los que amamos sin remedio a un Tánger donde la verdad se impone, siquiera por una vez, a aquella "deliciosa mentira".