Edificio Acordeón |
Rocío Rojas-Marcos, y esta es acaso la mayor virtud del libro, recoge el breve discurso (que publicó el periódico de Cerezales, España, al día siguiente bajo el título "El ofrecimiento") donde no faltan alusiones a su generación, la de Laforet, la que Bardem calificó de la "Generación de Nada". Tampoco a Eugenio de Nora, Cela ("En Cela se presentía el chaquet y la Real Academia") Lorca (un maldito), Blas de Otero, Ferlosio y Goytisolo. Fueron palabras hermosas y valientes a favor de la literatura, que es lo que de verdad triunfó esa noche. Y de justo reconocimiento a Laforet, una precursora.
Tampoco falta la crónica de Pueblo (del día 10) que no se atrevió a firmar el citado Alonso, sino el todopoderoso crítico Dámaso Santos, que rezuma maledicencia por los cuatro costados. "Carmen Laforet después de Nada", la tituló y califica aquello de "antihomenaje".
También Vida Española en Marruecos (el día 19) se hace eco de la noticia y entre líneas se leen términos como "mamarrachos" o "ente asnal". Otro tanto ocurre en Le Petit Marocain-Progrès. Por fin, el propio Sanz de Soto, en tercera persona, cuenta con todo lujo de detalles lo acaecido, casi lo mismo que se lo relató a otro paisano, director también del diario España, Eduardo Haro Tecglen, en una carta personal que Rojas-Marcos publica.
Gracias a Sanz de Soto (es una pena que no nos dejara unas memorias), la Laforet conoció a los escritores norteamericanos en aquella ciudad cosmopolita: Bowles (que apoyó el homenaje), Capote, Williams... Nos cuenta que la invitó a una fiesta (en casa de Yves Vidal) y que iba vestida con una chilaba-sulján y sandalias de playa pintadas de plata. Apenas la vio David Herbert, árbitro de la elegancia, conminó a Cecil Beaton a que la fotografiara, un retrato que se expuso en Londres, con motivo de una exposición retrospectiva (en la que no faltaban fotografías de la familia real británica) que tuvo lugar tras la muerte del modisto.
Jane y Paul Bowles, Capote, Carleton y Sanz de Soto, debajo |
Un anexo con una carta de Juan Ramón Jiménez a la narradora elogiando su primera novela (que mencionó Sanz de Soto en su disertación) y un artículo, aparecido tras su muerte, que firma otro tangerino, Ignacio Ramonet (vecino suyo en Acordeón, adolescente que la observaba desde las azoteas tomar el sol desnuda en su terraza) ponen perfecto colofón a una pequeña joya (de edición modesta, con un par de bonitas fotografías -de la protagonista hacia 1943 y de grupo a las puertas del Gandori- y alguna que otra disculpable errata).
«Al parecer Truman Capote dijo una vez -y Jane Bowles lo repitió mil veces- que ante la Acrópolis de Atenas, algunos se sienten en "en estado de sabiduría"; ante San Pedro de Roma, algunos deberían sentirse en "estado de gracia", pero que ante el Zoco Chico de Tánger, todos se sentían "en estado de libertad".» La frase es de Sanz de Soto y podría explicar lo que sintió Carmen Laforet durante su estancia allí.
Un pequeño tesoro, sí, absolutamente fascinante, más para los que amamos sin remedio a un Tánger donde la verdad se impone, siquiera por una vez, a aquella "deliciosa mentira".
«Al parecer Truman Capote dijo una vez -y Jane Bowles lo repitió mil veces- que ante la Acrópolis de Atenas, algunos se sienten en "en estado de sabiduría"; ante San Pedro de Roma, algunos deberían sentirse en "estado de gracia", pero que ante el Zoco Chico de Tánger, todos se sentían "en estado de libertad".» La frase es de Sanz de Soto y podría explicar lo que sintió Carmen Laforet durante su estancia allí.
Un pequeño tesoro, sí, absolutamente fascinante, más para los que amamos sin remedio a un Tánger donde la verdad se impone, siquiera por una vez, a aquella "deliciosa mentira".