Hace, pongamos, cuarenta años que mi primo Mon y yo fuimos una tarde al cine. Era verano, cuando él, sus padres y hermanos venían a Plasencia desde Melilla para pasar aquí sus vacaciones. Recuerdo perfectamente dónde nos sentamos: en entresuelo, arriba del todo. Del cine Coliseum, ya desaparecido. Para huir del calor, a falta de baños en el río, nos refugiábamos a veces en esa sala fresca y oscura. Si recuerdo tantos detalles es porque desde entonces he perseguido en vano esa película que vimos (íbamos a la aventura). Su título al menos. He mantenido imágenes, sí, y algo del argumento, pero me faltaban datos. Desde entonces, se me puede creer, he esperado con paciencia que la televisión me devolviera, también por sorpresa, esa historia que tanto me impactó. Ignoro el porqué. Será que ya era un preadolescente montañero en cierne, lo que en rigor nunca he dejado ser. Montañero, digo. O un solitario rebelde sin causa. Libertad, huida... Hoy, en Paramount, apareció por fin. Apenas vi unos pocos fotogramas, caí en la cuenta: esta es. El título: El muchacho y su montaña. Siempre creí que era canadiense y no, es de nacionalidad norteamericana, pero rodada en el país vecino. De ahí que... En fin, una alegría, aunque no me he atrevido a seguirla hasta el final. Como los de esa cadena se repiten mucho, espero que eso ocurra un día de estos. O no, y otros cuarenta años no aguanto. Seguro.