Juan Gil Bengoa (Bilbao, 1958) publica su tercer libro de poemas. Del anterior, La noche cerca, ya se habló aquí. Su título es enigmático y exótico: Rwenzori. que, nos cuenta la premiada Wikipedia, es una pequeña cordillera de África situada en la frontera entre Uganda y la República Democrática del Congo. Su pico más alto es el Margarita (Monte Stanley), la tercera cumbre del continente después del Kilimanjaro y el monte Kenia. Su nombre significa «hacedor de agua». ¿Se trata de un libro de viajes?, se preguntará el lector. No, en absoluto, a no ser que uno entienda por viaje el de la vida, esa gastada pero certera metáfora; el que nos lleva inexorablemente, más tarde o más temprano, hasta la muerte. Y la muerte al tiempo que la vida, su precaria y frágil presencia, es el asunto capital de la obra, compuesta en dos partes, la primera con treinta y cuatro poemas numerados y sin título y la segunda, que consta de dos.
Es un libro duro, vaya eso por delante. No por lo enrevesado de su lenguaje, claro hasta donde en poesía eso es posible, sino por la trama: la enfermedad y a veces su revés, la salud, y las concreciones particulares, poema a poema y verso a verso, de diferentes casos que remiten, cómo no, a personas (o personajes) con los que cualquiera puede identificarse: el niño, el viejo, el padre, el esposo o la esposa, el joven... El que está en cama por enfermedad, accidente, maltrato, un atentado terrorista...
La primera lectura, realizada una tarde tórrida de julio, me resultó agobiante. El aire acondicionado de casa no daba lo suficiente de sí, porque el calor era interno, emocional, agravado, nunca mejor dicho, por mi condición de aprensivo o directamente hipocondríaco. La segunda, a la mañana siguiente, en una café de la plaza, me confirmó que, más allá del dolor y la mencionada dureza, lo que salvaba este libro era precisamente cómo está escrito, con independencia de los crudos, demasiado humanos asuntos de los que trata. Que al final la poesía es lenguaje, palabras, y que si éstas no dan de sí lo que deben poco importa de qué vayan los versos que se leen. Aunque tienda a lo prosaico, en el mejor sentido, el de la claridad y el realismo, y contenga un hilo narrativo, lo lírico es arte y aun razón de Rwenzori y, por su propia naturaleza, uno escucha aquí y allá voces que vienen de la mejor tradición clásica: la oriental (tan sabia cuando aborda el tema de la muerte) y la occidental, en especial la griega y latina. De ahí su aire epigramático: "Todo eso / en breve / habré perdido".
No estaría de más decir que Gil Bengoa (que, además de poeta, es narrador y guionista de cine) trabaja en un hospital. En el que murió Ramiro Pinilla, al que dedica un poema o, mejor, que es protagonista de uno de los poemas del libro, sin especificar cuál. El mismo autor es también paciente. Todos los somos, lo hemos sido o lo seremos. De hecho o en potencia. Nosotros o personas cercanas a las que hemos visto en camas de hospital, unas veces para recuperarse y otras para abandonarnos definitivamente. Por eso es tan fácil a la vez que difícil, ya me entienden, leer Rwenzori, una sucesión simbólica de montañas a las que ascienden esforzados enfermos, ya sean terminales o no.
Cada poema es un mundo. Un pequeño gran mundo. En él se desenvuelve, a modo de aleph, la existencia de alguien. De él y de sus circunstancias: amén del padecimiento, padres y madres, hermanos y hermanas, mujeres y maridos, hijos e hijas... Y enfermeras y médicos. La compasión y el consuelo, aun cuando ello parece imposible, asiste a Gil Bengoa, testigo de historias, para empezar, emocionantes (el poema 31 le deja a uno al borde de las lágrimas, y no es el único), y después, deprimentes, simplemente tristes y, en pocas ocasiones, alegres. Con final feliz. Las menos, insisto, por más que la ironía y el humor, en dosis muy medidas, se cuele entre líneas.
El vocabulario es otra de las claves del libro. Al ser tan especializado (podríamos hablar de un campo léxico), dota al conjunto de una unidad esencial y lo transforma (los números cantan) en un solo poema fragmentario donde sucesivas vidas se cruzan. Quien escribe, por cierto, se reconoce en "la curiosa encrucijada de la vida". "De improviso". Porque "lo que siempre acontece a otros / te está sucediendo a ti". Eso nos ocurre a sus lectores. de pronto estamos en un hospital, en Urgencias o en planta, en un pasillo o en la cafetería y lo que a otros les sucede pasa a sucedernos también a nosotros: "No soy sino otra persona más / despidiéndose del mundo". Este es el misterio de la poesía, algo más que mera literatura. Aquí se ve.
El abanico de situaciones y, en consecuencia, de patologías, es múltiple. Muy completo. Como lo son las edades de los protagonistas (me cuesta calificarlos de personajes, aunque en rigor lo sean). Hay historias de amor y de pena. Crueldades familiares (como el del abuelo del poema 9) y ejemplos de entereza, entrega y disponibilidad dignos de elogio. Héroes y villanos, valientes y cobardes.
Pocas veces ha leído uno un libro más apegado a la vida. Pocas uno tan próximo a la muerte. Tan bello como terrible. Escrito, como ha de ser, a vida o muerte.