Café Hafa. Tánger |
Este es el prólogo que aparece al frente de la segunda edición del libro Café Hafa, de Verónica Aranda, publicado por El sastre de Apollinaire. De la primera edición ya nos ocupamos aquí.
Pocos ponen en duda que
Tánger es una de las grandes ciudades literarias del mundo. No hace falta echar
mano de la erudición ni tan siquiera de la memoria básica de cualquier lector
para demostrarlo. Lo de Barthes, Beckett, Burroughs, Bowles, Capote, Genet,
Ginsberg, Goytisolo, Kessel, Morand, Gertrude Stein, Tennessee Williams y
Yourcenar, ese puñado de escritores que, entre otros, pasaron por allí en los
últimos cien años (como anotaba José Luis de Juan en su artículo "El secreto de Tánger"), es ya un lugar común. De ahí que la bibliografía
sobre esa ciudad de las afueras de África, para decirlo con Fabio Morábito, sea
ingente. Y no deja de crecer.
Podemos unir a esa lista tan
internacional y cosmopolita como ese lugar, otros nombres. De españoles, como
el citado Goytisolo, pues para eso esa ciudad tuvo, desde hace siglos y entre
sus vecinos, a un numeroso grupo de compatriotas. Así, el inefable Ángel
Vázquez, el autor de La vida
perra de Juanita Narboni, una obra que no se puede separar del aura de
Tánger, el poeta Ramón Buenaventura o, en fin, el periodista Eduardo Haro
Técglen, tangerinos los tres de nacimiento. Uno mismo, que ni es de allá ni
apenas la ha visitado, narró en forma de verso la particular peripecia de una
mujer y su familia obligados a abandonarla por circunstancias sociales y
políticas. Ellos volvieron a la península en los años 60, cuando tantos
tuvieron que hacerlo. En realidad, a pesar de eso, nunca dejaron de vivir allí.
Como uno, desde que escuchó los relatos de aquella larga estancia africana. De
ese viaje de ida y vuelta -mirada y memoria- surgió Más allá, Tánger.
Verónica Aranda (Madrid,
1982) también residió allí, como en Italia, Portugal, Bélgica e India. Su
condición de viajera está unida a la de poeta (y a la de bloguera, en Poesía nómada). Es autora de Poeta en India, Tatuaje,
Alfama, Postal de olvido, Cortes
de luz, Senda de sauces y Lluvias Continuas. Ciento un haikus. También ha traducido poesía portuguesa y brasileña
contemporánea y al poeta nepalí Yuyutsu RD Sharma.
De su estancia en Tánger,
como profesora del Instituto Cervantes, surge éste, Café Hafa, que fue Premio "Antonio Oliver Belmás" y publicó
por primera vez Tres Fronteras Ediciones y ahora, con la incorporación de
nuevos poemas, de El sastre de Apollinaire. Uno conoció la obra gracias a
la mediación del también poeta Mario Lourtau (y de su madre, que sirvió de
correo), buen conocedor del norte de África, donde, como ella, trabajó.
El libro se abre con citas
del mencionado Paul Bowles (“Y es también en los cafés donde el visitante puede
sentir el pulso del país. En ningún otro sitio puede observar repetidamente y
de cerca a un grupo de individuos en su diario alternar, ni existir a su ritmo
para, en un momento inesperado, alcanzar un estado de empatía con la forma tan
distinta en que ellos perciben el paso del tiempo.”) y del también citado Haro
Técglen (“Muchas veces pienso que Tánger era un estado de ánimo y que
probablemente se instala para siempre en esa parte un poco fantasmal de la
memoria en la que algunas personas no sabemos lo que fue verdad de lo que fue
mentira.”) Y ya que aludimos a la palabra "mentira", bueno será
recordar la lapidaria frase del eminente tangerino Emilio Sanz de Soto, quien
dijo de Tánger fue "una deliciosa mentira".
La primera parte, "Cafés
de Tánger", con epígrafes de Tahar Ben Jelloum ("Tánger, ciudad del
Estrecho en la que reinan el viento, la pereza y la ingratitud") y Carlos Edmundo
de Ory, empieza con un verso elocuente: "Elijo la quietud", una
"metafísica" muy adecuada para sobrevivir en una ciudad que, confiesa
la voz poética, "muy pronto hago mía". Por cafés reales y otros
imaginarios, metáforas de los muchos que existieron o existen, transitan estos
versos que dan cuenta, sobre todo, de la vida de quien en ellos se sienta,
observa y bebe mientras recuerda lo que le ha sucedido fuera, en "el viejo
Tánger de los fugitivos". No en vano en esos cafés "puede durar un té
lo que dura un otoño". En "Café Hafa" no puede evitar escribir:
"Veo morir los mitos, mientras pienso en la literatura". Y menciona a
Bowles de nuevo, a su mujer Jane, Choukri y Ángel Vázquez. Sí, "Aquellos
años Tánger se llenó de escritores". Estamos ante un "universo en
tránsito".
Destacaría del conjunto el
poema "Elegía desde el Café Hafa", dedicado a Hassan Zianni, muerto
prematuramente, de una emotividad sugerente.
En la segunda parte,
"Medina", con cita de Canetti (“¿Qué es lo que amamos tanto de las
ciudades cerradas, de las ciudades que están íntegramente dentro de murallas,
que no van terminando poco a poco de un modo desigual a lo largo de
carreteras?”), viajamos, además de a Tánger (vista desde el mítico Café París),
a Tetuán, Assilah, Xauen (construida a imagen de Vejer), Fez, Meknés, Rabat,
Azemmour, Essaouira, Marrakech (la plaza de Yamaa el Fna y unas palabras de
Valente)... Y siempre el levante, el salitre, las azoteas... Podría decirse de
estos poemas que son páginas de un diario de viaje donde se entremezcla la vida
personal con la visión de aquello que se pone delante de los ojos. Todo es
asombro, extrañeza, perplejidad. Y, por paradójico que parezca, naturalidad
porque se da fe de hechos que surgen de la cotidianeidad, poco importa que
sucedan en lugares, para nosotros, exóticos.
Sí, estos hermosos poemas
reflejan su vida en la ciudad a modo de diario. Son versos evocadores, cálidos
y cercanos, que se adaptan muy bien al tono sereno y como perdido en el tiempo,
intempestivo o anacrónico, del enclave que describen. Sus calles tortuosas, sus
famosos cafés, sus zocos o sus cines, como en la tercera parte, "Cinema
Rif", que se abre con unos versos de Aurora Luque, de su poema
"Problemas de rodaje". Evoca entonces películas famosas, unidas por decadentes
atmósferas comparables, como "Ladrón de bicicletas", "Muerte en
Venecia", "Casablanca" ("hago mío el dolor de esta
ciudad"). Al leer estos poemas uno recuerda los bonitos dibujos de Pierre
Le Tan, de su Carnet tangérois.
En la última parte, "Al
lil" (la noche, en árabe), Aranda nos acerca a la intimidad del amor. Se
abre con versos de José Asunción Silva y Adonis. El amor, sí, y la noche, lo
clandestino, lo misterioso, la carnalidad de los cuerpos, el vago erotismo y la
sensualidad, inseparable de ese mundo. El amor también en árabe:
"Quasida", "Gacela".
"Vine a este territorio
de marinos sin brújula, / a esta ciudad de espías reencarnada en sus
mitos", leemos en el libro. Es verdad. A ese puerto, tan cercano como
remoto, más allá del espacio y del tiempo, no se puede ir con un plan preconcebido.
Todo es azar. Lo que nos espera no logra ser vaticinado. Cualquier sospecha
sobre lo que nos pueda ocurrir será en vano. A esa deriva dedica Verónica
Aranda sus versos. Son el reflejo de la perplejidad. La muestra de una trágica
o feliz sucesión de asombros. En Tánger, desde la extrañeza, uno es otro.
Dijimos que se citaba al
principio una reflexión de Haro Tecglen, para quien Tánger era, sobre todo, un
estado de ánimo. Lo que, en mi modesta opinión, sigue siendo. Algo que viene a probar
este hermoso libro.
Álvaro Valverde,