De Fernando Ferreró (Zaragoza, 1927) ya hablamos aquí, a propósito de su libro anterior, Memoria, publicado, como éste, Cadencia, en la colección La gruta de las palabras de Prensas de la Universidad de Zaragoza, que dirige el escritor Fernando Sanmartín.
Como en aquél, es imposible sustraerse al hecho de que quien lo ha escrito está a punto de cumplir noventa años. Que es alguien, como el personaje de uno de los poemas, "de avanzada edad". Eso supone, por un lado, que el poeta, con la cabeza lúcida, está en posesión de todas las armas de su oficio, y se nota. Por el otro, que el balance de la vida y la vejez han de ser asuntos sustanciales de la obra.
Destaca la sobriedad y concisión de los treinta y dos breves poemas meditativos ("El hombre tal vez nota / su estado pensativo, / el gozo de estar quieto / recibiendo el efluvio / de este lugar y piensa / un poco, casi nada") que forman Cadencia (son varias las acepciones de la palabra que podemos relacionar con el título), mesura que tiene mucho de clásica. En un doble sentido también: por la forma, discreta y sin estridencia o alardes, y por el pensamiento que recoge, estoico de la mejor estirpe, sin que por ello le falten sus gotas de epicureísmo. Léase el poema 31, que termina: "Vive plácidamente / si es que te lo permite el destino / y goza del interno espejismo / que alientas".
Se agradece la serenidad de estos versos que tienen mucho de memoria y recuento. Los últimos dicen: "Hablar en general es sentirse impreciso / y no saber qué ha sido de tu vida: / si un gozoso relato / o un simple acontecer errático".
De Iside Zecchini (Venecia, 1921-2011) nada sabía uno hasta ahora. Y no creo ser el único. Algo que hemos solucionado gracias a Luciana Collu y Gabriel Sopeña, profesores de la Universidad zaragozana, que han traducido y presentado a los lectores españoles (o en español) sus poemas en la antología El huésped. Entre otras cosas (por más que uno eche en falta alguna referencia a su bibliografía), nos explican en su ajustado prólogo que tuvo una firme salud débil, que fue profesora (de primaria y secundaria, así como en la formación de maestros), que vivió la mayor parte de su vida cerca de la estación ferroviaria de Venecia y que estuvo felizmente casada con Carlo Mastrocinque. al que dedica uno de los poemas más emocionantes del conjunto: "Esposo mío". Sí, como indica la crítica, la suya es una poesía "de las pequeñas cosas". Hay en ella un "encanto por lo diminuto", lo que sólo en apariencia carece de importancia. "Para vivir experiencias / ya no es necesario viajar", escribe en el poema "Vejez". No es extraño, así, que aliente en sus versos, otro lugar común, un "profundo sentimiento religioso". Léase "Fe". En sus versos, en Amor (que escribe con mayúsculas); lo que ve desde la ventanilla ("finestrino"): un árbol, un pájaro, la hierba, el viento; los que ya no están, que observa desde el "laberinto"; el paso de las estaciones (el del tiempo), las calles.
Hay poemas memorables. Como el que da título al libro (claramente veneciano), "Víspera", "Lola", "Nassirya", "Octubre"...
Con la poesía de Zecchini sucede lo mejor: que uno se queda con ganas de más. O, a falta de ello, de releer una vez más esos sugerentes, silenciosos versos.