© Miguel Almagro |
Lo de los premios de poesía en
este país es cosa de traca. O de atraco, no sé. Menos mal que uno no se
presenta a ninguno desde hace más de veinte años. Visto lo visto, me daría
pánico tener que hacerlo. ¡Vade retro!
Sería además en vano, a buen seguro. Y no hablo de la calidad de lo escrito,
que esa es otra historia. Cuestión de relaciones, ya se sabe. Nada nuevo. Ya lo
ha dibujado El Roto en el diario El País:
"La amistad es lo más grande", comenta alguien, a lo que otro
responde: "Después del amiguismo".
Es curioso: en España, día sí y
día también, mencionamos la corrupción, pero no se dice ni pío (a quién le
importa de verdad la literatura) de la pequeña que ensucia ese rimero de
galardones que nos invade (dejo al margen los premios grandes; el Nacional, el de la Crítica o el Reina Sofía, por
ejemplo), muchas veces sostenidos, ay, con fondos públicos. Lo que no
justifica, que conste, las tropelías que se hacen en algunos privados, por muy
particulares que sean. Una desvergüenza, sin duda. Estamos, sí, ante
procedimientos, lato sensu,
presuntamente mafiosos. En el sentido de “grupo organizado que trata de
defender sus intereses”. Llevados a cabo, qué curioso, por gente que luego
pontifica sobre las inmoralidades en voz alta. Ah, los espíritus puros. Eso por
no hablar de los que van de malditos por la vida (literaria), sección numerosa
en el gremio; esos cínicos profesionales que se prestan encantados a este
indecente juego de intereses.
¿Habrá alguien que se atreva, de
una santa vez, con este desagradable asunto? ¿Algunos, mejor? Datos en mano,
claro. Estadísticas mediante. Es sencillo. ¿O seguiremos callados viendo cómo
se corren la juerga unos cuantos (la lista es larga) delante de nuestras
estupefactas narices? Desde fuera, los últimos casos le parecen a uno de una
evidencia sangrante. Y lo que más duele: a espectadores (como yo) y a
protagonistas del enredo, nos toman por tontos. El crítico José Luis García
Martín, justo es reconocerlo, ha denunciado más de una vez que el emperador iba
desnudo. Hablaba con conocimiento de causa. Desde dentro.
Más allá del respeto y hasta la
admiración que uno siente por tal o cual poeta, que habrá dado a luz un libro
estupendo (algo que no se pone en cuestión), y por los premios limpios (no
pocos) que otorgan jurados responsables (uno puede dar fe), me estomaga esta
forma de proceder ajena a la ética y a la más mínima dignidad. No digamos a la
elegancia, que debería regir cualquier tema relacionado con la noble poesía.
¡Pobre!
Sin que uno quiera ponerse
estupendo, se recordaba aquí atrás, a propósito de la última novela de Antonio Muñoz
Molina, una certera frase de Martin Luther King que aludía al “escandaloso
silencio de los justos”. Salvadas las debidas distancias, puede que lo nuestro
sea poca cosa comparado con las otras corrupciones, pero no por eso callarse
deja de ser un inmenso, antipoético error.
El Roto / El País |