Dedicó uno apenas cuatro poemas "a la bondadosa memoria de mi padre" y el nuevo libro de José María Jurado García-Posada, Gusanos de seda, lo está a la "tierna memoria" del suyo, que murió recientemente. Se ve que los dos tuvimos suerte. Con esa complicidad de ánimo es más fácil adentrarse en las páginas, no muchas, de un libro tan singular como la obra de este sevillano que vivió su infancia en Cáceres y que viaja por el mundo con la mirada atenta del observador memorioso.
La edición, una delicia, se debe al propio autor: JMJ (me recuerda JMMJ, el sello personal de otro elegante, José María Micó, que acaba de enviarme "Los simoníacos", de su serie Dantesca). Pudiera parecer que la intimidad del homenaje exigiera cuidar todos los detalles, hasta ése.
Una fotografía actual, del poeta en Roma, y otra en Sevilla y en brazos de su padre (era el 74, el año de su nacimiento), flanquean los sentidos versos elegíacos que componen, ya decía, un libro que va a su aire, aunque cargado, como es común en Jurado, de referencias cultas: a la poesía, el arte y la música. No es extraño que en la contracubierta (el libro ha sido diseñado por el extremeño Pámpano Vacas y está impreso en Badajoz) se inserten dos textos elogiosos y precisos de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Colinas, dos maestros confesos del poeta. El primero alude al talento de Jurado basado en un "oído exquisito, una profunda sensibilidad y un poder de convicción que traslada al lector al territorio emocional del poeta, haciéndolo partícipe de su visión del mundo". El segundo, afirma que "hay pocos poetas tan secretos, por auténticos" que él. Y señala el "claro frescor de sus versos", "la cultura tan finamente expuesta (y fundamentada) que late en los mismos" y "la originalidad con la que son presentados los temas en cada poema".
Estos no sólo se centran en la recordada figura paterna, sino que alcanzan, en ese tono melancólico de las pérdidas, asuntos, se dijo, habituales en la poética de Jurado. Así, la infancia (en "Águilas, 14": la casa familiar y la madre), los viajes (Roma, Lisboa, Salzburgo, Trafalgar o Cáceres, al que dedica el emotivo "Canción triste de Hill Street"), la música, la pintura y la literatura (Schumann, Pärt, Mann, Trakl, Sánchez Cotán), su vida ("Miércoles de ceniza", "Enero en la Isla León", "Fin de curso", "Let it be")... Barroco a rachas y clásico siempre, sonetos mediante, la dicción serena y meditada de Jurado se abre paso entre la naturalidad y la emoción sin que el lector tenga que hacer esfuerzo alguno, como explicaba De Cuenca, para habitar ese mundo que el poeta recita.