Desde muy joven, he leído poesía griega. La clásica, que conocí a través de los volúmenes azules de la editorial Gredos (que pagaba en cómodos plazos) y los más modestos, pero no menos rigurosos, de Alianza y Cátedra. También de la moderna o contemporánea, representada por autores como Cavafis (a cuya recepción en España dediqué mi anterior artículo), Seferis, Ritsos, Elytis (cuya poesía se difundió rápidamente gracias al Nobel)…
Me atrajo, más que nada, su mediterraneidad
y, ya ahí, su carácter luminoso y solar. Siempre me ha gustado la poesía diurna
y los poetas del mediodía, algo que va más allá de la mera mención de la luz.
Sí, nunca he dejado de frecuentar a los poetas griegos. Me he sentido muy a gusto en su mundo, que es, quién lo duda, el de la Poesía. Donde empieza todo.
Por suerte (uno, ay, desconoce esa lengua), hemos contado con traductores que nos han acercado esos versos. Una pléyade que no cesa. Así, gracias a esa mediación y a editoriales ejemplares, como Pre-Textos o Acantilado, siempre atentas a lo griego, puede decirse, parafraseando el título de la famosa película de Zwick, que uno está en su gran racha griega, pues últimamente he leído y reseñado libros de poetas griegos como Cavafis (la traducción de Juan Manuel Macías de su poesía completa, publicada por Pre-Textos, ha sido un acontecimiento), Ritsos (la misma editorial valenciana dio a conocer en 2015 Romiosyne seguido de La Señora de las Viñas, en versión de Juan José Tejero, y Acantilado sigue publicando su obra, desde hace años, en modélicas ediciones de Selma Ancira) o Mavrudís (del que tradujo Vicente Fernández González, para Pre-Textos también, Cuatro estaciones).
De poetas más jóvenes, y acaso menos clásicos, también ha tenido uno ocasión de leer Encima del subsuelo, de Kostas Vrachnos (en la Colección Romiosyne); Aniversario, una interesante antología de Angelís Dimitris (Valparaíso); y, más recientemente, Nuestra nevera, de Petros S. Stefaneas (Sloper).
Pero no sólo de poesía actual vive el lector curioso. Así, la mencionada editorial barcelonesa Acantilado publicó el pasado año otro libro que no ha pasado desapercibido. Me refiero a Aquel vivir del mar. El mar en la poesía griega. Antología, de la poeta y helenista Aurora Luque, donde da cumplimiento a un deseo: el de que existiera en español una floresta que recogiera poemas de autores griegos antiguos sobre el mar, escritos a lo largo de más de mil años de historia. Porque, como bien dice Luque, "Toda la literatura griega está penetrada por el mar". La obra incluye los apartados: poesía épica arcaica, lírica arcaica, del drama, helenística, de la Antología palatina y tardía. Viene a confirmar, con Píndaro, que "El agua es lo supremo". Y que, como contaba Homero, "vivir es navegar".
Recordaré, en fin, que una de las más exquisitas editoriales españolas, Nórdica, y en su colección de libros ilustrados, publicó Ítaca, el famoso poema de Cavafis, en traducción de uno de nuestros mejores helenistas, Vicente Fernández González, y con dibujos de Federico Delicado.
NOTA: Este artículo ha aparecido publicado en la revista griega Frear, en su número 14.