Lo primero que sorprende de De un nuevo paisaje, el último libro de Hasier Larretxea (Arraioz, Valle de Baztan, 1982) es su estupenda factura. Está publicado por la exquisita Stendhal Books y es el primero de esa editorial barcelonesa que veo y leo. Una preciosidad, vamos. La segunda sorpresa, más personal, me sobrevino -otra vez- al leer el prólogo que firma la poeta gallega Chus Pato, demasiado lírico y enmarañado para mi gusto. De los que, en mi modesta opinión, despistan. Con todo, lo diré pronto, De nuevo un paisaje me ha parecido un libro extraordinario. Y cuando digo "extraordinario", un adjetivo al que se teme, sólo aspiro a decir "fuera del orden o regla natural o común", que diría el DRAE, lo que en rigor debería ser cualquier libro de poemas que se precie. Éste, para empezar, lo es porque se asienta en un territorio reconocible y cercano, el natal de su autor, sin que por eso se pueda acusar a Larretxea de campestre, paisajista o pueblerino (tampoco de nacionalista), pues nada más cosmopolita, casi siempre, que lo local bien entendido. Ese mundo natural ("El movimiento suave y leve de la naturaleza"), el del origen, dota de autenticidad a una escritura que a uno le recuerda, por el tono, a poetas que uno leía hace años: Gamoneda, el Mestre de la primera época o Llamazares, tan iguales como distintos entre sí. Pero también a poetas extranjeros, de ahí la universalidad de la apuesta. Como Heaney, pongo por caso, uno de tantos entre los anglosajones que no perdieron nunca sus raíces, su proximidad a la tierra, en especial, la de su infancia.
Lo "fuera de lo común" se justifica también por lo del ritmo de sus versos que te lleva, sin que puedas evitarlo y a través de la música, hasta un estado de placidez que añade sentido a lo expresado. No, no será uno el que niegue acierto y bondad de esta aventura.
"Paisajes del retorno" es la sección que mejor se adapta a lo que acabo de decir. Es, acaso, la parte más sustancial y sustanciosa del libro. Digo "parte" y "sección" pero estamos ante poemas sin título que no dejan de ser fragmentos de un único, extenso poema.
"Escribir / es el paisaje desde donde contemplar", escribe Larretxea. "Escribir, / la única manera de atravesar el valle / sin pisarlo".
En "Paisajes interiores" el protagonista es el amor, la relación, el otro: "No se es uno / sin el otro". O: "Entender al otro, / saber de uno mismo".
Preciosos me han parecido poemas (o fragmentos, ya digo) como "Que nadie dé pasos por ti" o "Yo también".
"Nos quedará siempre la geografía", leemos (la prologuista ya relacionó esta poesía con la de Elizabeth Bishop: "Más delicados que los de los historiadores, son los colores de los cartógrafos"). Y la infancia: "Que no se apague nunca / la llamarada de la infancia, el único lugar in(di)visible / al que podemos volver, / después de todo".
"En un paisaje devastado" la guerra y la violencia son la clave. Allí, Sarajevo. Y el miedo, el terror, los refugiados, el destierro, las fosas comunes... La indignidad de unos que pisotea la dignidad de otros. Un viejo asunto que no cesa.
"Paisajismo", en fin, reúne breves poemas (de dos, tres versos) de impronta, sí, minimalista, donde, entre otros, leemos: "Somos / lo que limita / con el dolor". Y: "Mirada, / autobiografía/ del miedo".
En un momento dado alude el poeta a "esa visión de la claridad", palabras que se ajustan muy bien, según creo, a lo que ofrece este libro emocionante. Libro, y termino, que uno relaciona directamente con su obra anterior, Niebla fronteriza, que ya tuvimos ocasión de comentar aquí.
Lo "fuera de lo común" se justifica también por lo del ritmo de sus versos que te lleva, sin que puedas evitarlo y a través de la música, hasta un estado de placidez que añade sentido a lo expresado. No, no será uno el que niegue acierto y bondad de esta aventura.
"Paisajes del retorno" es la sección que mejor se adapta a lo que acabo de decir. Es, acaso, la parte más sustancial y sustanciosa del libro. Digo "parte" y "sección" pero estamos ante poemas sin título que no dejan de ser fragmentos de un único, extenso poema.
"Escribir / es el paisaje desde donde contemplar", escribe Larretxea. "Escribir, / la única manera de atravesar el valle / sin pisarlo".
En "Paisajes interiores" el protagonista es el amor, la relación, el otro: "No se es uno / sin el otro". O: "Entender al otro, / saber de uno mismo".
Preciosos me han parecido poemas (o fragmentos, ya digo) como "Que nadie dé pasos por ti" o "Yo también".
"Nos quedará siempre la geografía", leemos (la prologuista ya relacionó esta poesía con la de Elizabeth Bishop: "Más delicados que los de los historiadores, son los colores de los cartógrafos"). Y la infancia: "Que no se apague nunca / la llamarada de la infancia, el único lugar in(di)visible / al que podemos volver, / después de todo".
"En un paisaje devastado" la guerra y la violencia son la clave. Allí, Sarajevo. Y el miedo, el terror, los refugiados, el destierro, las fosas comunes... La indignidad de unos que pisotea la dignidad de otros. Un viejo asunto que no cesa.
"Paisajismo", en fin, reúne breves poemas (de dos, tres versos) de impronta, sí, minimalista, donde, entre otros, leemos: "Somos / lo que limita / con el dolor". Y: "Mirada, / autobiografía/ del miedo".
En un momento dado alude el poeta a "esa visión de la claridad", palabras que se ajustan muy bien, según creo, a lo que ofrece este libro emocionante. Libro, y termino, que uno relaciona directamente con su obra anterior, Niebla fronteriza, que ya tuvimos ocasión de comentar aquí.