Aunque habrá lectores que por despiste manifiesto o por razones de edad aún no la conozcan, descubrir a estas alturas la poesía de Felipe Benítez Reyes (1960) no deja de ser una rareza. Para los primeros y sobre todo para aquellos que aprecian su valor, reconocido con todos los premios importantes de este país (algunos de los gordos están aún por llegar), Renacimiento, en su famosa colección 'Antologías', ha puesto en circulación Las formas de la luna, un florilegio con un montón de poemas escogidos por el de Rota (de entre 1979 y 2016), donde no faltan algunos inéditos. El prólogo es de José Andújar Almansa y puedo asegurar que es concienzudo, preciso e informado. Su lectura, una perfecta manera de iniciarse en la compleja poética del autor andaluz que, por cierto, sigue triunfando con su última novela, El azar y viceversa, que va, según creo, por la tercera edición. La visibilidad, digamos, de ésta y el silencio que ha pesado sobre la antología (el mismo que pesa sobre todas) pone de manifiesto las diferencias de recepción crítica y lectora entre géneros. Lo que no obsta para que desde este rincón reivindiquemos una vez más, alto y claro, nuestro incondicional fervor por la pobre poesía. Por muy narrador que sea nuestro poeta.
Por su parte, otro gaditano, José Mateos (Jerez, 1963), publica Poesía esencial un amplio recorrido por su obra que se ha encargado de prologar, con solvencia, Pedro Sevilla. En ese texto se nos habla del "poeta de las preguntas", de alguien que debido a su alto y riguroso nivel de exigencia requiere "corresponsabilidad a sus lectores".
"No es empeño fácil adentrarse en la lectura de la obra poética de José Mateos", dice Sevilla, y uno, que asiente, se ve en la obligación de explicar que no porque sea de difícil comprensión, vanguardista o hermética, todo lo contrario, sino por su paradójica sencillez que, de puro transparente, desconcierta. Exige, sí, que el lector se sitúe ante ella sin anteojeras ni prejuicios (va por libre y a su aire, sin escuela a la que agarrarse) y, más allá, con la debida atención y calma, algo que en estos tiempos resulta, o eso me temo, complicado.
"No es empeño fácil adentrarse en la lectura de la obra poética de José Mateos", dice Sevilla, y uno, que asiente, se ve en la obligación de explicar que no porque sea de difícil comprensión, vanguardista o hermética, todo lo contrario, sino por su paradójica sencillez que, de puro transparente, desconcierta. Exige, sí, que el lector se sitúe ante ella sin anteojeras ni prejuicios (va por libre y a su aire, sin escuela a la que agarrarse) y, más allá, con la debida atención y calma, algo que en estos tiempos resulta, o eso me temo, complicado.
Dios ("Aspira a Dios", dice Sevilla), la muerte del padre (la idea de la muerte en general: "Nunca estás solo. La muerte te acompaña"), la memoria ("esa única patria: mis recuerdos"), la enfermedad y el dolor, el inexorable paso del tiempo, la infancia y la juventud perdidas y, sobre todo, la vida son algunos temas recurrentes. La niebla, el símbolo por excelencia; título, además, de uno de sus mejores libros.
El aforismo ("soleá en prosa", al decir de Sevilla) nunca falta en una poesía concebida desde las tradiciones, en la que el soneto se une al haiku con naturalidad y donde no faltan las canciones. A veces se escucha la palabra del moralista y el tono profético o visionario. Bien está.
La floresta incluye poemas inéditos, algunas "rememorias" y un puñado de "divinanzas". Un libro, en suma, muy recomendable. Que hará menos secreto a este poeta del retiro, la soledad y el silencio.