23.11.16

Lanseros y Hernández en EC

Raquel Lanseros
Madrid, Visor, 2016. 268 páginas. 

Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973) es autora de Leyendas del promontorio, Diario de un destello, Los ojos de la niebla, Croniria y Las pequeñas espinas son pequeñas, libros que se agrupan ahora en Esta momentánea eternidad. Poesía reunida (2005-2016), una edición que incluye poemas exentos e inéditos.
Al frente de la obra, once años de "largo camino", firma un breve prologo que resulta al lector útil y preciso. En él declara que la poesía es ante todo un "acto de amor" y que en ella se mueven "muchas fuerzas de índole afectivo". Amor a las palabras, a las raíces, a los libros, etc. Cita a Brodsky para explicar que ambos "operan en la misma dirección pero en sentido contrario", que "parte de lo finito para llevarnos hasta el infinito".
También indica que pretende facilitar el acceso a libros agotados o inencontrables; cinco entregas que recupera íntegramente, "sin ningún cambio", tal cual se editaron, por "devoto respeto a lo que quedó escrito". Lo otro sería "falseamiento", dice. El título, procedente de un verso propio, alude a "un modo personal de encapsular un tiempo y unos sueños". Aboga por la libertad y la rebeldía.
Los poemas están escritos con un lenguaje donde conviven el tono narrativo (y dialogado) con el lírico, la línea clara y la imaginativa (lo real y lo imaginario), lo racional con lo inspirado. Cabe destacar su elegante ritmo lento, una música personal y encabalgada que realza, sin forzarlo, cuanto expresa. O el uso de una abundante adjetivación, así como de suaves metáforas terrestres o geográficas, digamos, basadas en símbolos asequibles como barcos, islas, reinos, ríos, cataratas o fronteras.
Poemas viajeros y ultramarinos, con nombre de lugar, propios de alguien que ha vivido en muchos sitios, pero que siempre vuelve. Poemas sentenciosos y reflexivos. De la memoria y el conocimiento. Poesía autobiográfica, en torno "a la existencia propia". De mujer. Frágil, más allá del tópico (fragilidad y poesía van de la mano), a la intemperie. Poesía del amor (y del desamor), un asunto clave para cualquiera que acaso sea el más frecuentado por Lanseros. Léase “Contigo”.
Sus personajes suelen ser seres anónimos o genéricos: un hombre, una mujer (más en Los ojos de la niebla) y no faltan presencias insoslayables: la de su familia, por ejemplo, ya sea la madre o un bisabuelo. 
"No hay verdad más profunda que la vida", escribe. De eso da fe.

Antonio Hernández
Calambur, Barcelona, 2016. 176 páginas. 

Con su libro anterior, Nueva York después de muerto, publicado en 2013, Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943) consiguió el Premio Nacional de Poesía y el de la Crítica. Perteneciente a la denominada Generación del 60, junto a poetas como Diego Jesús Jiménez, Félix Grande o Jesús Hilario Tundidor, brumosa tierra de nadie de la poesía española comprimida entre dos famosas promociones: el Grupo del 50 y los Novísimos, Hernández, reconocido con números premios y honores, es autor de una profusa obra poética que agrupó en Insurgencias (Poesía 1965-2007).
Viento variable reúne poemas escritos entre 2010 y 2015, como se nos explica en la “Nota de autor”, y forma parte de lo que llama “poesía total”, porque toma recursos de otras artes; versos de carácter “dicotómico y epicolírico -canto y cuento-“ donde poesía y literatura “se funden” con oficio. Aunque hay una “voluntad de autonomía de cada poema”, se organizan en “grupos temáticos emocionales” que encabezan diferentes epígrafes de autores dilectos.
El tono, más prosaico que prosístico, se adapta bien a los asuntos relatados, que tienen que ver, sobre todo, con la biografía del autor (“Voy a contarles mi vida”). Recuerdos y anécdotas de cuando era niño (la infancia protagoniza una de las partes, la de “Ruego”, “Primeros pasos”, “Nostalgia”, “Rumor de la infancia”, “El embargo”); paseos de jubilado por calles y parques (la vejez es otro tema habitual); situaciones cotidianas con nietos, hijos, mujer y demás familia (con evocación del abuelo Manolito Ramírez y del primo Pepito el Rana) o con amigos (Claudio Rodríguez, por ejemplo); los “paraísos perennes” o “imperdibles” (con menciones a los maestros: Borges, Rosales, Lorca, Alberti); la música (donde no falta el flamenco); la preocupación social (una constante en su poesía)… Sí, este libro es, entre otras cosas, una suerte de memorias y tiene algo de balance o ajuste de cuentas. Principalmente, consigo mismo (así en el machadiano “Mea culpa”). O cuando alude a lo sucedido con los citados premios (“Pavoneo”, “Pompas fúnebres” y los que componen la sección que inaugura una cita de Vallejo), si bien cifre su “éxito definitivo”  en “poder / jugar con los nietos”. La ironía (léase “Anónimo veneciano”) juega a favor del libro, a pesar de poemas como “Tautología” o “Insidias”. “¿Cómo se puede odiar a un tipo como yo?”, pregunta. “Nunca me las di de maldito”, subraya. Ahí ve uno esta poesía entre la autocomplacencia y la acritud respecto a sí mismo. 

Nota: Las reseñas de los libros de Raquel Lanseros y Antonio Hernández se publicaron el pasado viernes en El Cultural.