En lo primero que pensé al conocer que Acantilado publicaba Releer a Rilke, de mi admirado Adam Zagajewski, fue avisar a Basilio Sánchez (quien ya habrá leído la reciente, monumental biografía de Mauricio Wiesenthal editada por el mismo sello barcelonés), que, además de compartir con uno la devoción por el poeta polaco, tiene a Rainer Maria Rilke como maestro. "Debo confesar mi propia inconstancia frente a la obra de Rilke", escribe el autor de Lienzo, palabras que, con su permiso, hago mías. Sí, aunque conocí pronto, en los principios de esta carrera de fondo que es la lectura, su poesía (que tradujo, entre otros, José María Valverde), a pesar del inicial deslumbramiento (que no ha cesado) y de haber leído todo lo sustancial que en sucesivas ediciones y reediciones se ha venido publicando del autor de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, nunca he considerado a Rilke como uno de mis poetas favoritos. No hasta ahora, al menos. Lo digo porque si algo me ha gustado (y mucho) del breve ensayo de Zagajewski es el interés que ha vuelto a despertar en mí por su poesía, un hecho que atribuyo, además de por sus sagaz lectura del escritor checo en lengua alemana (Praga, en Bohemia, su ciudad natal, pertenecía entonces al Imperio austrohúngaro), por la excelente elección de los pocos poemas suyos que cita, traducidos en su mayor parte por Juan Rulfo (de Las elegías de Duino publicadas por Sexto Piso).
Del libro, traducido estupendamente por Javier Fernández de Castro, he acabado subrayando casi todo. Que es "el mejor ejemplo de vida de un artista moderno"; su comparación con Goethe, que le precede; su alineación antimoderna ("Rilke es un antimoderno"); su rigor y su disciplina, "los sacrificios que hizo"; su condición nietzscheana de solitario; su pulsión epistolar; su paciencia, a la espera del poema total; su entrega absoluta a la poesía; su relación con Lou Andreas-Salomé, con quien viajó a Rusia, y con Rodin; su condición de poeta sin raíces y sin casa ("sin refugio permanente"); su retiro en la torre de Muzot; la creación de un territorio personal a partir de las citadas Elegías; la perfección de "Torso arcaico de Apolo"...
La segunda parte, digamos, donde Zagajewski se implica personalmente y alude a su autobiografía literaria en lo que a Rilke, Jastrun, Rózevicz, Cavafis y otros respecta, me parece aún más interesante. No digamos cuando leyendo al poeta acaba leyéndose a sí mismo e interpretando su singular poética. Cree, en fin, que Rilke "representa la esencia de la poesía en la pureza del canto lírico". Y que "todavía nos habla". A gritos, diría uno.