27.10.18

Bernal

Del mismo modo que nuestro añorado amigo José Miguel era Castelo, José Luis es Bernal. Así me refiero a él desde hace muchos años. Sí, nos conocimos cuando éramos aún estudiantes en su Cáceres natal, antes de que ninguno de los dos hiciera públicas sus veleidades literarias. Entonces la procesión iba por dentro.
Como recordaba hace poco Javier Cercas, y con permiso de Horacio, “no tengo ninguna duda de que sin admirar a los buenos no hay forma de emularlos”. Por eso mi amistad a lo largo con Bernal está fundada, desde el principio, en la admiración. Por las dos facetas que definen a este ser, digamos, bifronte: la del profesor y estudioso y la del creador y poeta. Ya lo señalé recientemente, con motivo de su ingreso en la Real Academia de Extremadura, un hecho, por cierto, muy significativo para los escritores extremeños de su generación, la de los 80 o de la Democracia, y ya allí para los de la “Cosecha del 59”, que diría Elías Moro.
Aunque nunca me ha dado clase, me consta que es un docente de los que honran a nuestra agraviada universidad. Más allá, en su tarea de estudioso, sí he podido apreciar como es debido sus ensayos e investigaciones sobre, pongamos por caso, la literatura de Vanguardia, la poesía del 900 y la del 27, centrada en las obras de Luis Cernuda y Gerardo Diego. En este sentido, Bernal ha sabido colmar sobradamente las expectativas que su maestro Juan Manuel Rozas supo depositar en él. Los dos profesores, los dos poetas, los dos críticos y, no lo olvido, los dos bibliófilos; como Moñino, otro de sus referentes, a quien dedicó una excelente monografía.
Fui consciente, desde muy pronto de su valía como poeta (estaba en el jurado que le concedió el premio que dio origen a su primer libro) y he seguido su parca carrera poética con creciente interés. No en vano considero su último libro, Tratado de ignorancia, el mejor de poesía de cuantos ha dado a la imprenta, además de Primavera invertida (1984) y El alba de las rosas (1990).
Pero no se agota la biografía de José Luis Bernal en una simple enumeración de méritos académicos y de logros líricos. También he tenido la suerte de admirar al Bernal humanista, el más cercano al hombre que en realidad es. El mismo que se comprometió en su incipiente juventud con las ideas de la No Violencia propugnadas por Lanza del Vasto, algo normal si se tiene en cuenta su educación franciscana y pacífica. El mismo que se implicó de lleno en el Centro Unesco Extremadura, del que es Vicepresidente desde su fundación, una entidad donde la figura de Castelo, su mentor y amigo, sigue brillando. Este vínculo no es sino uno más de cuantos conforman su compromiso con Extremadura –otro gesto generacional–, una tierra que pedía a gritos complicidades como la suya: la de personas formadas, rigurosas y con criterio.
No olvido, solo faltaría, que cuando las cosas vinieron mal dadas en la Editora y fui destituido, publicó un artículo, no carente de osadía, en mi defensa.
A su elegancia intelectual –que coincide, cómo no, con la personal–, a su noble carácter educado, sereno y cariñoso (nunca falta en su boca un “mi niño”), al tipo inteligente, se suma lo que uno considera, acaso por contraste, una rareza: la de su amor por el flamenco, del que es un entendido, como lo fuera otro de sus maestros, el fortuito extremeño Félix Grande. 
Podría evocar muchos momentos cómplices en compañía de Bernal, casi siempre junto a otros amigos también escritores. En congresos reuniones, jornadas, presentaciones, etc. Me quedaré con uno muy especial para mí que él acaso ni siquiera recuerde. En una sala de la antigua Facultad de Letras (de la que ahora es decano), cuando presentó mi libro Una oculta razón. Su agudeza crítica me dejó aquella mañana sorprendido. Esa admiración, ya digo, no ha cesado, ni mi felicidad agradecida por haberlo tratado y conocido.

Nota. Este texto forma parte del homenaje de la Unión de Bibliófilos Extremeños (UBEX) a José Luis Bernal y se ha publicado en la Gazetilla