José Antonio Santano firma esta nueva reseña que aparece publicada en la revista Todo Literatura. Gracias.
La poesía no es otra cosa que una búsqueda constante del “yo” frente al mundo, un instrumento para entender y entendernos. Bucear en nuestro propio “yo” abismándonos en los misterios de la vida, de cuanto amamos y odiamos, del bien y del mal; un continuo indagar el espacio y el tiempo para reconocer o reconocernos en lo que fuimos, somos o desearíamos ser.
_________________________________________________
Decía días atrás el poeta Antonio Gamoneda que “la poesía no sirve para nada en una sociedad como la nuestra”, para añadir acto seguido que sí puede, en cambio, “intensificar la conciencia de un modo personal e individualizado, algo muy útil a la hora de enfrentarse con realidades objetivas como los desbarajustes en nuestros días”.
Se trata, pues, de que la poesía sea ese antídoto contra la tiranía en todos sus estadios. Por esta y muchas razones más la poesía viene a ser una luz deslumbradora que nos precipita sobre el cosmos y nos colma con un cálido e infinito abrazo. De esta manera se nos muestra en “El cuarto del siroco”, última entrega del poeta Álvaro Valverde (Plasencia, 1959). La voz del poeta es en este poemario raíz misma del ser, se adentra en la oscuridad de lo desconocido y resurge como un ciclón devastador de la palabra, esa que revive en cada verso de una manera transgresora a la vez que sencilla. Valverde no se deja amilanar por este viento temible del siroco, su encierro en ese “cuarto” es solo aparente, porque en él se halla y se abarca el universo todo. Contra el siroco, ese viento enfurecido de la existencia, aplica el bálsamo de la poesía, de cada verso en la palabra esencia que lo contiene. La vida late en cada palabra, en un temblor que se reconoce heredero de la más grande tradición poética. Álvaro Valverde nos descubre en cada uno de los poemas que conforman este libro las luces y las sombras del humano existir, de la capacidad del hombre para transformar y transformarse. Ya desde el primero de los poemas “A modo de poética” nos aproxima Valverde a su particular visión del mundo, que a fin de cuentas es poesía, donde el agua, esa que nos sacia la sed, en su transparencia y pureza es como la vida misma: «Como el agua, / que limpia se detiene en esas balsas / formadas por las hojas cuando obstruyen / el frágil discurrir de la corriente. // Como el agua, / que la mano atraviesa confiada / y nunca, sin embargo, toca fondo. / Como el agua, metáfora y verdad. / Sí, como el agua». Con suma sencillez, con la palabra justa y necesaria, nos abre las puertas de su universo poético Álvaro Valverde. Todo es búsqueda y hallazgo en su poética, que responde al devenir de la existencia, del tiempo que se escapa para no volver. Toda inquietud o incertidumbre queda fijada en la mirada del poeta, toda nostalgia o melancolía, toda la belleza y el amor trasciende en este poemario: «Esta palmera, amor, / es más que un árbol: / es el testigo fiel / de lo que fuimos / y el testigo veraz / de lo que somos / y el testigo de aquello / que ya nunca seremos». Humanismo y Naturaleza se muestran como dos grandes pilares de la poética de Valverde, y en esa dicotomía se forma y construye la verdadera esencia, su generosa entrega a los otros, a la vida que discurre a su alrededor y que contiene en las pequeñas cosas el más acertado juicio: «No es un pájaro / al que los ornitólogos / ni los aficionados a las aves / destaquen por su brillo o su belleza… / Sin embargo, su canto, / que se levanta poderoso / antes del alba, / detrás de mi ventana, / como un tenue milagro, / hace del mirlo / la más maravillosa criatura. / Posado sobre el muro, / su trino da sentido a la mañana». Avanza siempre Valverde hacia la luz de lo cotidiano, de aquello que acontece en derredor suyo, observa, medita y florecen en su escritura significados y significantes de tal manera que todo deslumbramiento es posible, que la vida es y está ahí desde aquel niño que fue o su contrario, la vejez («Yo también envejezco / y como él necesito / realidades, no humo»; también los amigos, las mujeres que fueron en su vida («Sí, mas con todo, ellas son la fracción que este hombre precisa para serlo al completo»), los libros («Sólo los libros / me sirven de consuelo / en estos interiores donde habita / la sombra y la penumbra»), la fugacidad del tiempo o la muerte son hilos conductores de su escritura. En definitiva, el hombre como centro del universo, como así queda meridianamente claro en el poema “Aquél”, del que reproducimos estos versos: «AQUÉL que se levanta cada día / y piensa que la muerte se le acerca. / El que triste se afeita distraído / sin más motivación que la costumbre. / Aquél que va al trabajo y que camina / con su turbio pasado a las espaldas… // El hombre que a pesar de todo eso / se resigna o se obstina, mas no cede. / Quien resiste sereno a la intemperie. / Aquél que no consigue / ni darse por vencido». Un libro que nos devuelve la esperanza y la creencia en la poesía, en la más grande poesía actual española, cual es la que representa Álvaro Valverde: «La poesía / que hoy sólo se me antoja / tan sencilla / como el gesto de alguien / que da un vaso de agua / a quien padece sed».