Isla Correyero
Visor, Madrid, 2018. 302 páginas.
Isla Correyero (Miajadas,
Cáceres, 1957) se dio a conocer con el libro Cráter,
al que siguieron Lianas, Crímenes, Diario de una enfermera, La Pasión, Amor tirano, Lepidópteros (antes Género humano) y Divorcio (antes Hoz en la espalda).
A estos y a Ámbar, que
permanecía inédito, pertenecen los versos de este florilegio que reúne, en
rigor, lo sustancial de cuanto ha escrito, aunque no sean unas poesías
completas, cuyo título hace referencia a la poesía y que prologa con solvencia
el poeta Juan Antonio González Iglesias. Para él, estamos ante “un auténtico
libro nuevo” que recoge los “poemas esenciales” de Correyero, llamado a
representar el merecido reconocimiento de su autora.
La desesperación
y el mal están en el origen, señala, de esta poética hiperrealista y femenina,
tan de ficción como autobiográfica, donde se aúnan la vida y el lenguaje, a
quien se confía la búsqueda del sentido. Desde la sencillez y la compasión,
porque en ella late una pulsión humanista que no desdeña aspectos morales y
políticos.
La antóloga de Feroces demuestra aquí que podría haber
formado parte de aquella panorámica: por radical, marginal y heterodoxa. En
obras como Ámbar (fechado en 1984, de
amor lésbico), Crímenes (“un libro de
terror”), Amor tirano (donde la
relación es de vasallaje) o Divorcio (tal vez la más extrema: “No puedes estar
muerto si estoy viva”), todas en torno a lo amoroso, y Diario de una enfermera (que
se lee con un nudo en la garganta: “Yo estuve diez años en un Hospital”, “Hay
tanta muerte y tanto olor a muerte”, “Es misterioso ver morir a un niño
enfermo”), La Pasión (una “poderosa sábana laica” del Cristo doliente) o Lepidópteros
(alrededor del mundo de la moda). Un poema inédito cierra el volumen, Luz de
agosto bajo el nogal, donde, por fin, el lector encuentra algo de sosiego.
Es
justo destacar las habilidades literarias de Correyero: métricas, sintácticas, retóricas,
rítmicas... Su sino es romántico. Y su sesgo, trágico y melancólico (“Soy
melancólica”). Dos versos dan fe: “Dentro del abismo. / Del peligro. Dentro”.
Lean “El silencio”, “Qué vida”, “Emigrantes”. En voz alta, mejor. Y tiemblen.
Vandalia. Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2019. 112 páginas.
Además de los libros de poesía Sobre todo nada, Lista
de esperas y Volver, el bibliófilo y
diplomático Miguel Albero (Madrid, 1967) ha publicado los cuentos de Cruces;
las novelas Principiantes, Ya queda menos, Lenta
venganza y Mal; y los
ensayos Enfermos del libro, Instrucciones
para fracasar mejor, Godot sigue sin venir, Roba este libro y Esto
se acaba. Este último está escrito en paralelo con la obra que reseñamos.
Es la forma de proceder de Albero, que centra sus libros en temas monográficos.
Aquí, como señala Juan Bonilla, la meta puede ser «el examen de “la espera” o
el de “la fugacidad del todo” y por lo tanto la sustancia del tiempo». La
atención se fija en “lo fugaz”. «Palabras en el tiempo que (…) van tallando
epitafios de las cosas, las experiencias, la vida, para agarrar el menos la
sensación de que se ha vivido». Por su parte, el poeta escribe a propósito de
la efimeridad: “Lo fugaz es siempre
visto como un sueño”.
Aunque esta poesía “recia”, de temas “graves”, que se atreve
con “la brutalidad” (Bonilla dixit), adopta
un tono elegíaco, conviene resaltar el humor (y su envés, la ironía), clave en Efímera, título tomado de un insecto
neuróptero que vive un día.
Y a los elementos
fugitivos dedica Albero sus poemas, agrupados en siete partes de cinco poemas
cada una que se cierran con uno en prosa con aires de microrrelato.
Así, la nieve
y la escarcha, la espuma (“Aire en lugar inesperado”), el arcoíris, las pompas
de jabón (“Que no hay final feliz, / Sólo trayecto”), un amor de verano (“Si sé
que es para siempre ya me aburre”), el instante (que, porque permanece en la
memoria es “toda una vida”), los castillos de arena (“Y arena es el nombre de
lo frágil”), los cerezos en flor (“No lamentan su temporalidad, / más bien la
exaltan”), el fuego, los atardeceres, los sueños, un tornado, la estrella falaz…
Sin olvidar nunca que “lo pasajero permanece”.
Estos versos
fiados al oído más que a la métrica, de estirpe borgeana y línea clarísima, ocurrentes
e imaginativos, con tacos, donde un haiku se transforma en soneto y se
homenajea a Gracián: “No, / lo breve no es necesariamente efímero, / Es solo
breve”, se cifran acaso en este par: “Y descubrir lo efímero es una forma /
sutil de descubrir la muerte”. Por eso, “Vive, no esperes, vive”.