Ya se ve en las fotos de Maica Rivera que la mesa era muy alta y las sillas, ay, muy bajas. Eso y que nosotros tampoco damos para mucho, es cierto, ocasionó que uno se viera en una posición algo ridícula, como pugnando por ser visto, lo que cuadra bien con "el grotesco papelón de literato" al que se refirió Ferlosio y que no queda más remedio que representar de vez en cuando a los poetas de provincias. Y a los que no.
Al terminar (no sin garabatear bajo la carpa las dedicatorias en un par de libros), nos fuimos a El Capricho, en la Plaza de San Marcelo, la de la Feria. Todo lo que comimos estaba muy rico (la cecina, las croquetas, la ensalada...), pero lo mejor fue la charla con el director de aquello, el editor y librero Héctor Escobar (de Eolas) y con con los citados Tomás, a mi diestra (a mi izquierda estaba Yolanda), y Avelino, enfrente, al que sólo conocía de leídas. Resultó ser como imaginaba, tal vez porque es como escribe. O porque escribe como es: "de verdad", que diría un vasco. Noctámbulo incurable, le dejamos camino de algún pub mientras el resto se recogía.
De Tomás me traje Años de mayor cuantía, novela, pongamos (como tantas obras de hoy, rompe los límites del género), con la que ha conseguido los premios Tigre Juan y el de la Crítica de Castilla y León.
A la mañana siguiente, desayunamos (bien aconsejados) en el París y emprendimos la vuelta a casa no sin detenernos, según costumbre, en Salamanca, nuestra ciudad de servicios favorita.
De Tomás me traje Años de mayor cuantía, novela, pongamos (como tantas obras de hoy, rompe los límites del género), con la que ha conseguido los premios Tigre Juan y el de la Crítica de Castilla y León.
A la mañana siguiente, desayunamos (bien aconsejados) en el París y emprendimos la vuelta a casa no sin detenernos, según costumbre, en Salamanca, nuestra ciudad de servicios favorita.
La Feria, por lo demás, no había ido bien por culpa de varias deserciones, justificadas o no. Poca cosa si se ve desde fuera, pero no para nuestra bibliotecaria, persona eficiente y responsable donde las haya. Tal vez por eso, y por la tensión acumulada tras tantos días de frenética actividad (esa es una Feria importante que llena una de las plazas más bonitas del mundo), la cosa empezó de aquella manera. Para colmo, hizo aparición el frío (por eso eché otra vez mano del chalequino), que en esas tierras altas se aprecia mucho más que en las extremeñas del norte. Lo cierto es que dentro de la carpa, y en cuanto tomó la palabra la introductora, todo fue de maravilla. Otro refugio. Cómodo, cálido, casi silencioso. La mesa baja, la silla sin ruedas, Carlos Santiago haciendo fotografías, un puñado de amigos enfrente: entre ellos, las poetas Charo Ruano y Asunción Escribano (autoras, respectivamente, de dos libros recientes: Pregúntale a Eva y Salmos de la lluvia); el poeta José Manuel Regalado; paisanos, como el matrimonio Crespo; Tomás, que bajó de El Bierzo, las fieles lectoras del club de lectura de la Torrente Ballester...
Cuando terminó aquello, preguntas mediante y el par de dedicatorias consiguientes, salimos pitando. Costumbre sagrada, ya habíamos estado tomando las cañitas sabatinas en Plasencia, con Gonzalo y María José, así que... No obstante, como buenos placentinos, paramos en Cuatro Calzadas a probar, otra bendita tradición, el jamón y el queso de la casa. Y el pan, parte fundamental del refrigerio.
En la radio, bajo esa luna inmensa que nunca deja de asombrarnos, sonaban las incesantes canciones de Eurovisión.
Nota: la fotografía superior es de Maica Rivera y la de abajo de Carlos Santiago.