Mi amigo el poeta José Luis García Martín me afea en su entrega semanal de Café Arcadia que meta en cajas los libros de mis sucesivos expurgos y que los lleve a la cochera. No, no es la mejor solución, bien lo sé, pero en Plasencia no hay ningún librero de viejo ni conozco ninguna biblioteca que esté dispuesta a recoger esos ejemplares, unos leídos y otros ni eso. A casa no dejan de llegar libros cada día y mi profesión es la de maestro de escuela no la de lector diletante. Es más, a veces ni siquiera quiero deshacerme de ellos, es sólo que no caben. Ni, por supuesto, aspiro a una gratificación económica a cambio. En cierta ocasión, doné algunas cajas a una biblioteca de un barrio de Cáceres (allí iban números de Clarín, por cierto). Me enteré de que estaban en ello por la prensa. Nunca he llegado a tener la certeza de que alcanzaran su destino. Alguien vino (creo que el presidente de la asociación de vecinos), las recogió y hasta ahora. Ni las gracias. Tampoco he vuelto a tener noticias de ese proyecto.
Mi amigo Juanra sabe que lo he intentado con la única biblioteca (agencia de lectura, mejor, pues así la denominan) que lleva, ya ven, mi nombre, en Aldehuela del Jerte, tan pequeña como el pueblo que la acoge (y la fama de este escritor), pero... Así las cosas, y con gran dolor de mi corazón...