No hace falta recordar a los lectores de poesía que la griega es una de nuestras grandes tradiciones, y no me refiero ahora a la literatura clásica, sino a la moderna y contemporánea. Por suerte, en
España se han venido publicando las obras de sus más altos representantes, cuya
cima sería Cavafis, sin olvidar a Seferis, Ritsos o Elytis. Gracias, en primer
lugar, a ejemplares traductores y, cómo no, a no menos modélicas editoriales.
Sirva como muestra el nombre de Juan Manuel Macías, director de Cuaderno Ático, descubridor para nosotros de María Polydouri, autor de versiones de Safo y de la poesía completa del citado alejandrino que publicó Pre-Textos, una de
esas editoriales que mencionaba, quien nos presenta en su catálogo Elegías y sátiras y cuatro poemas póstumos,
libro de un griego menos conocido, Kostas Karyotakis, nacido en Trípoli, ciudad
del Peloponeso, en 1896, y muerto en la provincial y apartada Préveza en 1928.
Fue funcionario público (dedica a los de su oficio una sátira) y por lo que se
lee en este libro, que apareció un año antes de su suicidio (de la misma forma
que el del colombiano José Asunción Silva, en el 30: de un certero disparo en
el corazón), un hombre de una tristeza infinita. De eso dan buena cuenta estos
poemas teñidos, como destaca el traductor y prologuista, del “mayor legado de la
lírica griega: la melancolía”.
El libro consta de cuarenta
y siete poemas: dos series de veintiocho elegías y dieciséis sátiras, unidas
por los poemas de la “Trilogía heroica”. A ellos se sumaban en la obra original
dieciocho poemas traducidos (de Heine, Villon o Verlaine) que no se incluyen en
esta edición, donde, sin embargo, se recogen cuatro poemas póstumos que aportan
sustancia al conjunto y lo completan.
Karyotakis era un ser
sensible, sin duda, y estas excelentes versiones, ya decía, dan sobrada prueba
de ello. Hay una colección de poemas breves, pongo por caso, que sobrecoge y no
pocos (carecen de título) logran la sobrada calidad que justifica esta
apuesta.
Las elegías son graves (“llevo
una sombra encima), como es obvio, y parecen póstumas por el tono de despedida
y de pérdida que reflejan. Percibe uno en ellas rastros del mejor Romanticismo.
En las sátiras hay rachas de
ironía y hasta de humor (“Va a resultar mi dicha, pienso, / cuestión de altura”,
dice en “Marcha fúnebre y vertical”). Léase “Todos juntos”, referido a los
poetas (“chusma / en pos de la rima”): “Adoptamos una pose. / La prosa se nos
antoja inaceptable, / esa compañera de hombres honrados”.
Alude en ellas a la
Libertad, a Grecia (“llora por la patria”), a la guerra (el pobre soldado
Michaliós)...
Emotivo es el poema “Espiroqueta
pálida”, donde hace explícita su condición de sifilítico. O “Suicidas
ejemplares”, que sería un buen título para una antología de poetas que se
dieron muerte por propia decisión. “A la luz despídela de mi parte, / le diré al
último con quien me encuentre”. Tampoco debería faltar de ningún florilegio
sobre poemas dedicados a ciudades el titulado “Préveza”, donde terminó sus
días, una pieza memorable.
“Sólo pueden quedar, tras de
nosotros, los versos”, dice Karyotakis, y “la poesía es el refugio que
envidiamos”. De ahí que escribiera: “Conserva algún lugar secreto, / algún
refugio sobre el ancho mundo”. No lo encontró. O sí y es, precisamente, el
construido con estos poemas amargos, intensos y memorables que giran, como
buitres, en torno a la evidencia de la muerte.
Kostas Karyotakis.
Traducción de Juan Manuel Macías.
Pre-Textos, Valencia, 2018.
Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 141 de la revista Clarín.