Un buen día ojeé como de costumbre (con la misma desgana con que observo lo que es poco fiable) la lista de los libros más vendidos de poesía del suplemento cultural y me di cuenta de que no conocía a nadie. Los nombres de los presuntos poetas eran extraños; los títulos, ñoños. De las editoriales tampoco sabía. Luego fueron llegando más señales acerca de los que unos han
dado en llamar parapoesía o poesía juvenil o nueva poesía popular o, en fin, poesía
pop tardoadolescente, como la denomina Martín Rodríguez-Gaona, autor de Mejorando lo presente. Poesía española
última: posmodernidad, humanismo y redes (2010), un estudio precursor sobre
las relaciones entre la poesía y la tecnologías de la información y la
comunicación. Noticias acerca de Elvira Sastre, cabeza de serie de la
tendencia, que el crítico Benjamín Prado saludo como “La poeta que desde hace
mucho tiempo estaba pidiendo a gritos la literatura española”. Por lo pronto, para
sorpresa de todos, ha obtenido el antaño acreditado premio Biblioteca Breve. Otra
de las más famosas del grupo, Loreto Sesma,
ganaba el otrora prestigioso premio Ciudad de Melilla.
Mientras, los medios de referencia (El País, la Cadena Ser,
etc.) se entregaban con fervor a la causa de los nuevos poetas nativos
digitales. No digamos algunas editoriales bien conocidas: Visor, Espasa (que ha
creado un premio ad hoc), Planeta…
En el treinta aniversario del premio Loewe, símbolo de
excelencia, les hacían un hueco en el vídeo promocional. Hasta el mismísimo
director del Instituto Cervantes, buque insignia de nuestra lengua, se rendía a
la evidencia: la parapoesía llegaba
para quedarse.
Ante el desconcierto general, empezaron a menudear artículos
(uno de los primeros, del incisivo Juan Bonilla: “De repente unos poetas”) y
otras reflexiones críticas a propósito del fenómeno. Sólo ahora tenemos un
libro entero dedicado a analizar el controvertido asunto. De golpe, la poesía
pasó de la invisibilidad a la moda, aunque me apresuro a decir que esto de
poesía tiene poco.
Con La lira de las
masas. Internet y la crisis de la ciudad letrada, el citado Rodríguez-Gaona
ganó el premio Málaga de Ensayo. En él trata de explicar un cambio de
paradigma. Este “periodo transicional”. Los jóvenes poetas nativos digitales,
los prosumidores (“emisores masivos”
que controlan la edición y el consumo de sus productos) optan por una poesía
fuera del libro. O que llega al libro a
posteriori. Antes está en las redes y los nuevos formatos. Adopta forma de
canción (Marwan), de vídeo (los youtubers)…
Lo oral prima tanto o más que lo escrito.
Sus poemas, digamos, no son calificados con criterios
literarios, sino comerciales. Uno es mejor cuanto más vende. O cuantos más “Me gusta”
o seguidores obtenga. “El mercado es hoy quien genera el canon”. De ahí que
estén tan de moda los rankings, las
listas y los best sellers, que ya no
sólo son novelas. Y los influencers.
Por ejemplo, la célebre Luna Miguel, a la que MR-G dedica no pocas líneas, otra
poeta que se ha pasado a la novela con un éxito escaso.
Y todo, claro, en el imperio de Internet. Y, no se olvide, del
ultraliberalismo imperante en todo el planeta (por eso el libro no se limita a
la poesía y abarca la globalidad de lo que pasa).
Ha llegado la democratización al mundo de la lírica, una ilusión
de siglos: “La poesía escrita por todos”, el “mallarmeano sueño sobre la
constelación y El Libro”. Al mismo tiempo, nunca tuvo más vigencia la
definición de democracia aportada por Borges como “abuso de la estadística”. ¿Desde
cuándo se pueden aplicar a la literatura criterios democráticos?
Este panorama un tanto apocalíptico es para el autor del
ensayo síntoma del “inicio del fin de la ciudad letrada”. Al parecer, no ha
sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Ha llegado, dice, “el desprecio de la
crítica y la historicidad en beneficio del entretenimiento”. Es el momento de
“la inmediatez, la popularidad, la interactividad y lo efímero”. La prisa
manda. Lo líquido. Hemos pasado del blog al muro de Facebook. A la imagen por
encima de la palabra. Al poema con aspecto de tuit. Y ahí, “la primacía de la autorrepresentación”, la “retórica
de la identidad”. Exhibicionismo narcisista a raudales y mucha, mucha
fotogenia. La de Loreto Sesma en el Hola, pongo por caso. El “simulacro”. ¡Viva
César Brandon! Los autores como personajes del star system.
Y la “preponderancia femenina”. El innegable hecho de que,
por fin, ellas han tomado el poder, con todos los matices que se quieran
añadir, entre otros el de la implantación del feminismo en el medio literario.
La “simplificación y la banalidad”, dice MR-G. Lo normal,
cabe añadir, en una sociedad simple y banal propensa a los “eventos”. La
infantilización de la cultura. Se acabó la antigua distinción entre alta y baja
cultura.
La calidad viene dada por el “valor de mercado”. Consumistas,
estos poetas toman el control de sus medios de producción con la ayuda
inmediata de las corporaciones y las multinacionales. Lo iconográfico vence a
lo textual. La publicidad es la herramienta.
Brines ya no tiene razón: La poesía no tiene lectores, como
él decía, sino público. O mejor: fans.
Buscan, entre ellos y con sus lectores, “cercanía y complicidad”. El
“nosotros”. La comunidad poética sería la actualización internáutica de los
viejos grupos generacionales.
Que la lectura no es lo que era es algo evidente. Esa mezcla
de atención, soledad y silencio pasó para estos prosumidores a mejor vida. Su medio natural son las redes y los
bares. Lo espectacular forma parte
del ADN de estos millenials.
Es pronto para calibrar si estamos ante un cambio
significativo o simplemente ante una moda pasajera más. Lo cierto es que la
crítica responsable ha ignorado los productos
de estos poetas digitales. No sabría decir si por dejación o porque
bastante tiene con la poesía de verdad. Sí, porque ésta (en secreto, como
siempre) resiste, ajena a la candente actualidad de estos “autodidactas con
conocimientos avanzados de una retórica digital”.
Martín Rodríguez-Gaona
Páginas de Espuma, Madrid, 2019
Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 132 de la revista Turia.
Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 132 de la revista Turia.