21.3.20

Una minoría inconmensurable


No soy editor ni librero ni tengo acceso a los datos contables que justifican la venta de libros de poesía en España; eso sí, debido a mi condición de lector y de crítico, recibo cada día en casa los suficientes como para afirmar que la lírica patria goza de buena salud. Óptima, si tenemos en cuenta, además de la cantidad, la calidad. Un puñado siquiera de esos volúmenes da fe, cada poco, de lo que afirmo. No proceden, lo confieso, de las colecciones que han impulsado eso que venimos denominando “parapoesía” o “poesía pop tardoadolescente”. Si nos refiriéramos a ese fenómeno juvenil, las cifras (o eso dicen) nos nublarían el entendimiento. Pero es que uno, de edad provecta, ni lo considera en rigor poesía (aunque entre esos versos la haya, qué duda cabe) ni olvida que las modas son, por definición, pasajeras. Ya he visto evaporarse algunas. Me gusta la dedicatoria de Juan Ramón: “a la inmensa minoría”. Octavio Paz, tras precisar que “Toda reflexión sobre la poesía debería comenzar, o terminar, con esta pregunta: ¿cuántos y quiénes leen libros de poemas?”, escribió con la lucidez que lo caracterizó: “El sustantivo minoría reduce el número de lectores a los happy-few de Stendhal, pero el adjetivo inmensa lo amplía bruscamente: los pocos son muchos. Tantos que son incontables, como todo lo que es inmenso. Jiménez opone a la mayoría contable una minoría inconmensurable”.
Por mi parte, estoy convencido de que la verdadera poesía, la única digna de tal nombre, exige del lector paciencia, lentitud, concentración, silencio y alguna cosa más que casa mal con esta época de la prisa y la insustancialidad. Y de la redes sociales e Internet; esto es, del postureo.
Los libros que llegan, estilizados y portátiles, hermosos y muy cuidados casi siempre, proceden de editoriales veteranas, dignas de elogio, y de otras nuevas y hasta incipientes, que merecen la atención y el respeto debidos.
Siendo uno por naturaleza pesimista, baso mi optimismo en la excelencia, que no cesa, y en otros detalles. Por ejemplo el de la presencia incuestionable de la mujer en el proceso, tanto de la escritura como de la lectura (y aun de la edición y la crítica). Que ellas leen más es ya un lugar común. Que escriben estupendamente, otra evidencia. Sus libros aportan frescura, puntos de vista distintos, y por ende completan un panorama que no siempre los tuvo en cuenta; aunque en esto sea mucho menos radical que algunas, tal vez porque nunca he dejado de leerlas.
La incesante creación de clubes de lectura (donde el papel de la mujer resulta clave) es otra razón de certidumbre. Y no sólo en bibliotecas, también en librerías, como el que coordina Jordi Doce en la Rafael Alberti de Madrid, sólo de poesía.
Que, en fin, en este país se lee cada vez más y mejor lo reflejan a las claras las encuestas. No, la poesía no pasa. Su necesidad resiste la prueba de los siglos. Un adolescente toma ahora un papel y escribe.

Nota: Este breve texto aparece esta semana en la sección DarDos de El Cultural, junto a otro del poeta y editor Abelardo Linares, con motivo del Día Mundial de la Poesía y bajo el rótulo "¿Un nuevo esplendor para la poesía?". Ya se ve que el confinamiento no puede con ella. 
La fotografía es de la sección de poesía de la librería parisina Shakespeare and Company y está tomada del blog Cuatro ojos con rímel.