César
Antonio Molina
Fundación
José Manuel Lara, Vandalia, Sevilla, 2020. 216 páginas. 15,00 €
César Antonio Molina (La Coruña, 1952) ha sido profesor
universitario, director de suplementos periodísticos y gestor cultural (ministro
de Cultura, director del Instituto Cervantes), entre otras cosas, pero sobre
todo poeta. Autor de Las ruinas del mundo (primera poesía
reunida), Para no ir a parte alguna, Olas en la noche, En
el mar de ánforas, Eume, Cielo azar y Calmas de enero. Como ya hemos comentado
alguna vez, aunque por cronología sería novísimo,
ha ido sin generación y por libre. Nada más natural si tenemos en cuenta su voz
personal y distinguible. De ahí que pocas variaciones encuentre el lector en
esta nueva entrega. No es posible cambiar de mundo cada poco. Ni de tono. Al
“cultivo de uno mismo” (pues “una vida sin examen no merece ser vivida”) se
dirigen estos versos de un estoico melancólico que ora tornan delgados y
minimalistas (donde no faltan los juegos de palabras y sintácticos, como en “K”),
ora densos y discursivos (en monólogos extensos de largo e inspirado aliento,
como “Cimas que nunca alcanzaré” o “La conciencia nómada”, en torno a Santa
Teresa, todo un tratado sobre la mística). No falta, según costumbre, la
meditación que, a rachas, pasa por ensayo, aunque él opte por la poesía: “la
nostalgia de sentirnos en todas partes fuera de casa”. En su carácter
fragmentario, próximo al collage,
abundan, entre versos, los aforismos. Como no faltan las constantes referencias
literarias, bíblicas (cree, con Küng, que el Antiguo Testamento ha de leerse
como “un drama histórico de Shakespeare”) y mitológicas propias de un consumado
lector culturalista (“El doncel”). Ni los viajes (“Rosa del desierto”, “En el
pico Rysy”, “En la Fortaleza de San Pedro y San Pablo”, “Plaszów”…). Damasco, Cracovia,
Oaxaca, San Petersburgo, Concord, Salamanca… Y su Galicia natal: “Acantilados
de Finisterre”, “Gaitas al final de la ría” (un razonamiento sobre la cultura)…
“Por qué cuando el aquí / se afirma deseamos estar / en otra parte”, escribe. Al
final se pregunta: “¿de qué sirve / haber visto mundo?”.
Tampoco se echa de menos otra de sus obsesiones favoritas (en
eso se parece a sus coetáneos, Stevens mediante): la metapoética: “Entre
palabra y música”, “Caducar la palabra”… “La vida es un poema”, recuerda.
Ni el amor (“Un amor sin nadie para amar”, dice en “Lo
deshabitado”) y el sexo (“No hay mejor conocimiento que el coito”), con notas
de erotismo: “Bellum civile” (“entre
tú y yo el oblivio”). Ni el paso del
tiempo: “Quo fugis?” (“La juventud es
algo evanescente”). Curioso, en este sentido, “¿Alguien heredará nuestra buena
salud y hierro?”, donde ironiza sobre el ejercicio físico y los gimnasios.
Al cabo, la vejez (“envejecer es retirarse del mundo de las
apariencias”) y la muerte: “Ah la muerte”. “Existir es un peso y no una
gracia”.
El verso “La poesía es un diario de la vida interior” resume
a la perfección el alcance y propósito de este libro que termina con una
invocación a la musa: “Y pensar que ya nunca te volveré a ver”. Lo dudamos.
Nota: Esta reseña se publicó el pasado viernes 3 de abril en El Cultural.