Carlos Alcorta nació en Torrelavega
en 1959. Es editor (director literario de Calambur), crítico y gestor cultural,
pero, ante todo, poeta. Autor de Condiciones de vida, Cuestiones personales, Trama, Corriente
subterránea, Sutura, Sol de resurrección, Ejes cardinales, Ahora es la noche o Tiempo vivo. También del ensayo literario Casa
sin puertas. Codirigió la colección de
poesía Scriptvm y la
revista Ultramar. Actualmente, coordina
las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y es
corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo. Desde
2012 edita un blog en la dirección
carlosalcorta.wordpress.com.
“El lenguaje fue siempre un fiel aliado”, reconoce. Y
vuelve a apelar a la poesía para enfrentarse a las “catástrofes cotidianas”. Y
para evitar aislarse de los otros: “La distancia es un dulce somnífero”. Nos
aleja de la “desdicha humana”. No abandona, sin embargo, la indagación
introspectiva, pues “bajo las apariencias hay otra realidad”. Ni el asunto de
la muerte: “Nunca estás preparado para recibir a la muerte”. Y añade: “He
pasado muchas noches en vela / recordando a mi padre y los terribles / últimos
días de su vida”. En otro poema leemos: “El temor a la muerte da sentido a la
vida”.
Conviene subrayar que las meditaciones se mezclan con
pasajes descriptivos, de la naturaleza mayormente. Una naturaleza doméstica,
cercana, civilizada, en suma, como la del jardín. Versos que actúan, se podría
decir, de contrapeso. Eso alivia cierta tensión metafísica y acerca al lector a
una vitalidad gratificante. También le permite al autor jugar con metáforas
iluminadoras; de aves, pongo por caso (“El olfato del buitre”). O de árboles. Y
con la presencia del mar, un elemento fundamental de esta poesía escrita por
alguien que ha vivido siempre a sus orillas.
A pesar de lo que afirmo, de esa notable carga
conceptual, si algo no falta aquí son emociones y sentimientos. En este sentido,
la poética de Alcorta se acerca a la de Unamuno, en esa fértil correspondencia
entre el sentir y el pensar.
Ya se explicó que la experiencia iba a sustentar este
andamiaje que al cabo se convierte en una casa. Porque “una cosa son las
palabras y otras los hechos”. De ahí los hospitales, los ancianos, el sillón
ergonómico, el funeral, el asma, la unidad de cuidados intensivos, y, en fin,
todo aquello que sobrepasa el mundo de las ideas para aterrizar en la dura
realidad. La nuestra de cada día. Porque “una madre no es una carmelita”.
Porque “el dolor, si adormece / a la desesperanza, te renueva, si no, te mata”.
Porque “toda muerte es terrible y arbitraria y crea un vacío”.
Evoca Alcorta al padre nadador en uno de los poemas
más logrados del libro, ese en el que leemos (vuelvo a la noción de “casa”): “Me
propuse escribir este poema / como quien construye la casa natural / de
la vida”.
A él se dirige cuando dice: “Padre, nunca seré lo que
tú hubieras / deseado que fuera”. Y: “pero puedo decirte / que desde que fui
padre comprendí / por fin lo que supone ser un buen hijo”.
Vuelve a reafirmarse en la escritura. Una y otra vez.
En un ejercicio que tiene mucho de metapoético. Gracias a ella, confiesa, “has
soportado la sordidez de una vida mediocre y rutinaria”.
En ese uso del lenguaje que oscila entre lo coloquial
y lo trascendente, resulta significativo, a título de ejemplo, la comparación
entre un mes de octubre “especialmente extraño, irrespirable e indigesto” con
un “potaje de garbanzos o una enchilada”.
La anécdota elevada a categoría queda reflejada a la
perfección en el poema “Sincronías” donde narra (hay mucho relato en estos
versos) un antiguo accidente de tráfico en el que destroza el coche de su
padre.
Hice antes alusión al poema final, que lleva el mismo
título que el libro. Cito: “Hacer vida –esa es la intención / con la que he
escrito este libro– es vivir, / no como si hubiera otra vida, sino como si todo
/ lo vivido hasta ahora fuera insuficiente, / es hacer de las lágrimas del
duelo / semillas que fecundan el futuro / porque, con el dolor como aliado, /
la alegría florece con más fuerza”. Y sigue: “Hacer vida es aprender a morir. /
Pasada la aflicción, empieza el equilibrio”. No es mala lección.
Aflicción y equilibrio
Carlos Alcorta
Calambur, Madrid, 2020. 100 páginas.
Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista El Cuaderno.