Ayer me llegó este mensaje: "Buenos días. Veo que escribes reseñas de poemarios. Resulta que se acaba de publicar mi libro ..., con la poesía que he ido escribiendo a lo largo de treinta años. Hasta ahora sólo ha aparecido una reseña breve, y no sé cómo darlo a conocer, es una gota en el océano de títulos. Podría enviarte un ejemplar si crees que podrías reseñarlo".
Después de leerlo, se me quedó, con perdón, cara de gilipollas. Si alguien me hubiera visto en ese momento, lo ratificaría. Yo, ya digo, así lo sentí. Para aliviarme (o para reírme de mí con otros), se lo pasé a tres amigos. A dos de ellos con un plus: al parecer son paisanos del interfecto.
No hace falta decir que, como ellos, no lo conozco, aunque debo reconocer, cosas del Facebook, que es "amigo" mío. Sí, ya sabemos que casi todo son despropósitos a la hora de acomodarse a una red social, ésta o cualquiera (que, por cierto, no gasto). Es el caso.
Con ser poco frecuente, no es la primera vez que me mandan un libro, con permiso o sin él, para que escriba una reseña del mismo, como si eso fuera de suyo. (Y si no, tiembla, ¿no, Antonio?) Vamos, como si fuera lo más natural. Ya se ve, además, que se toma la molestia de advertir (algo frecuente) que sólo si se va a escribir sobre él lo enviará. Qué detalle.
Tampoco niego -ahora generalizo- que haya en estas acciones ingenuidad y buena intención. Que no siempre sean resultado de la jeta o la cara dura, quiero decir. Hombre, después de confesar que llevas treinta años en el oficio...
Para concluir, puede incluso que le vengan a uno bien estos zascas, digamos. Para recordar mi humilde condición (que, por otra parte, bien asumida tengo). Como a los emperadores romanos lo de que eran humanos. En este caso, sí, la de vulgar reseñador de libros. (Ah, odio la palabra poemario.)
En fin, ganas le dan a uno de cesar en el empeño de una santa vez. De jubilarse también de este "trabajo gustoso"... a ratos. De profesión, fabricante de reseñas. Gratis et amore, por supuesto.