Ramiro Gairín (Zaragoza, 1980) es, cosa extraña en un poeta, ingeniero de montes y tiene un postgrado en recursos hídricos, por eso trabaja en el campo de la hidráulica y el medio ambiente en una consultora de proyectos de ingeniería civil donde dirige el equipo de drenaje. Su formación incluye estudios filológicos y pedagógicos. Publica el blog Hacia otras aventuras más hermosas.
A pesar de su edad, es autor de una larga decena de libros de poesía, entre ellos, Que caiga el favorito, Por merecer el día, Lar (los tres publicados en Prensas de la Universidad de Zaragoza) y Aguanieve (La Isla de Siltolá).
Por aquello de las casualidad (y de la pandemia), llegan ahora a las librerías dos nuevos títulos de golpe: La ciudad que no somos (Polibea) y Llegar aquí (Versátiles).
Juan Marqués, en su precioso prólogo al segundo, "El orden de día" (que no deja de ser una poética), afirma que "la obra de Ramiro Gairín es curiosa: sus libros impares (...) han llegado a nosotros frondosos de palabras y de ambiciones". Tras analizar esos títulos, "incluido su debut", añade: "Los libros pares, por el contrario, se afilian a esa otra corriente lírica de lo vocacionalmente pequeño, aunque lo que quieren decir sea lo más insuperable y difícil, esto es, la vida más cercana que vivimos, las cosas del día a día, lo doméstico, lo laboral, lo callejero, lo familiar, lo inmediato".
El propio Gairín ha escrito en otro lugar que los libros pares son "los que van tejiendo una historia de dos, buscando la belleza y el milagro en el día a día, los que intentan, aunque no lo parezca, hablar con sencillez de lo más difícil: la vida más cercana".
Pues bien, de las dos líneas tenemos muestras aquí. Y cumplen con lo señalado agudamente por Marqués. Así, en La ciudad que no somos, libro impar, a pesar de que, como anota con solvencia el médico y poeta Aitor Francos en sus "palabras preliminares", Gairín, alejado de "la espesura filosófica y del hermetismo conceptual", se acerca a "la observación meditativa del paisaje y de los acontecimientos corrientes, a la humanización de las ideas y de los hechos triviales y mundanos, a la más sabia herencia de la sencillez, y a que las metáforas sean comprensibles, sin dejar de ser metáforas", así, digo, a pesar de eso, en este libro prima la imaginación. Su realidad, con ser real, es extraña, tal vez porque como indica el epígrafe de Corredor-Matheos que lo abre, "esta vida / nos oculta algo". Su cotidianeidad es, diría, mágica. Son poemas que parecen escritos por un hombre que no ha perdido la inocencia del niño. "El poeta, con mirar, cuida las cosas", escribe Francos. Y, en efecto, es en la mirada donde reside buena parte del fundamento que esta poesía contiene. La obra, en fin, está dedicada a Sheila y Sheila es la dedicataria de Llegar aquí, libro par, y el que uno, si me permite la indiscreción, prefiere.
Como apunta Marqués, cómplice necesario, estamos ante un libro –ante una poética también, añadiría– que se inclina por la bondad (no por el rentable malditismo): "Todo es la realidad, todo es exacto y todo es, en principio, bueno". Y por la alegría (sin que por ello se ausente la melancolía): "Hay (...) toda una investigación sobre la felicidad en la poesía del zaragozano, una celebración del presente que implica una clara apuesta por el porvenir". Por medio, la imaginación (marca de la casa) y los recuerdos.
El libro se abre con una cita de Celan, que no es la única del malogrado poeta en alemán del que conmemoramos centenario. Están muy bien elegidas, lo que no obsta para que resulten curiosas si tenemos en cuenta que la poesía del autor de Amapola y memoria no es, como ésta, precisamente clara y luminosa.
El tema del libro, dividido en cuatro partes, es el amor. Todo lo impregna. Se habla de él sin afectación ni solemnidad. A pie de calle. Como lo haría cualquier mortal. Una sombra, es verdad, se cruza en ese camino tan misterioso como halagüeño: la enfermedad de ella. De Sheila. Gairín alude al "nombre extraño de la enfermedad" y ésta queda retratada en poemas como el emotivo "De cintura para arriba"... "en la consulta del cardiólogo", que termina: "No hay nada, dice el médico. / Estás frágil y diosa".
Otro poema que tiene por tema la enfermedad (en esta ocasión de un compañero) es "Contarlo".
Detrás, el miedo, que siempre acecha. "A no saber vivir la vida plenamente", por ejemplo.
En esta primera parte, composiciones logradas (siempre breves) como "Barcelona" o "Poema antiguo".
En la segunda, los sobrinos (Paula y Héctor), la esperanza de la "recuperación". Entre los dos "templamos la velocidad del mundo", que me parece un verso ideal para describir lo que consiguen los amantes.
En "Gesto", de nuevo la sencillez. Y ya que de poemas logrados hablamos, cómo olvidar "Fado de outono" ("Una vez estuvimos aquí, / un invierno con mucha niebla en Sintra"), uno de los más bonitos del conjunto, o el sugerente "Tren-cama" ("Que el cuarto de mi infancia / te sirva de tren-cama en que recorras / las llanuras sin nombre y sin espacio / que solo tú conoces"). "Erguidos frente a todos" no me ha llevado a la canción de la pandemia, sino al lema de mi maestro Lanza del Vasto: "Mantente erguido y sonríe". Porque está a tono con lo que aquí se expresa (más sentimiento que pensamiento). Me da que sería aceptado de buen grado por Gairín.
"Hay algo de milagro en todo esto", leemos ya en la tercera parte. Antes, Marqués había hecho mención al "milagro en medio de la rutina". Y sigue el poeta: "pero nada de versos épicos / de heridas ni de horarios".
La cuarta empieza con "Soles", otro poema memorable. Allí, la casa, ese refugio. Donde el sol da "en todas las estancias" cada "mañana un rato".
Después, "Boda" (un homenaje al famoso poema "Para que yo me llame Ángel González", del autor de Palabra sobre palabra, y al que recientemente emulaba también mi paisana Irene Sánchez Carrón en "Para que escriba yo", publicado en las revistas Estación Poesía y abril), "Luna de miel" (que termina: "Viajar es empezar o regresar / es ir a buscar cómo hacerlo"), "Nel mezzo del cammin" ("Hay que vivir convencidos. / También es un milagro este dolor").
Me referí antes a la claridad, la que "subimos a casa", dice Gairín. Fuera sopla el cierzo y él escribe: "Me gusta la vida / porque nos lo recuerda: / definitivamente, / hay que saber llegar aquí".
Decía hace poco Trapiello en una entrevista: "Me gustan los libros que una vez terminados te dejan un poso de verdad, de naturalidad y sinceridad, pero no recuerdas cuál era su estilo". Creo que podría aplicarse a éste. Un libro par (aunque sin par) de un poeta singular y discreto.
Ramiro Gairín
Prólogo de Juan Marqués
Versátiles, Huelva, 2020. 73 páginas.
Nota: Esta reseña se ha publicado en El Cuaderno.