POEMAS ENCADENADOS
Pedro Casariego Córdoba.
Prólogos de Ángel González y Javier Rodríguez Marcos. Edición de Antón Casariego.
Seix Barral, Barcelona, 2020. 544 páginas. 21.00 €
Pedro Casariego Córdoba.
Prólogos de Ángel González y Javier Rodríguez Marcos. Edición de Antón Casariego.
Seix Barral, Barcelona, 2020. 544 páginas. 21.00 €
La biografía de Pes Cas Cor, como firmaba, es escasa. No vivió mucho,
aunque más vidas que la mayoría. Nació en Madrid en 1955 y en esa ciudad murió,
a los 38 años, tras arrojarse a un tren. Sabemos que se casó y tuvo una
hija, Julieta, a la que regaló Pernambuco,
el elefante blanco, un cuento ilustrado.
Escribió entre 1975 y 1986. Al final, pintó. Quiso ser poeta y dio en
“artista”.
Publicó seis libros de poesía: La canción de Van Horne (1977), El hidroavión de K. (1978),
La risa de Dios (1978), Maquillaje. Letanía de pómulos y pánicos (1979),
La voz de Mallick (1981) y Dra (1986). Sólo tres en
vida. En 2003 se reunieron en Poemas encadenados, 1977–1987, el mismo
título que mantiene (ya sin fechas de referencia) la reedición conmemorativa de
su 65 aniversario, revisada y aumentada, que recoge, además de las obras
citadas, un conjunto de “poemas sueltos” que escribió al mismo tiempo que sus
tres últimos libros (no pocos dedicados a su madre). Se mantiene el prólogo de Ángel González y se añade uno de Javier Rodríguez
Marcos.
Al principio de cada parte
del libro, figura un texto de homenaje firmado, en orden de intervención, por Giralt
Torrente, Vila–Matas, Loriga, Sanz, Belén Bermejo, Vias Mahou y Gamoneda.
A la concienzuda, humilde
labor de su hermano Antón le debemos este bien construido y editado corpus. Sus
introducciones son una auténtica, necesaria guía de lectura.
Estamos, sin duda, ante el afán
de un raro, que es la forma que
tenemos de designar a los que se salen de la norma y componen una obra tan singular
como inclasificable. Para algunos, genial. Llama la atención que poetas tan distintos y
distantes como González y Gamoneda sean capaces de coincidir en el elogio. El
primero, que fue un crítico excelente, analiza en su prólogo esta poesía, tan
“incuestionable” como su “originalidad”, con una lucidez llamativa. “No pudo
evitarlo”, concluye, y eso que estaba en contra de la literatura “convencional
o institucionalizada” (“No se escribe una obra literaria: se incurre en una
obra literaria”, aseveró Casariego). Quiso hacer una que “tradujese
directamente y con la mayor fidelidad el mundo interior del «artista secreto»”,
“intrigante y misterioso”, más allá de las “servidumbres, normas, artificios y
exigencias del «arte»”. “Dejó –añade– un conjunto acabado y coherente”.
Una obra “insólita y compleja” levantada “en torno a un constante núcleo de
obsesiones”. En clave “decididamente confesional”.
Rodríguez Marcos, por su
parte, subraya con acierto que son libros con “argumento” (nada de escritura
automática) cuyos “ingredientes” (novela negra, películas de serie B, cómic…) erigen un “territorio inquietante” (“belleza
vestida de rabia”) que surge “de su propio interior”: el de alguien que “no
encaja”.
Estamos ante una
poesía “variada” que atiende más a las atmósferas que a los personajes
(ladrones, traficantes, aventureros…), entre ellos las mujeres que protagonizan
cada uno de sus libros (H., Wataksi, Schneider, Nadezhda…), situada en escenarios exóticos y
cosmopolitas (San Francisco, el puerto vietnamita de Haiphong, la inventada y
japonesa Ookunohari…) y “lugares cerrados y agobiantes” (una celda, un vagón…).
Escrita desde la
extrañeza y la fragilidad (“Nuestras palabras / nos impiden hablar. / Parecía
imposible. / Nuestras propias palabras”) y sin gran aparato retórico. Entre el
“humor y la gravedad”. Contra la soledad y el tiempo, el peor enemigo (la
vejez, la muerte). Como poco, “dura”. Por momentos, “críptica”. Tan exigente
para el lector como para el autoexigente autor, ese “otro”. A pesar de que
“todo estaba allí para el que lo quisiera ver”, según dijo, como se aprecia,
con claridad, en La voz de Mallick o en los “poemas sueltos”.
Gamoneda sostiene que
“carece de sentido definir –poner límites– a la forma o a los significados” de
esta poesía.
“Yo tuve un hijo
raro”, escribe su padre en el emocionante poema que cierra el volumen. Sí, para
quienes le conocieron o le admiran, “su ausencia es inabordable”.
Nota: Esta reseña se ha publicado en El Cultural.