Marta Agudo
Bartleby Editores, Madrid, 2021. 70 páginas.
Ya en su
libro anterior, Historial, Marta
Agudo (Madrid, 1971) se enfrentaba a un mundo que conoce bien: el de la
enfermedad. En Sacrificio da otra
vuelta de tuerca a ese crucial asunto. Y, propio de alguien que escribe con inusitado
rigor, lo hace (no hay otra expresión más exacta) a tumba abierta. Como merece
lo que ella denomina “este revés”.
Cincuenta
fragmentos (cuarenta y nueve poemas en prosa –salvo alguna excepción– numerados
y sin título y uno que no quiere ser un epílogo) componen esta obra unitaria
que, insisto, conmueve al lector. Se abre con tres citas muy bien elegidas. La
primera, de Calderón, alude al “delito” de nacer. La segunda, de Varela, da en
el centro de la diana: “Salvación de qué. Para qué. Férreo sinsentido”. La
última, de Christensen, nos desarma: “Dicen que uno aprende a morir en su
cama”. Y a “callar”. Ella, no obstante, decide hablar. En un largo monólogo,
con lapsos de diálogo, que dan forma a un libro donde la numerología cuenta.
Así, cada siete poemas, uno muy breve que siempre empieza, a modo de
estribillo: “He tenido que llegar hasta aquí…”. Siete en total. Por cierto, no
es el único recurso matemático: pesos, fechas, cantidades...
“Entre
el margen del agua y la atmósfera sucede el mundo, su desmayo inaudito”. Ahí,
el origen, el nacimiento, la génesis. El principio del fin. “Uno a uno lloramos
al nacer”. Y la decisión de “padres que juegan a la ficción de ser padres”.
“No es
un estado, es una condición. Estar enferma”. “No es la espina, es la
enfermedad, desde el minuto uno de la existencia”. Y para nombrarla, Agudo
utiliza un lenguaje seco, lacónico y elíptico, cortante, preciso como un
bisturí. Tan misterioso y oscuro como ha de ser el que intenta expresar lo más
cercano a lo inefable. “Este decir retráctil”, escribe. Donde “piensa el tacto,
huele la escucha”.
Sí, “a
zancadas y puertas vamos abriendo el mundo”. “Habito en la circunscripción del
miedo”, leemos, otro elemento esencial de esta poética valentiana en los
límites.
“Dame la
postura de la muerte”, dice en otro lugar, lo que nos permite recalar en la
parte sombría de la enfermedad. A “las articulaciones del luto” y “las sílabas
del daño”, términos que remiten, según creo, a la poesía agónica de Gamoneda.
Y todo
en medio de palabras como hematíes, cáncer, morfina, suicidio, hospital,
eutanasia, morgue… y dolor: “Es el dolor, lanza a tamaño humano”. Un campo
semántico que sitúa al lector ante la áspera realidad: “Anota que te sangra la
boca con la palabra «muerte» aunque te asusta más una longevidad enferma”. “Depender
es tener que dar las gracias permanentemente”. “Sólo la idea de poder matarme
me ayuda a vivir”.
Y el
temido final, “cuando morir es una guerra en la que todos los bandos están de
acuerdo”.
Leído lo
leído, a uno le importa menos que el libro se levante sobre dos potentes
imágenes oníricas: la del minotauro en su laberinto-iceberg y un territorio, el
agua de un glaciar derretido o «sima azul» (como se indica en la nota editorial)
al que hace alusión la sugerente fotografía de Cano Erhardt que ilustra la
cubierta. Quiero decir que no hay construcción literaria que pueda sustituir la
limpia verdad que transmiten los poemas de este libro sin concesiones.
David Refoyo
Visor, Madrid, 2020. 56 páginas
Refoyo (Zamora, 1983), creativo publicitario, es autor de los libros de poesía Odio (2011), amor.txt (2014) y Donde la ebriedad (2017).
Asunción Escribano nos explica que el título de éste “procede de la alegoría que lo cruza de principio a fin: el agua sucia que queda en el cubo después de que el padre haya limpiado los cristales”. Para ella, “representa el mundo de valores que encarna el universo cerrado de provincias”. Donde pasó su infancia nuestro “sujeto lírico”.
Sin concesiones a los signos ortográficos y a las normas métricas, un lenguaje torrencial y poderoso, en forma de coloquiales versículos, ocupa los poemas, que se suceden veloces dando cuenta de una vida al margen en una pequeña ciudad comercial semejante a cualquiera. Atravesada por el trabajo penoso, la precariedad, la servidumbre (“El guardián”) y la vergüenza. Al fondo, ya se dijo, la figura del padre. Su erguida dignidad (“su otoñal grandeza en el sigilo”). Sus manos. Con él dialoga, aunque fuera “un hombre de vocabulario escueto”, de palabras “graves y rigurosas como la lectura del Génesis”. Allí, “la impureza del mundo disuelta bajo el agua turbia”. ¿El mérito?: “disimular las miserias”.
Escribe: “Así veía la poesía: / transformar lo cotidiano en un acontecimiento”. Pues eso.
Nota: Las reseñas de los libros de Marta Agudo y David Refoyo se han publicado en El Cultural.