28.5.21

La pluma ética

Como ya he contado alguna vez, descubrí hace unos años la poesía de Igor Barreto (San Fernando de Apure, 1952), que además es editor, traductor y profesor de la Universidad Central de Venezuela, al leer su libro Annapurna. La montaña empírica (Fábulas de un funcionario). Gracias a la mediación de la escritora Marina Gasparini. Después llegó su poesía reunida (de 1983 a 2013), que publicó Pre-Textos en 2014 con el título El campo/El ascensor, y, hace cuatro años, en el catálogo de Bartleby Editores, El muro de Madelshtam. Este era un libro sin duda sorprendente que demostraba a las claras ante qué poeta y qué poesía estamos. Sí, la de Barreto ha de ser considerada una de las voces más importantes de la fértil poesía venezolana contemporánea, que es tanto como decir una de las principales del panorama lírico hispanoamericano.
En una entrevista publicada en el diario El País, al preguntarle Jorge Morla sobre el mejor regalo que había recibido, el poeta respondió:Una navaja cacha de nácar de marca Barrilito, y un gallo de combate que llamé Lanchero”. Más adelante añade: “Me gusta la fantasía haitiana de un posible mundo gallináceo. Yo sería un gallo zambo de combate con el pecho negro-sólido”.
Si el salto cualitativo de su penúltimo libro era arriesgado, no digamos el doble mortal que ha dado con La sombra del apostador. El gallo combatiente y su ritual analfabeto, que publica Visor en colaboración con la Fundación para la Cultura Urbana. No es sólo que haga oídos sordos a ese tumulto animalista radical que impera al calor de la doctrina de lo políticamente correcto, es que su lenguaje y su poética, si cabe tal distingo, apuestan por un modo de decir único y distinto, diferente del que habitualmente, sobre todo en esta orilla atlántica, acostumbrados a identificar con la poesía. El atrevimiento de Barreto no es, digámoslo pronto, ni adánico ni temerario ni siquiera vanguardista, aunque la pelea de gallos sea “un ritual de la cultura analfabeta profunda”, sino calculado y riguroso. El que se espera de alguien que ejerce, inspiración mediante, la maestría.
Las pelas de aves es una práctica que, en efecto, está en el origen de este libro, pero es mucho más que una obra sobre gallos. Estos son un motivo, pero el tema es otro: el destino, la muerte…
Según tengo entendido, siguen siendo legales en España. En Comunidades como Andalucía y Canarias, aunque, por ejemplo, ni se puede apostar ni se permite la asistencia a los combates a los menores de 16 años. Según Nius, en Venezuela, donde esta tradición mueve miles y miles de dólares, hay más de 2.000 galleras registradas y el número de locales clandestinos es incalculable.
Este “hermético ritual de muerte” no es nuevo. “El imaginario de sus hazañas, tiene dos milenios y viene de Indochina, India y Persia”, nos explica Barreto. A través de Grecia llegaría a Europa. El Conde de Lautréamont y Baudelaire frecuentaron reñideros de Montevideo y París.
Con lo conseguido con sus primeras apuestas, editó Barreto poeta su primer libro.
Nada de lo que se recoge aquí, que tanto tiene que ver con ese mundo, hubiera sido posible si este hombre memorioso no defendiera como principio poético básico “Mirar como el que escucha”. “He aprendido a mirar con ‘atención’; según Simone Weil, es la forma moderna de la fe”, confiesa. Y “Las imágenes de este mundo se despliegan en mi mente como un atlas cambiante, suscitando relaciones y pensamientos”. Lo dice, como lo relatado más arriba, en “Algunas palabras”, a modo de prólogo.
Su mirada (y lo escuchado) arman este artefacto, más natural que forzado, con ráfagas expresionistas y barrocas, donde se evoca un ámbito extraño para muchos, al menos hasta que, como en mi caso, se leen estas páginas. Una suerte de microcosmos que participa a la vez de la violencia que esa afición soporta y de la fragilidad y hasta de la delicadeza con la que Barreto es capaz de rememorarlo. De los gallos y de los hombres, matizo. Esa es la gran metáfora. “La mirada humana / convierte al hombre en ave, / y al gallo / lo pone a pensar / igual que tú”, leemos. Y: “―Ciertamente (responde Kabir) para mí, el gallo quiere ser hombre / y el hombre quiere ser gallo”. “Ese momento donde el hombre y el gallo / se miran a los ojos: / y uno quiere ser el otro”.
La obra empieza con un extenso poema (que va de la página 17 a la 44) que por sí mismo justifica el libro: “Al inframundo por un gallo blanco”, que, como es obvio, se abre con una cita de la Comedia de Dante. Del escaparate al laberinto. Otro descenso a los infiernos. Y ahí, como en el resto del volumen, constantes guiños metapoéticos: el gallo, el hombre, la poesía. “La poesía revive circunstancias muertas”. “Emociones y conmociones”, no la verdad. Más allá de “la confitería del poema”. “Sin rebabas líricas”.
“La sombra del apostador” es el título de la segunda parte y del libro, la nuclear.
En “Academicismos”, el primer poema de la serie, dice: “un gallo / es un héroe crepuscular y una bestia heráldica / que va de la vida a la muerte con demasiada premura / incitando el deseo por contar historias”. Y eso hace Barreto. Estamos ante una novela muy entretenida llena de personajes inquietantes y de anécdotas, relatos y fábulas que superan el concepto de realismo mágico. Es cierto que se nos puede aparecer Rulfo o darnos de bruces con algún fantasma, si no con el mismísimo diablo (seguramente cojuelo). Y todo “para que sepas y no se olvide”.
¿No podemos denominar cuentos a los poemas “Míster Stapleton”, “El Chévere de Upata”, “El Boca Abierta”, “El bar La Sirena” (que juzgo una pequeña obra maestra), etc.?
Ciegos, maniquíes, patrones de gallerías, como Roger Bortone, al que dedica una hermosa elegía. El patrón le dijo: “Yo soy un hombre roto”, y: “El mundo es del habilidoso”.
Y la muerte, que siempre planea sobre estos versos. “El Gallo Combatiente es una llama. / Eso explica su arrojo ante la muerte”. “Pelea contra su propia alma”: “―En la arena combatimos contra el alma de nosotros mismos”.  
Las referencias españolas abundan. Al fin y al cabo fueron gallos andaluces los primeros en llegar a Venezuela. De galleras de Chipiona, Sanlúcar o Jerez (léase “Milagro en el sur de España”). “El Gallo de Combate / es un animal letalmente explícito”. “Más que un toro de lidia”, añade, lo que nos permite, para disgusto de algunos, comparar este rito con el de la tauromaquia.
En “Anotaciones” señala que “la pelea de gallos es una gestación”. Que “los gallos son magos”, “la sombra del apostador”. De pronto, casi un haiku: “Bajo las moreras, sentí luto / por el gallo que había muerto”. El poema, como el gallo,  es “un destello”.
Volviendo a lo metapoético, “La poesía es el gallo que canta en lo alto del templo. La prosa es la aceptación de que los objetos y las circunstancias dominan nuestro destino”. “―El hombre es simple prosa porque nada le gusta más que recordar”. “El poeta y el gallo –matiza– son maestros del eco, / una distancia que permite / cierta potencia poética”. En “Sueño”, una recomendación de Benjamín Cordero, afectado por la lepra: “―Te aconsejo que cuando escribas un poema / lo hagas con espíritu in-mundo. / Así debe ser, lo más sucio del mundo que puedas”.
En “Apuestas” calibramos el ambiente de una gallera. Y en “Vida de jugador”. Con qué habilidad lingüística consigue describir las atmósferas, los lugares, las personas… Entre otras cosas, este libro no deja de ser un tratado de antropología. Sus imágenes son tan precisas y poderosas que por momentos uno cree estar viendo una película. Sí, estos poemas, además de oírse, se ven.
En “Narendra” y “Limerick”, la India (Bombay, Benarés). En “Poema”, Japón. En “Mundo gallináceo (IV)”, gallos armenios, “aves perturbadas” por el sufrimiento que “les infligieron los turcos”.
El gallo es un “ave pavesiana”. Noble. Un solitario. “No hay un ser con mayor entusiasmo que el gallo”, dijo Thoreau. Y Barreto, contra la adversidad, precisa: “Los he visto cantar y cantar, muy heridos, al final de los combates”.
En “La muerte de Juan Sánchez Peláez”, “―El poema lo tengo aquí, en garganta”, le dice el poeta a su esposa en el lecho de muerte.
No falta nunca el humor, como en “Poema de Navidad” (con una familia comunista sentada a la mesa). Ni la ironía, como en “La cola del pan”, donde “el país resiste en el límite / de una frontera viviente”. No es la única referencia a la situación política de Venezuela. “Mundo gallináceo (II)” está dedicado a la memoria de un diputado “asesinado por agentes de la inteligencia cubana en el edificio del SEBIN”. “La muerte fue el maestro / que vino de La Habana”.
En el poema “La navaja” (recuérdese la entrevista con Morla) alude a una con “la cacha de nácar” (“para mí el oro del mar”) que no pudo conseguir porque no tenía precio, una de las muchas lecciones morales del libro.
En “Dos gallos” (que son Sócrates y Jesús), convoca a Steiner, que utilizó esa expresión.
Como los poemas, “Los gallos son bellos de una manera inexplicable”.
Al Dasein (ser-ahí o estar haciendo algo ahí, una noción filosófica usada por varios filósofos alemanes, como Hegel,  Jaspers y, sobre todo, Heidegger para indicar el ámbito en que se produce la apertura de la persona hacia el Ser, como explica la Wikipedia) le dedica un hondo poema: “Ya no hay Dasein”.
En “Ladrón de gallos”, la evidencia: “No es pecado robar el deseo de otro”. Y en “La belleza del Gallo de Combate”, la paradoja: “¿Cómo un ave que se entrega a un ritual de muerte puede ser bella?”
Siguen dos poemas memorables: “Consejos a la hora de fotografiar a un Gallo de Combate” y “Brevísimo tratado de pintura del Gallo de Combate”.
“Por aquel entonces –leemos– el gallo era el personaje de una vida provinciana y feliz”. Su lema: “Matar muriendo”.
“Mi deseo” es un poema griego que abrocha perfectamente la parte central del libro.
Sólo queda la última, “Infarto en Princeton”, con otro par de poemas a la altura de un libro que, según Gina Saraceni “traza una genealogía errática de las peleas de gallos” y habla “de la vida, la belleza, la codicia, el desafío, la nobleza y otras posibles vinculaciones entre el hombre y el animal”. Me refiero a un monólogo dramático, “Princeton”, que protagoniza el Dr. Morley Andrews Jully (Jefe del Departamento de Avicultura de esa universidad norteamericana), e “Infarto”, otro intrigante relato en verso digno del saber hacer de este inmenso poeta.
Quién dijo que la poesía era pájaro de juventud. ¡Qué libro!

La sombra del apostador. El gallo combatiente y su ritual analfabeto
Igor Barreto
Madrid, Visor, 2021. 188 páginas. 14,00 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO