Tras un primer intento fallido por culpa de la maldita pandemia, tuvo lugar en la Sala Malinche (recién remodelada) de la Institución Cultural "El Brocense", situada en el Complejo Cultural San Francisco de Cáceres, dependiente de Diputación, la presentación del número doble 137-138 de la revista Turia que incluye un cartapacio dedicado a la obra del escritor Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, 1950).
A las siete de la tarde del día 14 de junio de 2021 (la fecha merece ser fijada), puntuales, entrábamos en un recinto que a uno le resulta familiar y me trae buenos recuerdos. Un edificio (el del antiguo monasterio de San Francisco el Real) construido para soportar, gracias a sus poderosos muros, los rigores del calor y del frío. Lo pude comprobar una semana antes, cuando nos reunieron allí a los distintos jurados de los premios literarios que concede anualmente la institución política cacereña. Un oasis. Con hilo musical y todo, el que ponen los sonidos instrumentales que llegan desde las distintas clases del Conservatorio de Música que allí tiene su sede.
El acto, no hace falta decirlo, tuvo aires de homenaje. Ni siquiera Ferlosio hubiera sacado a relucir lo del "grotesco papelón del literato". Para ello se acercó desde Madrid Luis Landero, que, además de amigo, es un confeso admirador de los libros de Bayal. Acompañado, según costumbre, por el "landeriano alto", mi paisano y lejano pariente Juan Luis Hernández Mirón. Desde Teruel, que existe, el director de la revista, Raúl Carlos Maícas y otros turolenses a los que luego mencionaremos. Entre amigos, sí, se celebró la cosa. Entre amigos y lectores, cabe matizar. No es que uno temiera la falta de público –Cáceres es plaza culta–, pero no imaginaba tan generosa afluencia. Un placer. Gracias.
Una de las primeras personas a las que saludé, apenas la vi, fue a Concha D'Olhaberriague, la eficiente coordinadora del dosier, con la que he cruzado cientos de mensajes pero a quien no conocía mascarilla a mascarilla.
Conversé un rato con la directora de la Real Academia de Extremadura, María del Mar Lozano Bartolozzi (con Trazos del Salón al fondo) y crucé algunas palabras con mi hermano Jesús y mi cuñada Carmina. Desde Don Benito y Villanueva llegaron Teresa Guzmán, Antonio Reseco y Antonio María Flórez. De San Vicente de Alcántara (cargado de regalos), José Juan Cuño. De Plasencia, los hermanos Antón, Santiago y Paco, miembros destacados de la cofradía muraniense. No faltaron a la cita algunos colaboradores del cartapacio, como Pilar Galán, Miguel Ángel Lama y Juan Ramón Santos. También saludé a José Luis Bernal, Mario Lourtau, José Vidal, Virginia Aizcorbe (coordinadora del Plan de Fomento de la Lectura, quien me aplicó un adjetivo curioso: "ácido"), Antonio Salvador (viejo amigo de Gonzalo, de cuando los beatos estíos placentinos: “Biblioteca, río, paseo, cine y fin”), Salvador Vaquero, etc. Porque olvido... Perdón.
Temo el calor y a mediados de junio, en esta tierra, suele hacer mucho. Así fue. Lo ideal para el homenajeado, de espíritu áspero, curtido en los veranos de su infancia higuereña y en los no menos severos de la Plasencia de su juventud. Y con la chaquetina...
Maícas estaba nervioso. Lo disimulaba bien. No era para menos. Costó bastante llegar a buen puerto. A su lado, tan afable como discreto, Eduardo Suárez, secretario de la revista, pendiente de todo.
Poco a poco se fue llenando la sala. Después, llegaron las autoridades: la consejera de Cultura, Turismo y Deportes, Nuria Flores; Fernando Grande, diputado de Cultura de la Diputación de Cáceres (y alcalde de Mirabel); Diego Piñero, su correspondiente en la Diputación de Teruel; el director del Instituto de Estudios Turolenses, Nacho Escuín (presencia un tanto fantasmal); Luis Sáez, director de la Editora Regional (pieza clave en la existencia del número de Turia y en la organización del acto, ejemplo de solvencia y responsabilidad), etc. Eché de menos a nuestro alcalde, Fernando Pizarro, al que otras obligaciones le tendrían ocupado.
Con las autoridades aterrizaron también Bayal y Landero. Fotos, precipitadas entrevistas... Ya dentro de la sala (la eficaz Felicidad Rodríguez Suero, Seli, Jefa Área de Cultura de Diputación indicó que se conectara el aire acondicionado), fueron tomando la palabra las jóvenes autoridades: la consejera, los diputados. Y Maícas. A continuación, tras los breves discursos (donde primaron, claro, los elogios), comenzó, dicho en hispanoamericano (lo propio en un espacio que lleva el nombre de una mujer náhuatl, originaria del actual estado mexicano de Veracruz), el conversatorio.
Aunque no leí lo que tenía anotado, a modo de introducción dije algo así: "Hace poco más de un año, dos o tres días
antes de la declaración del estado de alarma, presentábamos en esta ciudad, un
tanto temerariamente, Camino
de Jotán y El desierto de Takla Makán. Lecturas de Ferlosio, publicado por
La Moderna. De nuevo estamos en Cáceres, lo
que no deja de ser curioso, para festejar con Gonzalo Hidalgo Bayal, y con algunos
amigos y lectores, la salida del cartapacio que le ha dedicado la revista Turia (gracias, Raúl), un justo y
necesario homenaje a su obra cuando entra en la venerable setentena.
El dossier ha sido coordinado espléndidamente
por alguien que conoce sus libros al dedillo, Concha
D’Olhaberriague y ha contado con un
plantel de colaboradores de lujo.
Como todas, nuestra amistad, Gonzalo, ha sido una larga conversación. Desde aquellos encuentros mañaneros en tu casa; los dos, escritores inéditos; tú recién casado; yo, a punto de serlo. Cuarenta años nos contemplan. Lo normal, sin embargo, ha sido charlar a pie de barra (ahora en terrazas), las de los bares de Murania, en las sabatinas rutas de cañas y vinos con María José y Yolanda.
Alguna vez se ha unido a esos recorridos Luis Landero (y su amigo Juan Luis, placentino de pro), que ha tenido a bien acompañarnos en un día tan señalado, lo que le agradecemos de corazón".
Como todas, nuestra amistad, Gonzalo, ha sido una larga conversación. Desde aquellos encuentros mañaneros en tu casa; los dos, escritores inéditos; tú recién casado; yo, a punto de serlo. Cuarenta años nos contemplan. Lo normal, sin embargo, ha sido charlar a pie de barra (ahora en terrazas), las de los bares de Murania, en las sabatinas rutas de cañas y vinos con María José y Yolanda.
Alguna vez se ha unido a esos recorridos Luis Landero (y su amigo Juan Luis, placentino de pro), que ha tenido a bien acompañarnos en un día tan señalado, lo que le agradecemos de corazón".
En el poco tiempo disponible pude lanzar varias cuestiones. La primera, sobre si el muchacho que escribía cuartetas
pensó llegar a los setenta con este bien pertrechado arsenal vital y literario (me atreví a solicitar, en vano, un balance).
Le recordé que a Winston Manrique Sabogal (de El País) le había dicho que "probablemente la
literatura sea una forma de conciencia del lenguaje” y si, por tanto, esa era su máxima preocupación a la hora de abordar un texto. Luis
Landero ha hablado de “laboreo
verbal”, de “talento verbal”. En literatura, añadí, todo es cuestión de voz,
de tono, de estilo, dígase como se diga. Quizás, rematé, todo se resume en eso de “hacerse responsable de cada
frase que se escribe", una de las mejores lecciones de Bayal. En su respuesta indicó que ese subrayar la bondad del lenguaje podría entenderse como desdoro hacia lo que la narración tiene de trama.
Abordé el espinoso asunto de la autoficción, sin ser él de yoyear, y debí mencionar otra cita: “La literatura puede ser ficción, pero no
necesariamente la ficción tiene que ser mentira”. Fue cuando dijo aquello de que en Campo de amapolas... "es todo auto, nada de ficción". Terminé con la pregunta: "¿Podrías
escribir un libro a partir de «Las lágrimas de Miguel Strogoff», un texto poco
habitual en tu trayectoria, en clave autobiográfica? Puse como modelos El balcón en invierno y El huerto de Emerson, de un tal Landero.
Porque me constaba que le había gustado la alusión orteguiana de éste sobre las “evidencias” ("A mí me irrita la gente que
incurre en evidencias, y supongo que también a Gonzalo. En nuestros coloquios,
hay a veces largos silencios. Los dos somos tímidos y pudorosos, quizás él más
que yo, pero nunca recurrimos a una obviedad para remediar los silencios. Creo
que nos conocemos muy bien, y nos entendemos con pocas palabras, como los héroes
de los wésterns crepusculares”), les planteé que si podrían dialogar un poco más acerca del asunto, y así lo hicieron. Qué gran legado el de Ortega (que no fue al parecer un buen padre) a sus hijos: "no digáis evidencias".
Terminé afirmando que, como Borges o Gil de Biedma, Bayal se consideraba ante todo un lector. Cuando uno llega a un libro,
Gonzalo ya estuvo allí, he dicho alguna vez. Has sido un lector voraz, le comenté, un panero (“Si
toda voracidad proviene de una carencia anterior, entonces acaso, como no solo
de pan vive el hombre, también mi voracidad lectora podría proceder de alguna
forma de subdesarrollo previo. Envidio a quienes leen despacio, a quienes se
impregnan con lo que leen, a quienes recitan de memoria párrafos y párrafos de
lo que han leído. Yo no he sido capaz de leer nunca despacio: leo con la misma
«gula e tragonía» con que como pan”, leemos en «Las lágrimas…»).
Al hilo de lo mismo, siendo él un lector con criterio, le pregunté por qué no había desarrollado más su faceta crítica, limitada, sobre todo, a la obra de Ferlosio. Respondió que de haber leído más despacio...
Me quedaron otras tantas cuestiones por plantear: sobre su condición de escritor moral y ese “no sé qué existencialista”
que Landero ve en ambos. Le hubiera leído lo que le dijo a Harguindey, que ha ido rindiéndose “a la emoción y al sentimiento, tratando, eso sí, de compensarlo con ironía y con humor, que al fin y al cabo son ingredientes de la melancolía, tan necesarios como imprescindibles, y que suponen una actitud moral”.
Habría vuelto sobre otra condición, la de “escondido” (desmentida de inmediato por él y, antes, por Landero). Como le dijo a Nuria Azancot
(de El Cultural) "exige dos requisitos previos: ser buscado y no querer ser
encontrado. En mi caso no se ha dado ninguno: ni me buscan ni me escondo. Sería
incluso arrogante proclamarme escondido. Pero, si es una condición, me gustaría
no perderla".
No le habría preguntado por su encuentro con la editorial Tusquets. Había contado al principio que su única aspiración como escritor era tener un editor, de la categoría que fuera. Como Libros del Oeste, donde se publicó la primera edición de su primera novela en el sello barcelonés.
Para terminar me hubiera centrado en su valoración del cartapacio, sobre la extrañeza de leer lo que otros leen en tus libros, por más que ya se había pronunciado en parte sobre ello. Y sobre la presencia extremeña en el número, abundante y significativa. Él siempre ha prestado atención a la literatura escrita (que denominó "absuelta") por extremeños: Campos Pámpano, Alonso Guerrero, Juan Ramón Santos… Por fin, habría solicitado de nuevo una suerte de arqueo literario. Para ser "perezoso"... Sobre proyectos no hubiera osado preguntar, pero sí sobre un libro de cuentos que sabía terminado y en manos de Cerezo, el editor. No pudo ser. Aunque no se habló ni de "balance" ni de "planes", sí, me hubiera gustado que saltara la primicia de que en septiembre publicará Tusquets Hervaciana, un puñado de relatos que "tratan sobre los años pasados por el autor y narrador (la misma persona en este caso) en el Real Colegio de San Hervacio, su vida y la de sus condiscípulos y maestros". Porque en la nota editorial se alude a “fiction-non-fiction” y en la charla, ya se dijo, se habló de la autoficción. Aunque Hervaciana podría haber sido "un libro de memorias", estaríamos ante unos recuerdos convertidos en relatos, por lo que en esa nota se da a entender. En fin, leeremos. Mi reseña, ya apalabrada (le ha faltado tiempo a Maícas para encargármela), aparecerá en Turia, según costumbre.
La conversación resultó, según creo, ágil y tanto Gonzalo como Luis tuvieron tiempo de comentar cosas de interés. De cuanto se ha publicado sobre el "evento" (odiosa palabra que uso irónicamente), recomiendo la crónica de Cristina Núñez, del diario Hoy. La copié en mi muro de Facebook (para que puedan leerla, ay, los que no son suscriptores del periódico). Por cierto, adiviné a lo lejos el rostro embozado del periodista Juan Domingo Fernández, que también nos ha dado un precioso artículo al respecto: "Tres maestros" (lo he llevado a FB).
La velada terminó con una cena a la medida de la covid. En una terraza de la plaza. A la mesa, la consejera Flores, D'Olhaberriague, Mirón, Yolanda, Maícas, María José, Gonzalo y Landero. En otra, al lado (el protocolo pandémico manda), Luis Sáez, María José Acedo (asesora de la Consejería) y Piñero, el diputado turolense.
Tenía curiosidad por conocer a la consejera. Uno ha tratado a cuantas personas han pasado por ese cargo desde que la Junta existe, salvo la que nombró el PP. Me pareció cercana, simpática y hasta cariñosa (lo demostró con Bayal y Landero, a quienes conoce desde hace tiempo). Es, además, buena conversadora. Nos contó que pasa mucho tiempo en Plasencia (por los preparativos de la exposición de Las Edades del Hombre) y está encantada con nuestro obispo Retana, del que dice aprender. Alabó el embutido y los dulces de su pueblo paterno, Mirabel. No, la noche no estaba para honduras. Qué sabe nadie.
Antes de que dieran las 12, ya estábamos camino de casa. Mientras, los novelistas y sus acompañantes, que pernoctaban en la capital de la provincia, cumplían con el sagrado rito del whisky. Un día intenso, sin duda. Para no olvidar.
NOTA: Las dos primeras fotografías son de Armando Méndez/HOY. La tercera, de Jesús Valverde Berrocoso.