De raíces asturianas, Adolfo Cueto
nació en Madrid en 1969, ciudad donde murió en 2016.
Tras publicar una ópera prima bien
recibida por los lectores, Diario mundo (2000), hasta una década después
no aparecerá su segunda entrega: Palabras subterráneas, a la que siguieron
Dragados y Construcciones (Premio Emilio Alarcos, 2011) y Diverso.es
(Premio Ciudad de Burgos, 2014). De work in progress, a la manera joyceana, habló Cueto al referirse a esos
tres libros; un trabajo poético en curso o en proceso, abierto, al que habría
que sumar Habitar una casa en la era de Acuario, obra póstuma, escrita
entre 2012 y 2016, donde ese lema (en su caso, de neta inspiración
juanramoniana) vuelve a aparecer como subtítulo. En “Luz que viene de lejos”,
la nota esclarecedora que lo abre, José Ramón Ripoll alude al significado de
esa “leyenda” y cuenta que un “par de noches antes de morir”, Cueto le habló
del volumen y le explicó que “se trataba de unir dos libros aparentemente
distintos bajo un mismo título” sin que eso se notara y que “para ello usó la
forma de la edificación”, mediante “epígrafes referentes a la ubicación
cardinal de la casa a habitar”. De ahí la pertinencia de la cita de Emily Dickinson:
“Un poema es un hogar que ha de ser perseguido”.
Cuatro son los “epígrafes” de esta
obra que se inicia con los dos poemas soberbios que componen “Las puertas
abiertas”: “Los cimientos del agua” y “Las paredes del aire” (“un lugar /
habitable”). Dan cuenta de la identidad del personaje que protagoniza, entre
“palabras y abismo” y “el temor insistente”, una frágil vida en los límites. El
de la muerte, ante todos; “un concepto siempre presente en otros poemarios”,
puntualiza Ripoll. Como los “seres que escriben / en el agua sus nombres”,
“navegantes que insisten / entre el ser y la nada”.
“Qué cosa extraña, el mundo”, sostiene
Cueto, y de eso dan buena cuenta estos versos que intentan ordenarlo y
comprenderlo; versos (los de la segunda parte: “Orientación este-sur”) que se
acogen a un ritmo tan personal como logrado que le debe no poco de su música al
uso magistral del encabalgamiento. Y ahí, lo social, lo moral, lo político
(“Declaración institucional”). Poemas llenos de dolor (del 11-M a Damasco, con
escala en los espejos del viejo Callejón del Gato que le inspiran un desgarrado
y hasta esperpéntico “autorretrato”, entre cóncavo y convexo) y de asco (léase
“Arcadas”). “La poesía ve el rostro de los desfigurados, / averigua en silencio
como un fuego extinguido”, dice en “Azul con estrellas”, un poema dedicado a la
“desvencijada Europa”, “acicalada fosa / de ensombrecidos sueños”. Añade:
“Hablamos / breve y roto”.
La madrileña calle Preciados le
sirve para tejer una fábula comercial (“¿La franquicia o la vida?”) y “Amy” evoca
el “padrenuestro / del blues”. “Redecora tu vida”, un poema clave,
cierra esa ubicación. En la siguiente, “Suroeste”, “la gloria / del olivo”, una
metáfora de la paciencia.
Cueto mira el mundo “con los ojos de
dentro”. Quiere “durar hasta ver, / ser / este que sé / yo qué, que me crece
por dentro”. “La poesía, leemos en “Cirugía”, es “válvula −válvula / de escape−;
el poema, la prótesis / de esta amputación”.
El amor le ayuda a soportar el sufrimiento,
que no deja de proyectar en el lector una atmósfera. A ese tema, otra constante
en su poética, dedica “Bar Ayer”, “En vaso ancho” y “Sin lugar a dudas”. Personalizado,
sin nombrarla, en Fátima, dedicataria del libro: “tuyo, no para ti. Tu misterio
de amor ya revelado”.
En segunda persona cernudiana, se manifiesta
en “Pasillos”. “Cuesta hablar / en pasado”. “De nuevo en desacuerdo / conmigo
mismo”.
En “Orientación O-N”, la ciudad. La
gran ciudad. Natural en esta poesía urbana. La Gran Vía, Nueva York (que suena
con Tom Waits) y Hong Kong. Allí, la sordidez, la soledad, la noche… “Palabras
renovándose / hacia la luz de este despojamiento”. Y de nuevo el amor, en
“Superluna de Acuario”. Y las hijas, en “Trenzas”. Y la alegría, en “Aurora
boreal”.
La penúltima sección, “Orientación
noroeste”, se abre con un verso de Cirlot: “Vivo en la transparencia de la
muerte”. Y sí, está presente, junto al amor. Haz y envés. “Aún” o “Quemaduras”,
por ejemplo. “Amar / nunca envejece”, “pero la muerte, ¿qué hace?”. “No
descansa ni muerta, la muerte”, afirma con humor negro, “salvo para nosotros,
que somos / los que aman”. Paradójicamente, el último poema del libro se titula
“Antiepitafio del 69” por más que los versos finales no engañen: “Y dejarse
llevar / felizmente hasta el fin, hasta el límite último / de un silencio sin
sitio”.
Asturias está en “Cabo de Peñas”,
“Horizonte en la arena” y “Celorio del 69”: la vuelta a los orígenes, al
verano, a la playa. En Noreña, otra localidad asturiana, fecha el 14 de
septiembre de 2016 (aunque por errata se indica 2017) Habitar una casa en la era de Acuario, que dedica a su madre.
Adolfo Cueto
Renacimiento, Sevilla, 2022. 132 páginas.
NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 27 de la revista ANÁFORA.