“Qué le voy a hacer, si yo / nací en el Mediterráneo”,
podría cantar con Serrat José Carlos Llop (Palma, 1956). Y Mediterráneos
(en plural, al modo de Morand) es como este narrador (autor de ensayos
literarios, novelas y relatos), diarista, traductor y, ante todo, poeta ha
titulado su poesía reunida, la publicada entre los años 2001 y 2021. En Poesía 1974-2001 ya había agrupado sus libros anteriores: La naturaleza de
las cosas, La tumba etrusca, En el hangar vacío y La
oración de Mr. Hyde.
Uno ha dicho que para el palmesano la literatura, que “nace
de una forma de mirar, de contemplar, de una forma de entender la vida”, es “respiración”
y la poesía, además, “un don” (“como el pan”, dice en un verso). En ella “reside
algo sagrado”, “habita en la esencia de las palabras y en el misterio” y “no es
consuelo sino luz”. Sostiene que “el poeta es Otro y vive en lo Otro” (un
«médium», diría con su maestro Perucho).
Los entrecomillados proceden de un libro que ayuda a entender
su mundo, uno de los más ricos y singulares de nuestro panorama. Me refiero a José Carlos Llop: una conversación.
Mediterráneos, “casi medio siglo de escritura poética”,
se abre con “El canto de los pájaros”. Pura sensatez. Allí confiesa que “no hay
más poéticas que las que encierra el poema en sí” y que “escribir es una
espera, no un acto de voluntad”. “Abrir las persianas y que entre la luz del
poema: no hay más y no es poco y ahí está la voz”. Recalca después que “la
escritura poética −el acto de escribir un poema− es siempre epifánica”. Y
concluye: “la epifanía, el misterio otra vez”. Un misterio que convive con lo
expresamente autobiográfico: “Cada libro de un poeta es una nueva entrega de su
autobiografía, entendiendo ésta como la vida vivida en su verdadera plenitud:
un poeta es cuando escribe un poema”, leemos en las “Notas” finales.
Seis reúne este volumen (y un puñado de poemas sin él); el
más reciente, inédito: La dádiva, Quartet/Cuarteto (un “retablo”
o poema extenso de estirpe eliotiana escrito en catalán y traducido por él al
castellano), La Avenida de la Luz, Cuando acaba septiembre, La
vida distinta y El árbol de los cormoranes. Porque el mundo llopiano
es uno y reconocible, la variedad no afecta a la sensación de que estamos ante
un libro único. Desde el primero hasta el último (y antes, si tenemos en cuenta
su poesía anterior) encontramos algunas de esas claves que conforman su
particular universo. Así, la frecuente mención a obras literarias (de Auden,
Yeats, Cavafis, Zagajewski, Ajmátova, Graves, Brodsky, Dickinson…) y pictóricas
(de Barceló −que ilustra la cubierta− o Scully), películas (de Wong Kar-wai, por
ejemplo), piezas musicales (antiguas y contemporáneas, lo clásico y el rock),
amén de otros artefactos artísticos creados por el ser humano civilizado. “A
eso le llaman algunos críticos / culturalismo”, dice con ironía “En el taller”,
y añade: “Como si la vida / fuera ajena a sus metáforas, / o el hombre pudiera
vivir a espaldas / de lo que ha sido y es”. Ya que las menciona, cuántas
metáforas y comparaciones contienen estos poemas, recursos que usa siempre de
manera aguda, imaginativa y pertinente, no meros frutos del azar o del
vanguardismo epatante. Parafraseándolo, el buen gusto es una forma de moral. Se
nota en la elegancia que gasta. “Teoría de la experiencia” expresa bien su
filosofía.
No en vano algunas composiciones del poeta remiten a tal o
cual escritor (Connolly o Eliot: “él es el pensamiento poético del siglo”, al
que escribe, en forma de poema, un par de cartas) y se convierten en una suerte
de breves, incisivos ensayos de crítica literaria que a veces se apoyan en la
técnica del monólogo dramático.
Otra clave de la poética llopiana tiene que ver con la
familia, donde incluiría a sus amigos, por la importancia que le da a la
amistad, otra “forma de moral”. Ahí, Helena, su amor (“Decir mi vida / y que
sea verdad”) y la dedicataria de este libro de libros, sus hijos y sus padres. En
este periodo, ambos mueren y les dedica sendos poemas (“Elegía” y “21-1-2011”) que
no dudo en calificar de memorables.
Dentro de ese microcosmos cotidiano tienen un papel
fundamental una estación: el verano, y una ciudad: Palma (“Soy el escriba de
una ciudad que no existe”). A los largos estíos de su infancia en Betlem dedicó
un libro espléndido: Solsticio. A su lugar natal, una pequeña obra
maestra: La ciudad sumergida. Versos que tengan al verano por motivo o
inspiración, innumerables (léase “Cuarenta días”). Treinta y tres pasó junto a
los suyos en una casa al borde del mar, en Sa Marina, hasta que, como cuenta en
El árbol de los cormoranes (lo narrativo es consustancial a esta
poética), “el destino, disfrazado de herencias” le despojó de ella.
Aun asumiendo por completo “la rareza de ser insular”, la
poesía de Llop es cosmopolita. Del viaje, que en literatura empieza con Ulises
(“Los que aquí vivimos / somos griegos antiguos”). Ciudades mediterráneas como Alejandría,
Nápoles, Venecia o Beirut, pero también París y, en los últimos lustros,
Bordeaux, como él prefiere escribirlo, la ciudad francesa (“el símbolo perfecto
de Europa, su aleph secreto”) donde inició una vida distinta y a la que
dedicó uno de sus extensos poemas, la chanson que cierra el libro del
mismo título, y “Carta de invierno”.
Toda esta poesía melancólica de tono elegíaco (pero vitalista:
“No hay vida / para quien no la ama”) y línea clara es, en fin, una larga meditación
sobre el paso del tiempo: “el lugar donde ocurren las cosas”. Sobre el pasado (“Mi
cuerpo está hecho de pasado”) y la memoria: “Pasan los años: yo sólo lo recuerdo”.
“Las imágenes son postales de la memoria”, leemos. Un tiempo, añado, que
coincide con un fin de época o de civilización donde el poeta no parece encajar.
“La poesía, en el fondo, / también es tiempo, y el tiempo / es un coleccionista
de antigüedades”. Un tiempo hecho de dolor y silencio que no pierde de vista la
inevitable circunstancia de la muerte (ni a los muertos). Por suerte, al ser
arte, “un tiempo sin tiempo”.
José Carlos Llop
Fundación José Manuel
Lara. Vandalia, Sevilla, 2022. 368 páginas. 20 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 145-146 de la revista TURIA.