El cuarto del siroco -casi leyenda, casi metáfora- es una particularidad
de la arquitectura, digamos, nobiliaria de Sicilia: el cuarto donde encontrar
cobijo y distracción en las horas en que el viento del sudeste abrasa la cabeza
y las rodillas, como dice el poeta de la antigüedad. Podemos también imaginarlo como en el centro
de un laberinto, y en su interior un Minotauro nacido de todo tipo de caprichosas
y arduas promiscuidades. A salvo del tiempo meteorológico, el cuarto del siroco
está también a salvo del tiempo histórico: por ello se pueden recrear en él
traslúcidas superposiciones de épocas y acontecimientos o, convergiendo en un
solo punto, disolverse en él. Se tiene la impresión de que algo similar y con
significados tentaculares ocurre en esta «historia» de Domenico Campana: como
si la metáfora del relato de Nathaniel Hawthorne, al que alude el autor en un
momento dado, fuese a derivarse en otra metáfora, siciliana, «gatopardesca».
Este texto de Sciascia sobre la novela La stanza dello scirocco, del citado Campana, se puede leer en Leonardo Sciascia, escritor y editor. La felicidad de hacer libros (Libros del Kultrum, 2022), edición de Salvatore Silvano Nigro, prólogo de Giovanna Giordano y traducción de Celia Filipetto.
Me llega gracias a Gonzalo Hidalgo Bayal, que lo localizó. Uno sabía de la existencia de esa novela que dio lugar, por cierto, a la película del mismo título dirigida por Maurizio Sciarra.
Ya expliqué en su día que el título de mi libro (y del consiguiente poema) está tomado de otra obra de Sciascia: El caso Moro.