29.11.23

Diez ventanas a la poesía

Estoy leyendo con creciente interés Diez ventanas. Cómo los grandes poemas transforman el mundo, de Jane Hirshfield, traducido espléndidamente por Elena Aguilar y publicado por Mixtura. Antes de terminar, me apresuro a dar noticia de él, convencido de sus muchas bondades.
Se trata de un ensayo de poética que hará las delicias de cuantos gustan de este tipo de tratados y, más allá, de cualquier amante de la lírica, no digamos -un suponer- si escribe poemas. 
La defensa de la poesía que hace Hirshfield es tan lúcida como sorprendente. No deja uno de subrayar mientras avanza. Ni de pensar en lo que dice con una agudeza digna de quién sabe manejarse en medio de aquello que linda con lo inefable. Apasionante, sin duda. Un solvente taller de poesía en una decena de lecciones.
El título de los diez capítulos (o "ventanas") que componen la obra ya es una invitación a adentrarse sin miedo en aquello que tantas veces hemos calificado como imposible de explicar. Por misterioso e incluso por oscuro. Todo es, sin embargo, claridad aquí. Y sutileza. 
El libro está poblado, además, de "buenos poemas", como ella los llama. Memorables. Conforman una suerte de preciosa antología, que comenta con una lucidez pasmosa. De Auden, Bashō, Dickinson, Miłosz, Cavafis, Szymborska, Pessoa, Bishop... Sus lecturas son de una perspicacia digna de elogio. Sí, lo mollar está ahí: en las reflexiones de esta mujer, poeta ella misma, que aúna el sesgo contemplativo de quien conoce bien la filosofía zen y el preciso raciocinio propio de alguien con alma de científica. En su capacidad para justificar sobradamente el amor que le debemos a la bendita poesía.