26.4.24

El regreso de Álvaro García


Esto no es una reseña, diré a lo Magritte. Me explico. Tres novelas después: El tenista argentino (2018), Discurso de boda (2020) y Elenco (2022), cuando parecía que el ya largo camino literario del Álvaro García (Málaga, 1965) se decantaba por la narrativa, Pre-Textos imprimía a finales del pasado año Cuando hable el gato, un nuevo libro de poemas del malagueño. 
Junio (no digamos julio) y diciembre (noviembre también) no son los mejores meses para que te saquen un libro. Por lo menos de poesía. O bien porque con la llegada del verano se termina la temporada (el punto final suele ponerlo la Feria del Libro de Madrid), o bien porque la invasiva campaña navideña (pendiente de otro tipo de libros) arrasa con todo. Es cierto que la poesía, ajena al mercado, difícil, lo que se dice difícil, lo tiene siempre. Digo la verdadera, que esa otra que también llaman así... Sea como fuere, la cosa es que el libro de García ha pasado desapercibido. Más de la cuenta. Por ser su autor quien es, un hombre que se ha ganado a pulso su merecido prestigio, y por haber escrito el libro en cuestión, no uno más ni uno cualquiera. Añado de inmediato que no me extraña. Y no sólo por las razones que acabo de aducir. Me da la impresión de que García, ajeno a cualquier motivo que no sea de índole poética, no se lo ha puesto fácil a la crítica. Y al decir crítica, por extensión, quiero decir a los lectores de poesía en general, gente que sabe lo que se hace. A los que escriben sobre los libros que leen y a los que se limitan (un decir) a leerlos. 
Complejo el libro es, pero no por empeño de García: uno escribe lo que puede. Eso sí, sabiendo perfectamente lo que no quiere pergeñar. Y lo que García escribe parte de un listón muy alto. Por naturaleza. Le sale así. Y se esfuerza, naturalmente, porque así sea. Aquí, sin ir más lejos. 
Aunque el título del libro le ha salido tan rarito como desconcertante, lo que no es mala señal (a uno le remite a Eliot y su afición gatuna, tal vez por la impronta anglosajona de esta poética), lo primero que nos encontramos al entrar sin miedo en él, y después de la dedicatoria a Ana, es con un extenso poema, "Avenida", que a sus lectores habituales nos recuerda a los grandes, largos poemas que publicó en el pasado y sobre los que escribí una reseña para la revista Cuadernos Hispanoamericanos: "El tiempo respirado". Me refiero a su ambiciosa, lograda obra El ciclo de la evaporación donde reunía sus libros -cada uno, un solo poema- Caída (2002), El río de agua (2005), Canción en blanco (2012, Premio Loewe) y Ser sin sitio (2014). Este bien podría ser el quinto. 
Esa avenida, que "es casi mental", le lleva a uno a la de Príes, claro, que es en la él vive, a un paso del Cementerio Inglés y de la Cañada de los Ingleses (la del poema de María Victoria Atencia). A un paso del mar. Allí, el amor. "Tú y yo en medio del calor". "Ser dos". Más allá de las palabras y de de lo que allí se relata, porque narración hay, impresiona el ritmo majestuoso, la música que dirige esa lectura, mejor si en voz alta. Una banda sonora, digamos, perfectamente adaptada a lo que dice. Admirable ese tono que lo es todo, por encima de esa complejidad a que aludía, la que nos impide acaso comprender del todo lo que el poeta canta. No siempre: "Contigo huyo del miedo de la infancia". "Imagino el infierno en forma de palabra colectiva". "Es un perfume tuyo que es un sitio". "Amar estalla de pensar que estalla". "Mi fantasma que asiente / como quien reconoce a otro fantasma". 
Un poema, sin duda, para tomárselo con calma. Para leerlo y releerlo. Doy fe de que uno acaba entrando en él sin remedio. 
¿Lo que sigue? Pues más sorpresas. Las que destilan la perplejidad o el asombro, alimento espiritual del poeta. "La única mañana" está compuesta por catorce poemas donde el lenguaje se impone con toda su capacidad de seducción. Se aprecia muy bien el virtuosismo de García, que juega con él -rimas, métrica, estrofas- con una habilidad, ya digo, pasmosa. Con la villanela, por ejemplo, como me apunta José Manuel Benítez Ariza, que también las ha ideado. Siempre en torno al amor: "Quererte todavía / no puede ser jamás una teoría". 
Destaco poemas como "Embotellamiento", "Sin calendario" (con un final precioso), "La ciudad olvidada", "El eco" ("Me veo en espejos / viejos / donde la vida rebota / rota"), "La huida", "Dormíamos", "Invención" ("Día del tiempo, igual que en la niñez"), "Soy", ("Soy el que sin ti no había"), "Desfase" o "Ana sí" ("La única mañana / es la de Ana"). Poemas divertidos y felices a los que no le falta su debida proporción de ironía. 
"Psicofonías", la tercera parte del libro, está formada por nueve sonetos y un poema final sin rima: "Posteridad ("Sin más, amar este momento"). Como en el resto del conjunto, no son unos sonetos al uso. Para empezar, no hay espacios en blanco entre cuartetos y tercetos. "Aroma" puede servir de paradigma para confirmar lo que sostengo. El que comienza: "Desde qué sitio oculto en ti este aroma / se impone entre tú yo como un relieve". 
Son sonetos que dan otra vuelta de tuerca a la evidencia de que lo clásico es fuente constante de modernidad. Así, "Playa última": "La luz nos reconoce, nos ha unido. / El sol rojo nos mira mientras arde". Y en otro: "Si hubiera un día de verano es este". 
Me callo. No, esto no pretendía ser una reseña. Lo repito. 
Ya me advirtió su editor, Manuel Borrás, antes de que me llegara, que este era un libro singular, importante. No le faltaba razón. Siento mala conciencia por lo haberlo dicho antes. Y por no haber escrito esa reseña -extensa. minuciosa- que algo así exige. Quede al menos constancia de que este lector disfrutó mucho con Cuando hable el gato, un libro inagotable al que, por eso, estoy deseando volver.