Debe ser verdad eso de que cada libro, y por ende cada autor, llega cuando tiene que llegar. Si llega, claro. Uno se topó con Juan Peña (Paradas, Sevilla, 1961) y con su libro Dura seda en el verano de 2011 y, a juzgar por lo subrayado que está y por lo signos de exclamación que uno usa para resaltar los poemas que más le gustan y por las impresiones de mi frágil memoria, me gustó. Lo que no acabo de entender es por qué no escribí una nota en este rincón que, entre otras cosas, da fe de algunas lecturas, acaso las más intensas. Ya está aquí. Ahora sí. De la mano de otro libro que le ha publicado La Isla de Siltolá, La misma monotonía. Antología poética. 1989-2011, esta vez aparece en la colección Arrecifes; bien lo sé, todo un lujo.
Suelo repetir que un libro empieza por su cubierta, más si es de poesía. Ésta lleva un viñeta de Andrés Trapiello que no deja de ser una poética. Lo que leemos dentro, quiero decir, encaja. Con lo que dice Pedro Bohórquez en el breve pero afortunado prólogo y con lo que dice Peña en sus poemas. En la solapa, contra lo que es costumbre, además del lugar y la fecha de nacimiento, leemos: "Destaca en su obra un tono asordinado, entrañado y cordial, no exento de misterio y sugerencia". No miente. Ni el epígrafe, no por nada de Chejov: "... el mar (...) así se oye ahora, y se oirá con la misma monotonía cuando ya no vivamos".
Los poemas seleccionados por él de La edad difícil (1989), su primer libro, dan la medida de lo que este hombre es, quiere y busca, por más que no dejen de apreciarse marcas de época, un tono de escuela, los felices y experienciales ochenta. Y ya allí también una constante: la persona elegida para sus versos, que es la segunda, ese "tú" tan significativo que han usado referentes ineludibles: Cernuda, Brines, Sánchez Rosillo...
Y claridad, y cercanía. Un poema: "Renacimiento".
Viviendo con lo puesto (1995) es la infancia y la adolescencia, las siestas y los veranos, el Sur, no el del tópico, el real, que tanto se parece al otro. "Nunca abandonaré esta casa de campo", escribe. Aquí, poemas estupendos como "Los libros" (la constante de un letraherido) o "Lo fatal". Apela "a una vida discreta / sencilla y suficiente." Y anota: "No te lamentes".
Días cansados (1997) insiste en ese "vivir sin otro sueño ni otro afán / que la serenidad de estar conforme". "Tú sé valiente y sufre", dice, y alude a "ese raro prestigio de estar tristes". "Aprende a ser discreto", precisa.
Peña es un solitario melancólico, sí, que usa con destreza la ironía y al que no le falta sentido del humor. Así en "Alquimia". Que recuerda: "El prestigio que guardo de mi padre / era su serenidad y su silencio".
Los placeres melancólicos (2006) vuelve sobre la cotidianidad. Dedica un poema a su hijo: "Thick as a brick", que, otra rareza, figura en la solapa, debajo de las líneas que transcribí antes. Hay algo de diario en los poemas de Peña, que fija a veces una fecha bajo el título, como en éste.
"De la vida prefiero los objetos", señala. Y habla del amor y de su gusto por "unas palabras gastadas y sencillas". Lo explícito es ley. Y más poemas logrados: "Lo que has de dar", "El agua entre los dedos", "Curso 98-99", donde la emoción, otra marca de la casa, es evidente.
El ya mencionado Dura seda (2011), que se reproduce casi íntegro, cierra el ciclo. La familia ("En casa": "la vida fascinante"). El no viajar: "nada me espera fuera de este cuarto". Y otros poemas: "Can Oleza", "El olivo", "Ejido". Y Sevilla, y sus calles.
El volumen termina con una breve antología de poemas extranjeros traducidos por él que no es sino otra suerte de poética: de Hölderlin, Keats, Baudelaire, Leopardi (preciosa su versión de"El infinito"), Yeats y Kipling.
Dicen que las antologías sirven para rescatar versos perdidos u olvidados. Autores preteridos o arrinconados. Ha tardado en llegar Juan Peña con los suyos a la biblioteca de uno, pero ya están a buen recaudo.