2.12.21

Don Rafael, Almudena, Miki...

Cuando me dispuse a recopilar los textos de este blog que iban a formar parte de Porque olvido, esa suerte de diario, caí en la cuenta de las muchas páginas que había dedicado a la necrología. Soy consciente de que las notas necrológicas forman parte de un género desprestigiado y hasta mal visto, a pesar de su presencia habitual en los medios de comunicación. Como uno atiende a lo que (le) importa, nunca me he contenido a la hora de escribir acerca de la muerte de cualquiera que hubiera tenido una significación especial en mi vida, ya fuera conocido o no; miembro de la familia, querido amigo, admirado escritor... A modo de homenaje. Porque sólo mediante la palabra es uno capaz de aliviar el dolor. 
Bueno, no digo toda la verdad: a veces, ante lo inevitable (y la muerte lo es), he callado. Así, personas que hubieran merecido mi recuerdo se han quedado por escrito sin él. Pienso, por ejemplo, don Rafael, el cura que nos casó a Yolanda y a mí hace casi cuarenta años, uno de los sacerdotes más cultos e inteligentes que la Iglesia ha consagrado, autor (en forma de libros sucesivos) de las homilías utilizadas por buena parte del clero español en sus misas dominicales, y que nos dejó el pasado verano. 
Más cerca aún, Almudena Grandes, de la que no fui, en rigor, lector, ni con la que compartía ideas, pero que siempre me trató (nos trató) con mucho cariño y a la que reconozco, cómo no, su mérito como escritora. Trabajó como pocos, y con qué entusiasmo. Su prematura muerte me ha sobrecogido y ver a Luis depositando un libro suyo dentro de la tumba... No, no puedo olvidar que, cuando me echaron de malas maneras y por razones políticas del jurado del Premio Ciudad de Badajoz, ella y su marido dimitieron de inmediato en solidaridad conmigo; un gesto que, a mi egoísta modo de ver, les honra y que uno no ha dejado de agradecer.
Impresionado estoy también por la muerte de Miki (Miguel Ángel Sánchez Sánchez). Cuando ayer, al volver del trabajo, mi mujer me dijo que había muerto... Era de mi edad. Dueño de una tienda de ropa en la placentinísima calle del Sol, donde su familia, desde que yo era chico (y antes y después), tenía un negocio de tejidos. Vivía en una de las casas más bonitas de este pueblo, uno de los chalés de los Sánchez. 
La última vez que coincidimos fue en la sala de prensa del Ayuntamiento, en la presentación del librino de Trazos del Salón. Él era uno de los pocos miembros de esa humilde pero apasionada asociación que lucha por traer a esta ciudad los fondos del Salón de Otoño y de Obra Abierta. Un miembro de fuste. En Barón (que así se llama su negocio) han ido recogiendo los socios de Trazos la mencionada publicación. Por eso, porque era fiel a esa modesta causa, estaba aquella mañana en la rueda de prensa del consistorio y eso a pesar de que su cuerpo no estaba para celebraciones. Ha luchado, me consta. Otra lección. Mi hijo Alberto, que era cliente suyo siempre que podía (algún regalo de esa casa también he recibido), lo sentirá de veras. Como mi amigo Santiago Antón, que tanto le estimaba, y todos cuantos le trataron. Era un tipo encantador. Lo sabe mejor que nadie el artista Misterpiro, su ahijado, Miguel como él, al que, por desgracia, no podrá acompañar cuando recoja en enero su premio San Fulgencio. 
Traslado desde este rincón mi pésame a su gran familia. Belén, Chema, Jesús, Josefina... 
Su funeral es esta tarde a las cuatro en El Salvador. Descanse en paz.