3.10.25

Prosas de verano

He venido escribiendo al final del verano algo sobre las lecturas que ocuparon parte de mi tiempo durante las vacaciones, digamos, laborales. Y no porque uno leyera más, como suele afirmar la mayoría; un distingo que carece de sentido desde que uno se jubiló. Ya he comentado muchas veces, además, que el calor es para mí el enemigo número uno de esa agradable tarea. Más si, como este agosto, se presenta tórrido, tanto de día como de noche. No digamos si, para colmo, se suma a esa flama la que procede de un incendio cercano, acompañada de humo y de cenizas, como el que nos tocó padecer durante casi dos semanas, el denominado de Jarilla, y en el que vimos desaparecer delante de nuestros ojos algunos paisajes de nuestra vida. Menos, por suerte, de los que temimos en un principio. De lo que vino después, prefiero no hablar. ¡Vaya veranito! 
La lectura, insisto, exige una atmósfera y una atención que casa mal con los agobios más psicológicos acaso que reales de las altas temperaturas, aire acondicionado mediante. A pesar de eso, leer he leído. Natural. Prosa (esto es más raro), apenas poesía. Compensatoria, el nuevo y excelente libro de Fernando Pérez Fernández, que ha publicado Cumbreño en sus Ediciones Liliputienses, y poco más. Debería precisar que hablo de poesía ajena, porque la propia... A principios de septiembre entregué al editor el grueso documento que recoge la mía reunida y a su última, definitiva revisión he dedicado muchas horas de julio y agosto. Una labor tan apasionante (ahí va mi vida, o una parte sustancial de ella, aunque suene un tanto campanudo) como agotadora (por las dudas que suscita releer lo que uno ha escrito a lo largo de cuarenta años y más). No sé si por eso o porque estaba saturado de versos (la edad, imagino, toma por uno según qué decisiones), el caso es que, ya decía, la prosa ha sido el género dominante. Así, he disfrutado muchísimo con el segundo tomo de las memorias del poeta andaluz Jacobo Cortines, La edad ligera II ('Filosofía y Letras' seguido de 'Del tiempo airado'), publicado por Athenaica (qué sello, por cierto, tan interesante, donde apareció el primer volumen de sus recuerdos: La edad ligera. 'Este sol de la infancia' seguido de 'En la puerta del cielo'), con prólogo de la poeta Victoria León. En sus páginas, la familia (y sus complicaciones), las casas, el campo, los viajes, la enseñanza, la poesía, la música, la muerte (de Lilí, de tantos) y, por fin, la resurrección del amor. El libro va ganando peso a medida que avanza y su lectura, insisto, me resultó confortante y deliciosa. 
Por seguir en Andalucía, doy cuenta de otra grata lectura. Me refiero a Pueblo, un puñado de prosas del poeta de Arcos de la Frontera Julio Mariscal, al que nunca olvido. Estuvo destinado como maestro, entre 1957 y 1967, en Paterna de Rivera (también en Cádiz) y a ese pueblo y a sus gentes dedica estas estampas que se ha preocupado de recuperar la Asociación Cultural Impresiones (quienes lo editan con toda dignidad), que preside Juan Sánchez, quien tuvo a bien, gracias a la mediación de José Manuel Benítez Ariza, ponerse en contacto conmigo para enviarme un ejemplar. No siempre merece la pena rescatar según qué inéditos, lo que no hace al caso. Para colmo de bienes, le pone un prólogo Pedro Sevilla. 
Sigo leyendo la interminable, extraordinaria obra de Josep Pla, aunque no pueda hacerlo en su lengua original, como mi amigo Carlos Permanyer, que también le sigue la pista, y desde la Costa Brava, lo que tiene aún más mérito. Le ha tocado el turno a sus Cartas de Italia. Cómo resumir esas páginas. Más que lo que cuenta, ya se sabe, es cómo lo dice. Como anduvo por allí hace tanto, el sabor de época hace que sus descripciones ganen en autenticidad y sean más intensas. Del viajero más que del turista. El paseo, en todo caso, es muy completo y alcanza a todas las ciudades italianas importantes, o casi. Ah, como aclara en el prefacio, "en este libro no se habla de Roma de manera específica: se habría alargado demasiado". "Roma es una cosa aparte", remata. En ese delantal leemos: "Nunca me he sentido completamente extranjero en ningún lugar ni en ningún puerto de Mediterráneo y me gusta pensar que en ese ambiente situados frente a frente, nos entendemos todos con la mirada. Este mar ha creado un común denominador, ciertamente difícil de definir, pero antiquísimo y cierto, que se manifiesta a través de muchas formas de actitud positiva e incluso en una lúcida y general insatisfacción, más o menos resignada: la inquietud aireada a pleno sol". Y: "Los escritores que adolecemos de una falta de imaginación casi ridícula necesitamos para escribir, más que formas conocidas y familiares, fuertes estímulos externos. Si no disponemos siquiera de un gran contraste, borronear el papel nos fatiga". 
Del escritor y diplomático Luis María Marina (ahora director de Relaciones Internacionales del Instituto Cervantes) habíamos leído diarios y otros textos ensayísticos, además de su poesía y sus traducciones; con todo, me ha sorprendido gratísimamente A orillas de la labor. Lo ha publicado Editorial Cuadernos del Laberinto en su colección La valija diplomática. Reúne ensayos de marcado tono autobiográfico centrados en sus estancias, por razones de trabajo, en Portugal (ha traducido a varios poetas portugueses) y Argentina, dos países de fuerte tradición cultural y, más allá, literaria y, en concreto, poética. Lo divide en tres partes: "De Lisboa", "Interludio madrileño" y "De Buenos Aires". Apasionante me ha parecido su semblanza (y más) del brasileño Da Costa e Silva, su análisis sobre Pessoa y España a partir del libro de Antonio Sáez Delgado, los textos sobre Pomar, Lourenço, Rangel o Vaz da Cunha, así como su diario de viaje a las Azores, islas de poetas. Eso en lo que respecta a la primera parte. La tercera, dedicada a su estadía porteña, destaca por su amplio conocimiento del panorama de los últimos cien años de acciones culturales entre España y Argentina, o viceversa. Destacaría además su estudio sobre la presencia en el país americano del poeta Juan Larrea y, sobre todo, por el descubrimiento (para mí) de otro Larrea, nieto del anterior: el también poeta Vicente Luy. Las páginas diarísticas que siguen son dignas de atención. Y de disfrute. 
Leí casi todos estos libros de los que hablo al borde de una piscina (y alguno mientras ardía, para nuestra desesperación, lo alto de la sierra que teníamos enfrente). En una mañana y de una tacada, lo confieso, Juan Ramón Jiménez y las drogas, del bibliotecario de Hervás Jonás Sánchez Pedrero, publicado por El Desvelo Ediciones, del grupo Almuzara. Es admirable el rigor con el que está escrito y llama la atención lo bien documentada que está la "influencia de los fármacos en la vida y obra del poeta de Moguer", como reza el subtítulo de la obra. Parece mentira que con lo que ese hombre padeció, hipocondría mediante, lograra levantar esa imponente creación literaria que le hizo merecedor del Nobel. Todavía le aprecia uno más, a pesar de su endiablado carácter, después de conocer, con la exhaustividad debida, todo lo relativo a sus enfermedades y a los medicamentos y drogas que tomó para intentar superar sus enojosos síntomas. Chapeau! 
Que el cántabro Rafael Fombellida es uno de los mejores poetas de su generación (la mía, la de los 80 o de la Democracia, somos los dos del 59) es algo que a estas alturas debería saber cualquier lector que se precie. En Lector de medianoche. Notas sobre poética y poetas, que publica Renacimiento, agrupa algo más que "notas" sobre autores que conoce bien; tan dispares como como Vicente Aleixandre, José Luis Hidalgo, José Hierro, Joan Margarit, Pureza Canelo, Luis Alberto de Cuenca y él mismo, que no deja de ser acaso lo más sugestivo del conjunto para quienes admiramos su poesía. No cabe duda de que estamos ante un lector con agudeza y con criterio.  
Creo que la gran novela del verano es El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. La asocio a esa estación. Es tal vez la que prefiero de entre las contemporáneas. El libro en sí y cuanto le rodea, empezando por esa carambola del destino que impidió a su autor verlo impreso, me han atraído desde siempre. Como Sicilia, de lo que trata, por universal que al cabo sea. Por eso he disfrutado tanto con Un matrimonio epistolar, de Caterina Cardona (en Elba, otro sello magnífico). Analiza la correspondencia entre el citado noble siciliano y su esposa, Alessandra Wolff von Stomersee, una baronesa báltica que introdujo el psicoanálisis (y a Freud) en Italia. Vivieron durante años separados. Ella en su castillo nórdico de Stomersee, en la actual Letonia, y él en su palacio sureño de Palermo. Dos casas, dos mundos. De ahí que las cartas de Licy (o Muri) y Ton Petit sean tan importantes. Cartas escritas en francés (eran dos políglotas), rara vez en inglés (idioma reservado para las bromas privadas) o italiano. Al fondo, la madre del escritor, una sombra tan inseparable de Lampedusa como sus casas, y sus primos, los Piccolo de Capo d'Orlando. No se olvide que el arranque de esa extraordinaria novela está en su pique, digamos, con ellos, en especial con Lucio, el poeta que con su primer libro, Canti barocchi alcanza el éxito y logra el beneplácito crítico del exigente Montale, resumido en la famosa frase "tenía la certeza matemática de que yo no era más tonto que ellos". Y vaya si no lo era. El libro no tiene desperdicio, sobre todo para los muy gatopardianos. Se cierra con un epílogo de Giorgio Manganelli donde leemos, por ejemplo: "Traducir es como ocultarse, desvelarse a medias, disfrazarse; la lengua extranjera, no vivida, funciona como una preciosa máscara, que mezcla culpabilidad e inocencia, confesión y reticencia: «un acercamiento siempre blindado a las cosas de la vida». La gracia diría, traduciendo, el charme— del epistolario radica en la afectuosa inanidad del carteo entre cónyuges al mismo tiempo unidos y distantes, vinculados a lugares, a vocaciones imperativas y oscuramente discordantes. Las cartas constituyen un dibujo mental, la geometría de un espacio desierto, trazando líneas aseverativas e inestables, gestos intensos y precarios".
Ah, no veo el momento, ya que estamos, de tener en las manos Lampedusa y España, un libro de Gioacchino Lanza Tomasi que publica Acantilado y que anuncia con la alegría que merece Alejandro Luque, editor y firmante del epílogo (no existe la palabra "epiloguista"), además de un excelente conocedor de la isla y autor de Viaje a la Sicilia con un guía ciego
Termino. No sin antes señalar que no puedo dar cuenta de dos libros de los que también he disfrutado sobradamente este verano porque los he reseñado por largo para la revista TURIA. Los dos están publicados en la misma colección (textos y pre-textos de Pre-Textos): El buen lugar, de Basilio Sánchez (una poética in extenso que justifica su acreditada obra poética), y La insistencia, de Jordi Doce (un lúcido cuaderno negro, "libro de duelo y convalecencia", que aporta al lector consuelo y dignidad). Y de otro, en fin, al que he puesto prólogo: Geografía escrita, de Álex Chico, que publica el placentino de Barcelona en su editorial de referencia: Candaya.