IX (De Doce canciones)
Detened los relojes, descolgad el teléfono,
Haced callar al perro con un hueso jugoso
Y silenciad los pianos; con tambor destemplado
Salga el féretro a hombros, desfilen los dolientes.
Y escriban en el cielo las nuevas de su muerte,
Que lleven las palomas crespones en sus cuellos
Y los guardias de tráfico se enfunden negros guantes.
Mi día laborable y mi domingo ocioso,
Mi noche, mi mañana, mi charla y mi canción;
Pensaba que el amor era eterno; fui un crédulo.
Desmantelad el sol y retirad la luna;
Talad todos los bosques y vaciad los océanos;
Pues ya nada podrá llegar nunca a buen puerto.
(Abril 1936)