Decir Labordeta es volver a la adolescencia, a la primera juventud. Sus canciones forman parte de la música de fondo -nunca mejor dicho- de aquellos años, diría Colinas, tan intensos como difíciles. En realidad, nunca han dejado de acompañarnos.
Aunque ya le escuchábamos, la llegada a Plasencia del cura Javier, un aragonés convencido, intensificó nuestro aprecio por sus discos. Al lado de los de casa: Pablo Guerrero y Luis Pastor, siempre un paso por delante. Y de otros, nacionales o extranjeros: cantautores no faltaban.
Ya he contado que por mediación de Félix Romeo (entonces, un referente para quienes nos planteábamos la objeción de conciencia al servicio militar) le llegamos a conocer en persona. Fuimos a grabar un programa de TVE, de la serie Los Poetas (?), a Prado del Rey y quiso que comiéramos antes juntos. La comida y el sitio (un salón cuartelario o colegial) no eran buenos, pero su conversación y su amabilidad superaron todas nuestras expectativas. No siempre está alguien a la altura de la admiración que le profesamos. No fue el caso.
Labordeta ha sido y es un referente moral en un país falto de ciudadanos ejemplares. Sin retórica lo afirmo. Desde el escenario, los libros, los programas de televisión (mochila al hombro) o, airado, en las Cortes. Nos seguirá acompañando por un tiempo. ¿Quién querría olvidarse de un hombre así?
Aunque ya le escuchábamos, la llegada a Plasencia del cura Javier, un aragonés convencido, intensificó nuestro aprecio por sus discos. Al lado de los de casa: Pablo Guerrero y Luis Pastor, siempre un paso por delante. Y de otros, nacionales o extranjeros: cantautores no faltaban.
Ya he contado que por mediación de Félix Romeo (entonces, un referente para quienes nos planteábamos la objeción de conciencia al servicio militar) le llegamos a conocer en persona. Fuimos a grabar un programa de TVE, de la serie Los Poetas (?), a Prado del Rey y quiso que comiéramos antes juntos. La comida y el sitio (un salón cuartelario o colegial) no eran buenos, pero su conversación y su amabilidad superaron todas nuestras expectativas. No siempre está alguien a la altura de la admiración que le profesamos. No fue el caso.
Labordeta ha sido y es un referente moral en un país falto de ciudadanos ejemplares. Sin retórica lo afirmo. Desde el escenario, los libros, los programas de televisión (mochila al hombro) o, airado, en las Cortes. Nos seguirá acompañando por un tiempo. ¿Quién querría olvidarse de un hombre así?