No es la primera vez que aparece por aquí el nombre del poeta serbio más norteamericano de las últimas décadas. Que dos excelentes poetas asturianos, Jordi Doce y Martín López Vega, lo hayan traducido al castellano no es poca garantía. Muchos hablan de él y lleva años sonando para el dichoso Nobel. Esta vez no ha sido su poesía quien me ha convocado sino sus memorias que bajo el título Una mosca en la sopa ha publicado Vaso Roto en versión de Jaime Blasco. Que uno sepa, han reseñado la obra Luis Muñoz en Babelia y José Luis García Martín en su nuevo blog, Crisis de papel. Allí encontrará el lector precisa información sobre ella. Lo que este otro lector puede añadir es poco. Aficionado confeso al género memorialístico, las de Simic (Belgrado, 1938) me han parecido coherentes. Se adaptan a la perfección tanto a su azarosa vida, muy del siglo XX, como a su poesía, lo más genuino de este poeta con Pulitzer. Su lenguaje -certero, conciso, evocador, sin falsos lujos- es el de un poeta. O dicho de otra manera: estamos ante un extenso poema de carácter narrativo que, por momentos, torna lírico con la debida naturalidad. Su infancia (por una vez bien contada: suelo odiar esa parte de los libros de memorias), la huida (que otros llaman inmigración), el descubrimiento de EEUU, la familia (padre y madre, sobre todo), el paso por el ejército, su amor por la comida y por la filosofía, sus insomnios, etc. van dando la réplica a una existencia intensa, vivida y leída hasta el extremo. Con todo, mi debilidad está en el capítulo que dedica (cuando uno ya había desesperado acerca de esa posibilidad) a la poesía, el 23, todo un breve pero hermoso tratado sobre ese humilde pero maravilloso arte en que ha fundado Simic su verdadera vida. Tal vez porque "a la fría luz de la razón, escribir poesía es imposible".